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RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN OTRA VEZ EN LA FERIA DEL LIBRO DE BUENOS AIRES PRESENTE POR SU AUSENCIA


Variedad, pluralidad sin vetos, sin exiliar a nadie?
Y qué pasa con algunas pequeñas empresas como nosotros que habiendo asistido, participado, gastado dinero, mucho dinero, como es la cantidad que hemos invertido en asistir, viajes, alojamientos, imprentas, honorarios a profesionales, etc., para ello y en este año con la nueva dirección (Doña Gabriela Adamo) cambiada así de pronto por la anterior dirección que si bien no la conocíamos personalmente a Marta Diaz, nos atendió favorablemente y con amable atención ya que llevabamos en nuestros equipajes un tesoro: A RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN, CON LA MUERTE EN MADRID Y POETA EN LA GUERRA CRONISTA PARA LA PAZ, editadas por nosotros. Además de otros libros por nosotros editados y algunos de ellos escritos.
En este año y sin ninguna explicación y sin ningún miramiento más bién si nos dejásemos llevar por el lógico estado paranoico que se desata en estos casos, diríamos que nos han vetado; ya que habiendo hecho los trámites como todos los años anteriores, habiéndonos desplazado hasta Buenos Aires, ya que vivimos en Madrid, nos dejan fuera.
No nos dan ninguna explicación a no ser que han cambiado a una gran parte del personal administrativo y al parecer también todo el trabajo de ellos hecho, es decir, si, llega la nueva directora, a la que nos dirigimos personalmente para felicitar por su nombramiento, le enviamos los libros, le enviamos una carta para que nos orientase en cuanto a qué deberíamos hacer nosotros tan pequeños en ese gran oceano que es la Fería de los libros de Buenos Aires...
Nada un silencio de abismo. Un desinterés por las pequeñas y fuertes iniciativas de los grupos de vanguardia.
Hay que entenderlo Doña Adamo viene de las grandes multinacionales (no es redundancia) del libro.
Por eso porque no sabemos si es que es por Tuñón, si es porque nosotros no tenemos trenza, o es por haber apoyado a Horacio González, era cuestión de honor apoyar una postura ética, ya que claramente este escritor de novela ganador de un galardón que al modo de ver de muchos es bastante cuestionable, que sea lo apropiado para ostentar un nivel de las letras en castellano. Escritor que desprecia la poesía. La palabra poesía no aparece nunca en su discurso, en su aparición en la inauguración de esta Feria. Por eso y por otras cosas que ya expliqué en su momento, era una cuestión también ética de mi parte y de la parte que en el taller que coordino se suma a esto.
Lo que si es cierto es que V. Llosa está muy unido a los grandes capitales, digo de dineros, de políticos, digo de grandes poderes que se centran en unos cuantos partidarios de no se qué...
Adelante nos decimos desde aquí, estaremos en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, pase lo que pase y esta vez esperamos como otras veces a ser invitados por algunos de los Expositores, en ese gran evento, festivo, para nosotros, deseado, ya que aquí estamos en esta maravillosa ciudad que es Buenos Aires.
Traemos frutos maravillosos, traemos la palabra libertad.



LA LIBERTAD
I - II -III


Raúl González Tuñón



De pronto entró la Libertad. La Libertad no tiene nombre,
no tiene estatua ni parientes.
La Libertad es feroz.


La Libertad es delicada.


La Libertad es simplemente
la Libertad.


Ella se alimenta de muertos.
Los Héroes cayeron por Ella.
Sin angustia no hay Libertad,
sin alegría tampoco.


Entre ambas la Libertad
es el armonioso equilibrio.


Nosotros tenemos vergüenza,
la Libertad no la tiene,
la Libertad anda desnuda.
(Y el señor Jesucristo dijo
que el reino de Dios vendrá
cuando andemos de nuevo desnudos
y no tengamos vergüenza.)


Hermanos, nosotros sabemos,
pero la Libertad no sabe.


II


Hay que ser piedra o pura flor o agua,
conocer el secreto violeta de la pólvora,
haber visto morir delante del relámpago,
conocer la importancia del ajo y el espliego,
haber andado al sol, bajo la lluvia, al frío,
haber visto a un soldado con el fusil ardiente,
cantando, sin embargo, la Libertad querida.


Viva el amor, la vida poderosa,

la muerte creadora de olores penetrantes

y eso porque uno muere y resucita,

la luz sobre los techos de la aurora,

sobre las torres del petróleo,

sobre las azoteas de las parvas,

sobre los mástiles del queso y el vino,

sobre las pirámides del cuero y el pan,

la gente retornando,



una ventana con la bandera en familiar bordado

y la exacta ambulancia, con heridos,

cantando, sin embargo, la Libertad querida.


Hay que ser como el puente necesario,

natural como el lirio, como el toro,

saber llegar al fondo del silencio,

al subsuelo del brote y a la raíz del grito,

hay que haber conocido el miedo y el valor,

haber visto una mano que agita una linterna

de noche, hacia el distante nido de la metralla,

hay que haber visto a un muerto cicatrizado y solo

cantando, sin embargo, la Libertad querida.

III



De pronto entró la Libertad.
Estábamos todos dormidos,

algunos bajo los árboles,

otros sobre los ríos,

algunos más entre el cemento,

otros más bajo la tierra.

De pronto entró la Libertad

con una antorcha en la mano.


Estábamos todos despiertos,

algunos con picos y palas,

otros con una pantalla verde,

algunos más entre libros,

otros más arrastrándose, solos.


De pronto entró la Libertad

con una espada en la mano.

Estábamos todos dormidos,

estábamos todos despiertos

y andaban el amor y el odio

más allá de las calaveras.


De pronto entró la Libertad

No traía nada en la mano.
La Libertad cerró el puño.

¡Ay! Entonces...




Pilar Iglesias Nicolás


p.d. Le rogamos a Doña Gabriela Adamo si no ha extraviado nuestros libros que nos los devuelva, son dinero, sino que se lo digan A V. Llosa y a las editoriales expositoras.

GUILLAUME APOLLINAIRE DE LA OBRA DE TALLER POESÍA COORDINADORA PILAR IGLESIAS

Guillaume Apollinaire

Alcoholes

La obra poética de Apollinaire se concreta en dos libros capitales, que él llegó a ver editados en vida. La primera edición de Alcoholes, que reunía –como el mismo autor se encargó de hacer notar– poemas escritos entre 1898 y 1913, fue publicada en París con el sello del Mercure de France, e ilustrada con un retrato del autor por Pablo Picasso. No es por ca­sualidad que el libro se abre (al igual que esta misma antología) justamente con "Zona". En ese largo y bello poema de ritmo y calidad cinematográficas, que inaugura precisamente –aunque sin aspavien­tos de descubridor– toda una vasta y dilatada “zona” para la poesía de nuestro siglo, se incluye (al mismo tiempo que se la encarna) algo mucho más trascendente que una mera arte poética en el estilo conocido hasta entonces. Los amplios versos sabia­mente escandidos, que no desdeñan recurrir a los usos del lenguaje cotidiano sin dejar de constituir –y hasta por eso mismo– una auténtica muestra de la mejor literatura de vanguardia, constituyen tam­bién, de manera instantánea y visionariamente lú­cida, la apropiación de un "campo", de un dominio de acción y creación, de alcances a la vez más profundos y más vastos, y donde campea una ética implícita cuyo acento nunca premeditado está puesto sobre la enamorada celebración de la vida. Celebración que se encarna en un lirismo memora­ble (como en el magnífico "Poema leído en la boda de André Salmón"), ese lirismo que a lo largo de las páginas de Alcoholes se desplegaba por primera vez.

Zona



Finalmente estás cansado de este mundo antiguo
Pastora oh torre Eiffel el rebaño de los puentes bala esta mañana
Estás harto de vivir en la antigüedad griega y romana
Aquí hasta los automóviles parecen antiguos
Sólo la religión sigue siendo nueva la religión
Sigue siendo simple como los hangares de Port-Aviation
Sólo tú no eres antiguo en Europa oh Cristianismo
El europeo más moderno es usted Papa Pío X
Y tú a quien observan las ventanas la vergüenza te impide
Entrar en una iglesia y confesarte esta mañana
Lees los prospectos los catálogos los afiches que cantan en voz alta
He aquí la poesía esta mañana y para la prosa están los diarios
Están las revistas a 25 centavos repletas de aventuras policiales
Retratos de grandes hombres y mil títulos diferentes
He visto esta mañana una linda calle cuyo nombre olvidé
Nueva y limpia de Sol ella era el clarín
Los directores los obreros v las bellas taquidactilóqrafas
Del lunes por la mañana al sábado por la tarde cuatro veces al día pasan por allí
De mañana tres veces gime allí la sirena
Una campana rabiosa ladra allí al mediodía
Las inscripciones de los letreros y de las paredes
Las chapas los anuncios chillan como los loros
Amo la gracia de esta calle industrial
Situada en París entre la calle Aumont-Thiéville y la avenida des Ternes
He aquí la calle joven y aún no eres más que un niño
Tu madre no te viste más que de azul y blanco
Eres muy piadoso y con el más antiguo de tus camaradas Rene Dalize
De nada gustáis tanto como las pompas de la Iglesia
Son las nueve ya bajaron el gas muy azul salís del dormitorio a escondidas
Rezáis toda la noche en la capilla del colegio
Mientras que eterna y adorable profundidad amatista
Gira para siempre la resplandeciente gloria de Cristo
Es el bello lirio que todos cultivamos
Es la antorcha de cabellos rojos que no apaga el viento
Es el hijo pálido y bermejo de la dolorosa madre
Es el árbol siempre frondoso de todas las plegarias
Es la doble horca del honor y de la eternidad
Es la estrella de seis puntas
Es Dios que muere el viernes y resucita el domingo
Es Cristo que sube al cielo mejor que los aviadores
Suyo es el récord mundial de altura

Pupila Cristo del ojo
Vigésima pupila de los siglos sabe cómo hacerlo
Y convertido en pájaro este siglo como Jesús sube en el aire
Los diablos en los abismos levantan la cabeza para mirarlo
Dicen que imita a Simón el Mago en Judea
Gritan que si sabe volar que lo llamen ladrón
Los ángeles revolotean alrededor del bello volatinero
Ícaro Enoch Elías Apolonio de Tiana
Flotan alrededor del primer aeroplano
Apartándose a veces para dejar pasar a quienes llevan la Santa Eucaristía
Esos curas que suben eternamente elevando la hostia
El avión se posa al fin sin replegar las alas
EI cielo se llena entonces de millones de golondrinas
A todo vuelo vienen los cuervos los halcones los búhos
De África llegan los ibis los flamencos los marabúes
El ave Rock celebrada por narradores v poetas
Se cierne sosteniendo en las garras el cráneo de Adán la primera cabeza
El águila cae del horizonte profiriendo un gran grito
Y de América viene el pequeño colibrí
De China llegan los pihís largos y ágiles
Que no tienen más que una única ala y vuelan en parejas
Y después he aquí a la paloma espíritu inmaculado
Escoltada por el pájaro-lira y el pavo real ocelado
El fénix esa hoguera que a sí misma se engendra
Cubre todo un instante con su ardiente ceniza
Las sirenas dejando los peligrosos estrechos
Llegan cantando bellamente las tres
Y todos águila fénix y pihís de la China
Fraternizan con la máquina voladora

Ahora caminas por París completamente solo entre la muchedumbre
Rebaños de ómnibus mugientes ruedan cerca de ti
La angustia del amor te aprieta la garganta
Como si no debieras nunca más ser amado
Si vivieras en la antigüedad entrarías a un monasterio
Tenéis vergüenza cuando os sorprendéis rezando
Haces mofa de ti y como el fuego del Infierno tu risa chisporrotea
Las chispas de tu risa doran el fondo de tu vida
Es un cuadro colgado en un museo sombrío
Y algunas veces vas a mirarlo de cerca

Hoy andas por París las mujeres están ensangrentadas

Era y quisiera no acordarme era en el ocaso de la belleza

Rodeada de llamas fervientes Nuestra Señora me miró en Chartres
La sangre de vuestro Sagrado Corazón me inundó en Montmartre
Estoy enfermo de oír las palabras bienaventuradas
El amor que padezco es una enfermedad vergonzosa
Y la imagen que te posee te hace sobrevivir en el insomnio y en la angustia
Siempre está cerca tuyo esa imagen que pasa
Ahora estás al borde del Mediterráneo
Bajo los limoneros que dan flor todo el año
Con tus amigos te paseas en barca
Uno es nizardo hay un mentoniano y dos de Turbia
Miramos con espanto los pulpos de las profundidades
Y entre las algas nacen los peces imágenes del Salvador

Estás en el jardín de una posada en las cercanías de Praga
Te sientes muy feliz hay una rosa en la mesa
Y observas en lugar de escribir tu cuento en prosa
La cetonia que duerme en el corazón de la rosa

Con espanto te ves dibujado en las ágatas de San Vito
Estabas mortalmente triste el día en que te viste allí
Te pareces a Lázaro enloquecido por la luz
Las agujas del reloj del barrio judío andan a! revés
Y tú también retrocedes en tu vida lentamente
Subiendo al Hradchin y de noche escuchando
En las tabernas cantar canciones checas

Aquí estás en Marsella en medio de las sandías

Aquí estás en Coblenza en el hotel del Gigante

Aquí estás en Roma bajo un níspero del Japón

Aquí estás en Amsterdam con una muchacha que hallas bella siendo fea
Ella debe casarse con un estudiante de Leyden
Allí alquilan cuartos en latín Cubicula locanda
Me acuerdo de eso allí pasé tres días y otros tantos en Gouda

Estás en París ante el juez de instrucción
Como un criminal fuiste arrestado

Has hecho dolorosos y alegres viajes
Antes de percibir la mentira y la edad
Sufriste por amor a los veinte y a los treinta años
He vivido como un loco y he perdido mi tiempo
Ya no te atreves a mirar tus manos y continuamente quisiera sollozar
Por ti por la que amo por cuanto te espantó

Miras con ojos llenos de lágrimas a esos pobres emigrantes
Creen en Dios rezan las mujeres amamantan a los niños
Llenan con su olor el hall de la estación Saint-Lazare
Tienen fe en su estrella como los reyes magos
Esperan ganar dinero en la Argentina
Y volver a su país después de haber hecho fortuna
Una familia transporta un edredón rojo como vosotros transportáis al corazón
Ese edredón y nuestros sueños son también irreales
Algunos de esos emigrantes se quedan y se alojan
En cuchitriles de la calle des Rosiers o de la calle des Ecouffes
Los he visto a menudo de tarde tomando aire en la calle
Y se desplazan raramente como las piezas de ajedrez
Hay sobre todo judíos sus mujeres usan peluca
Se quedan sentadas exangües en el fondo de las tiendas
Estás de pie ante el estaño de un bar crapuloso
Tomas un café de dos centavos entre los infelices
Estás de noche en un gran restaurante

Esas mujeres no son malas tienen problemas sin embargo
Todas aun la más fea han hecho sufrir a su amante

Ella es la hija de un sargento urbano de Jersey

Sus manos que no había visto están duras y agrietadas

Tengo una inmensa piedad por las costuras de su vientre
Humillo ahora mi boca ante una pobre muchacha de risa horrible

Estás solo va a llegar la mañana
Los lecheros hacen sonar sus tarros en las calles

La noche se aleja como una bella mestiza
Es Ferdme la falsa o Lea la solícita
Y bebes este alcohol ardiente como tu vida
Tu vida que te bebes como un aguardiente

Caminas hacia Auteuil quieres ir a pie a casa
Dormir entre tus fetiches de Oceanía y de Guinea
Son Cristos de otra forma y de otra creencia
Son los Cristos inferiores de las obscuras esperanzas

Adiós Adiós

Sol cuello cortado

Cantor

Y la única cuerda de las trompas marinas

Annie

Sobre la costa de Texas
Entre Mobile y Galveston hay
Un gran jardín lleno de rosas
Contiene también un caserón
Que es una gran rosa

Una mujer se pasea a menudo
En el jardín completamente sola
Y cuando paso por el camino bordeado de tilos
Nos miramos los dos

Como esa mujer es mennonita
Sus rosales y sus vestidos no tienen botones
Le faltan dos a mi chaqueta
La dama y yo seguimos casi el mismo rito

La casa de los muertos

A Maurice Raynal

Tendida junto al cementerio
La casa de los muertos lo enmarcaba como un claustro
Dentro de sus vitrinas
Semejantes a las de las casas de modas
En lugar de sonreír de pie
Los maniquíes gesticulaban para la eternidad

Llegado a Munich hace quince o veinte días
Había entrado por primera vez y por azar
En ese cementerio casi desierto
Y castañeteaba los dientes
Frente a toda esa burguesía
Expuesta y vestida lo mejor posible
Esperando la tumba

De pronto
Veloz como mi memoria
Los ojos volvieron a encenderse
De celda de vidrio en celda de vidrio
El cielo se pobló con un Apocalipsis
Vivaz
Y la Tierra chata hasta el infinito
Como antes de Galileo
Se cubrió de mil mitologías inmóviles
Un ángel con diamante quebró toda vitrina
Y los muertos me rodearon
Con caras del otro mundo

Pero sus rostros y actitudes
Pronto se hicieron menos fúnebres
Cielo y Tierra perdieron
Su aspecto de fantasmas

Los muertos se alegraban
De ver sus cuerpos fallecidos entre ellos y la luz
Reían de su sombra y la observaban
Como si verdaderamente
Hubiera sido su pasada vida

Entonces los conté
Eran cuarenta y nueve hombres
Mujeres y niños
Que embellecían a ojos vistas
Y se miraban ahora
Con tanta cordialidad
Hasta tanta ternura
Que sintiéndome amigo
De golpe
Los invite a un paseo
Lejos de las arcadas de su casa

Y del brazo todos
Tarareando aires militares
Sí todos sus pecados se han absuelto
Dejamos el cementerio
Atravesamos la ciudad
Y a menudo encontramos
Padres amigos que se unían
A la pequeña tropa de los muertos recientes
Estaban todos tan alegres
Tan agradables tan saludables
Que hubiera sido bien despierto
Quien distinguiera muertos de vivos

En el campo después
Nos esparcimos
Se nos unieron dos soldados
Los festejamos
Cortaron madera de viburno
Y de saúco
Con la que hacer silbatos
Que distribuyeron a los niños

Más tarde en un baile campestre
Las parejas mano en el hombro
Bailaron al son agrio de las cítaras

No habían olvidado el baile
Esos muertos y esas muertas
Se bebía también
Y de un tiempo a otro una campana
Anunciaba que un nuevo barril
Iba a ser abierto

Una muerta sentada en un banco
Cerca de un matorral de agracejo
Dejaba a un estudiante
De rodillas a sus pies
Hablarle de esponsales

Yo la voy a esperar \
Diez o veinte años si fuera necesario
Su voluntad será la mía \
Yo lo voy a esperar
Toda su vida
Respondía la muerta

Los niños
De este mundo o del otro
Cantaban de esas rondas
Con palabras absurdas y líricas
Que son sin duda restos
De los más antiguos monumentos poéticos
De la humanidad

Puso un anillo el estudiante
En el dedo de la joven muerta
He aquí la prenda de mi amor
De nuestros esponsales
Ni el tiempo ni la ausencia
Nos harán olvidar nuestras promesas
Y un día tendremos una hermosa boda
Ramas de mirto
En nuestra ropa y en su pelo
Un sermón bello en la iglesia
Largos discursos tras la cena
Y música
Música

Nuestros hijos
Dijo la novia
Serán más bellos aun más bellos
¡Ay! el anillo se ha roto
Que si fueran de oro o plata
De esmeralda o diamante
Serán más claros aun más claros
Que los astros del firmamento
Que la luz de la aurora
Que vuestros ojos novio mío
Tendrán mejor olor aún
¡Ay! el anillo se ha roto
Que las lilas que acaban de brotar
Que el tomillo la rosa o que una brizna
De lavanda o romero

Se habían ido los músicos
Seguimos el paseo

A la orilla de un lago
Nos divertimos haciendo rebotar
Piedras chatas
Sobre el agua que apenas se movía

Unas barcas estaban amarradas
En un abra
Las soltamos
Después que todo el grupo hubo embarcado
Y remaban los muertos
Con tanto vigor como los vivos
Al frente de mi lancha
Hablaba un muerto a una joven
Vestida con un traje amarillo
Con un corpiño negro
Con cintas azules y un sombrero gris
Adornado con una sola plumita lacia

La amo
Le decía
Como ama el pichón a la paloma
Como el insecto nocturno
Ama la luz

Ya es tarde
Respondía la viva
Rechace rechace este prohibido amor
Estoy casada
Vea el anillo que brilla
Mis manos tiemblan
Lloro y quiero morir

Las barcas ya llegaron
A un sitio en que sabían
Los soldados que un eco respondía en la orilla
No se cansaban de inquirirles
Hubo preguntas tan extravagantes
Y tantas respuestas a propósito
Que era morir de risa
Y decía a la viva el muerto

Seremos tan felices juntos
El agua se cerrará sobre nosotros
Pero llora y sus manos tiemblan
Ninguno de nosotros volverá

Se volvió a tierra y regresamos
Los enamorados se entreamaban
Y por parejas de lindas bocas
Marchaban a distancias desiguales
Los muertos eligieron a las vivas
Y las vivas
Los muertos
A veces un enebro
Parecía un fantasma

Los niños hendían el aire
Soplando hundidas las mejillas
En sus silbatos de viburno
O de saúco
Mientras los .militares
Cantaban tirolesas
Respondiéndose como hacen
En la montaña

En la ciudad
Nuestra tropa disminuyó poco a poco
Se decían
Hasta luego
Hasta mañana
Hasta pronto
Muchos entraban en las cervecerías
Algunos nos dejaron
Frente a una carnicería canina
Para comprar la comida de la noche

Pronto me quedé solo con los muertos
Que se iban derecho
Al cementerio
En donde
Bajo las Arcadas
Los reconocí
Acostados
Inmóviles
Y bien vestidos
Esperando la tumba detrás de las vitrinas

No tenían dudas
De lo que había pasado
Pero los vivos guardaban el recuerdo
Era una dicha inesperada
Y tan cierta
Que no temían perderla en absoluto

Vivían tan noblemente
Que los que aún en la víspera
Los veían como a iguales
O algo menos aún
Admiraban ahora
Su poder su riqueza y su genio
Porque no hay nada que os enseñe
Como haber amado un muerto o una muerta
Uno se hace tan puro que se llega
En el glaciar de la memoria
Con el recuerdo a confundirse
Se fortifica de por vida
Y a nadie más se necesita


Cortejo


Al señor Léon Bailby

Pájaro tranquilo de vuelo inverso pájaro
Que hace nido en el aire
En el límite en qué ya nuestro Sol brilla
Baja tu segundo párpado la tierra te deslumbra
Cuando alzas la cabeza

Y yo también de cerca soy tierno y sombrío
Una bruma que acaba de obscurecer las lámparas
Una mano que se posa de golpe ante los ojos
Una bóveda entre tú y todas las luces
Y yo me alejaré iluminándome en medio de las sombras
Y de hileras de ojos de astros bienamados

Pájaro tranquilo de vuelo inverso pájaro
Que hace nido en el aire
En el límite en que ya brilla mi memoria
Baja tu segundo párpado
Ni a causa del Sol ni a causa de la Tierra
Sino por ese fuego oblongo cuya intensidad irá en aumento
A punto talque un día será la única luz

Un día
Un día me esperaba a mí mismo
Me decía Guillaume es tiempo de que vengas
Para que sepa al fin quién soy
Yo que conozco a otros
Los conozco por los cinco sentidos y algunos otros
Me basta ver sus pies para poder rehacerlos de a millares
Ver sus pies pánicos sólo uno de sus cabellos
O su lengua cuando me place hacer de médico
O sus hijos cuando me place ser profeta
Los buques de los armadores las plumas de mis colegas
La moneda de los ciegos las manos de los mudos
O bien aún a causa del vocabulario y no de la escritura
Una carta escrita por quienes tienen más de veinte años
Me basta sentir el olor de sus iglesias
El olor de los ríos en sus ciudades
El perfume de las flores en las plazas
Oh Cornelio Agrippa el olor de un perrito me hubiera bastado
Para describir exactamente a tus conciudadanos de Colonia
Sus reyes magos y la retahíla ursulina
Que te inspiraba el error tocando a todas las mujeres
Me basta gustar el sabor del laurel que se cultiva para que ame o me burle
Y tocar los vestidos
Para no dudar si se es friolento o no
Oh gente que conozco
Me basta oír el ruido de sus pasos
Para poder indicar para siempre la dirección que han tomado
Me bastan todos esos para darme el derecho
De resucitar a los otros
Un día me esperaba a mí mismo
Me decía Guillaume es tiempo de que vengas
Y con un paso lírico se adelantaban los que amo
Entre los cuales yo no estaba
Los gigantes cubiertos de algas pasaban en sus ciudades
Submarinas donde las torres solas eran islas
Y ese mar con las lumbres de sus profundidades
Corría sangre de mis venas y hacía latir mi corazón
Después sobre la tierra venían mil pueblos blancos
Donde cada hombre tenía una rosa en la mano
Y el lenguaje que inventaban al caminar
Lo aprendí de su boca y lo hablo todavía
El cortejo pasaba y allí busqué mi cuerpo
Todos sobrevenían y no era yo mismo
Llevaban uno a uno los pedazos de mí mismo
Poco a poco me hicieron como se alza una torre
Se amontonaban pueblos y aparecí yo mismo
Hecho de todo cuerpo y las cosas humanas
Tiempos idos Moridos Los dioses que me hicisteis
Como ustedes pasaron yo vivo así pasando
Y apartando mis ojos de ese vacío futuro
En mí mismo yo veo crecer todo el pasado
Sólo está muerto lo que no existe aún
Ante el pasado luciente mañana es incoloro
Es informe también cerca de eso que perfecto
Presenta todo junto y el esfuerzo y el efecto

Marizibill

En la Calle Alta en Colonia
Ella iba y venía de tarde
A todos lista en todo linda
Bebía después cansada de veredas
Muy tarde en las cervecerías sórdidas

Ella se echaba en la paja
Por un rufián rojo y rosa
Era un judío olía a ajo
Y la había viniendo de Formosa
Sacado de un burdel de Shangai

Conozco gente de toda clase
No igualan a sus destinos
Indecisos como hojas muertas
Sus ojos son fuegos mal extinguidos
Sus corazones baten como sus puertas

El viajero

A Fernand Fleuret

Ábranme esa puerta donde golpeó llorando

Es variable la vida tanto como el Eurico

Tú mirabas un banco de nubes descender
Con el huérfano barco hacia futuras fiebres
Y de tantos pesares de tanto arrepentirse
Te acuerdas

Olas peces arqueados flores submarinas
Una noche era el mar
Y los ríos allí se derramaban

Me acuerdo me acuerdo todavía

Una tarde bajé a una posada triste
Cerca de Luxemburgo
Al fondo de la sala un Cristo se volaba
Alguien tenía un hurón
Otro tenía un erizo
Se jugaba a las cartas
Y me habías olvidado
Recuerdas el orfanato largo de la estación
Atravesamos ciudades que todo el día giraban
Vomitaban la noche el Sol de las jornadas
Oh marineros oh sombrías mujeres y ustedes compañeros
Acuérdense

Dos marineros que no se habían dejado nunca
Dos marineros que no se habían hablado nunca
Al morir el más joven cayó sobre el costado
Oh ustedes queridos compañeros
Timbres eléctricos de las estaciones canto de las cosechadoras
Trineo de un carnicero regimiento de las calles sin número
Caballería de los puentes noches lívidas del alcohol
Las ciudades que he visto vivían como locas

Recuerdas los suburbios y el rebaño lastimero de los paisajes

Los cipreses proyectaban sombras bajo la Luna
Yo escuchaba esa noche al final del verano
Un pájaro lánguido y siempre irritado
Y el ruido eterno de un río ancho y sombrío

Pero mientras muriendo iban hacia el estuario
Todas las miradas todas las miradas de todos los ojos
Los bordes eran desiertos yerbados silenciosos
Y la montaña en la otra orilla era muy clara

Sin ruido entonces sin poder ver nada vivo
Contra el monte pasaron unas sombras vivaces
De perfil o de pronto volviendo vagos rostros
Y llevando adelante la sombra de sus lanzas

Las sombras contra el monte perpendicular
Crecían o a veces bruscamente bajaban
Y esas sombras barbudas lloraban como hombres
Despacio deslizándose en la montaña clara

A quién pues reconoces en esas viejas fotos
Te acuerdas del día que una abeja cayó al fuego
Eras tú lo recuerdas al final del verano
Dos marineros que no se habían dejado nunca
El mayor llevaba al cuello una cadena de hierro
El más joven usaba su pelo rubio en trenza

Ábranme esa puerta donde golpeo llorando
Es variable la vida tanto como el Eurico

La blanca nieve

Ángeles ángeles del cielo
Uno está vestido de oficial
Uno está vestido de cocinero
Y los otros cantan

Lindo oficial color del cielo
La dulce primavera mucho después de Navidad
Te condecorará con un buen Sol
Con un buen Sol

El cocinero pela ocas
¡Ah! cae nieve
Cae y no tener
Mi bienamada entre mis brazos

Poema leído en la boda de André Salmón

(el 13 de julio de 1909)

Viendo banderas no me he dicho esta mañana
He ahí los ricos vestidos de los pobres
Ni el pudor democrático quiere velarme su dolor
Ni la libertad en triunfo hace que ahora se imiten
Las hojas oh libertad vegetal oh única libertad terrestre
Ni las casas flamean porque se partirá para ya no volver
Ni esas manos agitadas trabajarán mañana para todos nosotros
Ni siquiera han ahorcado a los que no sabían aprovechar la vida
Ni siquiera se renueva el mundo volviendo a tomar la Bastilla
Yo sé que sólo lo renuevan quienes están fundados en poesía
Empavesaron París porque mi amigo André Salmón aquí se casa
Nos conocimos en una bodega maldita
En el tiempo de nuestra juventud
Fumando los dos y mal vestidos esperando el alba
Enamorados enamorados de las mismas palabras
A las que habrá de cambiarse el sentido
Engañados engañados pobres muchachos y no sabiendo todavía reír
La mesa y los dos vasos se transformaron en un moribundo
Que nos echó la última mirada de Orfeo
Los vasos cayeron se rompieron
Y nosotros aprendimos a reír
Partimos entonces peregrinos de la perdición
A través de calles a través de comarcas a través de la razón

Volví a verlo junto al río donde flotaba Ofelia
Que aún flota blanca entre nenúfares
Iba él en medio de los pálidos Hamlets
Tocando en una flauta los aires de la locura
Volví a verlo junto a un mujik moribundo contando las bienaventuranzas
Admirando la nieve semejante a las mujeres desnudas
Volví a verlo haciendo esto o aquello en honor de las mismas palabras
Que cambian el rostro de los niños y digo tantas cosas
Recuerdo y Porvenir porque mi amigo André Salmón se casa

Regocijémonos no porque nuestra amistad fue el río que nos fertilizó
Terrenos ribereños cuya abundancia es el alimento que todos esperan
Ni porque nuestros vasos nos echan todavía una vez la mirada de Orfeo moribundo
Ni porque hemos crecido tanto
Que muchos podrían confundir nuestros ojos con estrellas
Ni porque las banderas golpetean en las ventanas
De los ciudadanos que están contentos desde hace cien años de tener
La vida y cosas menudas que defender
Ni porque fundados en poesía tenemos derechos sobre las palabras
Que hacen y deshacen el Universo
Ni porque podemos llorar sin ridículo y porque sabemos reír
Ni porque fumamos y bebemos como antaño
Regocijémonos porque director del fuego y de los poetas
El amor que colma así como la luz
Todo el sólido espacio entre las estrellas y los planetas
El amor quiere que hoy mi amigo André Salmón se case

Noche renana

Colma mi vaso un vino como una llama trémulo
Escuchen la canción lenta de un batelero
Sobre siete mujeres vistas bajo la Luna
Trenzándose su verde y larguísimo pelo

Canten de pie más alto mientras bailan la ronda
Que yo no escuche más cantar al batelero
Y pongan cerca mío a las muchachas rubias
De mirada inmóvil de trenzas recogidas

El Rin el Rin está ebrio donde viñas se miran
Todo el oro nocturno temblando ahí se refleja
En su agonía la voz canta siempre a estas hadas
De los verdes cabellos que hechizan al verano

Mi vaso se ha quebrado como una carcajada

La Loreley

A Jean Sève

En Bacharach había una hechicera rubia
Que a la redonda hacía morir de amor a todos

El obispo la cita ante su tribunal
De antemano la absuelve debido a su belleza

Oh bella Loreley de ojos de pedrerías
A qué mago se debe esa tu hechicería

Me cansé de vivir y mis ojos malditos
A todo el que me mira obispo hacen morir

Mis ojos son de fuego y no de pedrerías
Echad echad al fuego a esa hechicería

Yo ardo en esas llamas oh bella Loreley
Que te condene otro a mí me has embrujado

Obispo usted se burla Ruegue por mí a la Virgen
Hágame pues morir y que Dios lo proteja

Ha partido mi amante hacia un país lejano
Hágame pues morir puesto que no amo nada

Mi corazón me daña es preciso que muera
Si yo a mí me mirara yo también me muriera

Mi corazón me daña desde que él ya no está
Mi corazón me daña desde el día que se fue

El obispo llamó tres señores con lanzas
Conduzcan al convento a esta loca mujer

Vete Lore demente ve Lore de ojos trémulos
Tú serás una monja vestida en negro y blanco

Y partieron después en camino los cuatro
La Loreley rogaba y sus ojos brillaban como astros

Caballeros dejadme subir a esa alta roca
Para ver una vez más a mi lindo castillo

Para una vez más mirarme todavía en el río
Después iré al convento de vírgenes y viudas

Mueve el viento en lo alto sus crecidos cabellos
Los caballeros gritan Loreley Loreley

Allá abajo en el Rin viene una navecilla
Y mi amante allí está él me ha visto él me llama

Mi corazón se endulza es mi amante que vuelve
Ella se inclina entonces y cae en el Rin

De haber visto en el agua la bella Loreley
Sus ojos color Rin sus cabellos de Sol

Signo

Yo me someto al Jefe del Signo del Otoño
Partiendo amo los frutos yo detesto las flores
Yo añoro cada uno de los besos que doy
Como un nogal golpeado da al viento sus dolores

Oh mi Otoño de siempre oh mi estación mental
Cubren tu suelo manos de los novios de otrora
Una esposa me sigue es mi sombra fatal
Esta tarde dan su último vuelo las palomas

La dama

Toc toc El ya cerró su puerta
Se secaron los lirios del jardín
Quién es pues ese muerto que se llevan

Tu acabas de golpear su puerta
Y trota trota
Trota la ratoncita

Caligramas

El segundo de los libros fundamentales de Apollinaire, Caligramas, también con un retrato del autor por Picasso y siempre con el sello del Mercure de France, apareció en París en 1918. El propio Apollinaire los había calificado de "poemas de la paz y de la guerra", y aclarado que sus fechas de composi­ción iban de 1913 a 1916. Años difíciles para Europa y también para el autor que, sin embargo, a pesar de la tragedia que se hacía evidente a su alrededor y de la que él mismo llego a sentir en carne propia las dramáticas consecuencias, no lograba renunciar –ni siquiera en esas circunstancias– a su actitud decididamente optimista y vital. Si Alcoholes se abría con "Zona", un poema por tantas razones sintomá­tico, Caligramas se cierra con "La linda pelirroja", otro texto no menos imborrable donde las certidum­bres del amor se entretejen con las de una visión de la poesía y de la realidad que no ha cesado de resul­tar exaltante desde entonces. El tono del poeta con­vive aquí en textos sólo aparentemente diferentes, ya que hasta en la misma experiencia preferente­mente visual de sus "caligramas", que resulta por ello imposible tratar de traducir, se hace evidente el lirismo innato y permanente de Apollinaire.

Lazos

Cuerdas hechas de gritos

Sonidos de campanas a través de Europa
Siglos ahorcados

Rieles que atáis a las naciones
No somos más que dos o tres hombres
Libres de todo lazo
Démonos la mano

Violenta lluvia que peina humaredas
Cuerdas

Cuerdas tejidas
Cables submarinos
Torres de Babel que se hacen puentes
Arañas-Pontífices
Todos los enamorados que un solo lazo ha unido
Con otros lazos tenues
Blancos rayos de luz
Cuerdas y Concordia

No escribo más que para exaltaros
Oh sentidos oh sentidos queridos
Enemigos del recuerdo
Enemigos del deseo

Enemigos del pesar
Enemigos de las lágrimas
Enemigos de todo lo que amo todavía

Paisaje


Sombra

Otra vez estáis de nuevo junto a mí
Recuerdos de mis compañeros muertos en la guerra
El olivo del tiempo
Recuerdos que no hacéis más que uno
Como cien pieles no hacen más que un abrigo
Como esos millares de heridas no hacen más que un artículo periodístico
Apariencia impalpable y sombría que habéis tomado
La forma cambiante de mi sombra
Un indio en acecho para la eternidad
Sombra os arrastráis cerca de mí
Pero ya no me oís
Ya no conoceréis los divinos poemas que canto
Mientras que yo sí os oigo os veo todavía
Destinados
Sombra múltiple que el Sol os guarde
A vosotros que me amáis lo suficiente para no dejarme nunca
Y que bailáis al Sol sin alzar polvo
Sombra tinta del Sol
Escritura de mi luz
Arcón de aflicciones
Un dios que se humilla

Es Lou que la llamaban

Hay lobos de todas clases
Conozco al más inhumano
Mi corazón se dé al diablo
Y que lo deje en su puerta
Sólo un juguete en su mano

Antes había lobos fieles
Como ahora son los perritos
Los Soldados que aman bellas
Gentilmente en su recuerdo
Eran dulces como lobos

Pero hoy son peores los tiempos
Los lobos se han vuelto tigres
Los Soldados los Imperios
Césares vueltos Vampiros
Son tan crueles como Venus

Tomé mi decisión Rouveyre
Montando en mi gran caballo
Partiré pronto a la guerra
Sin piedad casta ojo adusto
Como guerreros que Epinal

Vendía Imágenes rústicas
Que Georgin xilografiaza
Dónde están los militares
Soldados idos Dónde están
Dónde están las guerras de antes

La mandolina, el clavel, y la caña de bambú

La paloma apuñalada y la fuente



Siempre

A Madame Faure-Favier

Siempre
Iremos más lejos sin avanzar jamás
Y de planeta en planeta

De nebulosa en nebulosa
El don Juan de los mil y tres cometas
Aún sin moverse de la Tierra
Busca las fuerzas nuevas
Y toma en serio a los fantasmas
Y tanto Universo olvidan
A los grandes olvidadores
Quién sabrá pues hacernos olvidar tal o tal parte del mundo
Dónde está el Cristóbal Colón a quien se deberá el olvido de un continente
Perder
Pero perder realmente
Para dar paso al hallazgo
Perder
La vida para hallar la Victoria

Madeleine









¡Ah Dios! qué linda es la guerra
Con sus cantos sus largos ocios
Este anillo yo lo he pulido
El viento se une a sus suspiros

¡Adiós! he aquí la botasilla
El se perdió en una vuelta
Y allá murió mientras ella reía
Ante el destino sorprendente

Fotografía

Tu sonrisa me atrae como
Me atraería una flor
Fotografía tú eres el hongo obscuro
De la selva
Que es su belleza
Los blancos ahí están
Claro de Luna
En un jardín pacífico
Lleno de aguas vivas y de jardineros endiablados
Fotografía tú eres el humo del ardor
Que es su belleza
Y hay en ti
Fotografía
Lánguidos tonos
Donde se oye
Una melopea
Fotografía tú eres la sombra
Del Sol
Que es su belleza

1915


Tarjeta postal


Ejercicio

Hacia un pueblo de retaguardia
Marchaban cuatro artilleros
Estaban cubiertos de polvo
De la cabeza a los pies

Miraban la vasta llanura
Hablando sobre el pasado
Y no se volvían sino apenas
Cuando tosía un obús

Clase dieciséis los cuatro
De ayer hablaban no mañana
Así alargaban la ascesis
Que ejercitaba en morir

La espía

Pálida espía del Amor
Mi memoria apenas fiel
Para verte bella fortaleza
Sólo tuvo una hora un día

Te disfrazas
A tu gusto
Memoria espía del corazón
Ya no encuentras la exquisita
Astucia y vence sólo el corazón

Pero la ves a esa memoria
De ojos vendados lista para morir
Ella afirma que se la puede creer
Mi corazón vencerá sin peligro

Llueve


El canto de amor

He aquí de qué está hecho el canto sinfónico del amor
Hay el canto del amor de antaño
El ruido de los besos perdidos de los amantes ilustres
Los gritos de amor de las mortales violadas por los dioses
Las virilidades de los héroes fabulosos erigidas como piezas contra aviones
El aullido precioso de Jasón
El canto mortal del cisne
Y el himno victorioso que los primeros rayos del Sol
Han hecho cantar a Memnon el inmóvil
Hay el grito de las Sabinas en el momento del rapto
Hay también los gritos de amor de los felinos en las junglas
El rumor sordo de las savias ascendiendo en las plantas tropicales
El trueno de las artillerías que ejecutan el terrible amor de los pueblos
Las olas del mar donde nace la vida y la belleza

Hay el canto de todo el amor del mundo

La partida

Y estaban pálidos sus rostros
Y sus sollozos se habían roto

Como la nieve en puros pétalos
O tus manos bajo mis besos
Caían las hojas del otoño

La corbata y el reloj


Tarjeta postal

Te escribo bajo la tienda
Muere otro día de estío
En que cual flor deslumbrante
En el cielo azul apenas
Un brillante cañonazo
Se mustia antes de haber sido

Recuerdos

Dos lagos negros
Entre una selva
Y una camisa al Sol

Boca abierta sobre un armonio
Era una voz hecha de ojos
Mientras arrastra pequeñuelos

Una viejecita de nariz puntiaguda
Admiro la olla de esmalte azul
Pero la rata penetra en el cadáver y ahí se queda

Un señor en mangas de camisa
Se afeita cerca de la ventana

Silbando una canción que no sabe muy bien
Eso es toda una ópera

Tú que te vuelves hacia el rey
Es que Dios querría morir aún

Corazón, corona, y espejo

Sin nombre


La linda pelirroja

Heme aquí ante todos un hombre de buen sentido
Que conoce la vida y de la muerte lo que un ser vivo puede conocer
Que ha experimentado los dolores y las alegrías del amor
Que supo a veces imponer sus ideas
Que conoce muchos lenguajes
Que no ha viajado poco
Que ha visto la guerra en la Artillería y en la Infantería
Herido en la cabeza trepanado bajo el cloroformo
Que perdió sus mejores amigos en la espantosa lucha
Sé de lo antiguo y de lo nuevo tanto como un solo hombre puede saber de ambos
Y sin inquietarme hoy por esta guerra
Entre nosotros y para nosotros amigos míos
Juzgo esta larga querella entre la tradición y la invención
Entre el Orden y la Aventura
Vosotros cuya boca está hecha a imagen de la de Dios
Boca que es el orden mismo
Sed indulgentes cuando nos comparéis
Con aquellos que fueron la perfección del orden
Nosotros que buscamos por todas partes la aventura

No somos vuestros enemigos
Queremos brindarnos vastos y extraños dominios
Donde el misterio en flor se ofrece a quien quiere tomarlo
Hay allí fuegos nuevos colores jamás vistos
Mil fantasmas imponderables
A los cuales hay que dar realidad
Queremos explorar la bondad comarca enorme donde todo calla
Está también el tiempo que es posible perseguir o hacer retornar
Piedad para nosotros que combatimos siempre en las fronteras
De lo ilimitado y del porvenir
Piedad para nuestros errores piedad para nuestros pecados
Aquí llega el verano la violenta estación
Y mi juventud murió como la primavera
Oh Sol es el tiempo de la Razón ardiente
Y yo espero
Para seguirla siempre la forma noble y dulce
Que toma para que a ella solamente la ame
Ella llega y me atrae como a un hierro el imán
Tiene el aspecto encantador
De una adorable pelirroja
Sus cabellos son de oro se diría
Un bello relámpago que dura
O esas llamas que se pavonean
En las rosas té que se marchitan

Pero reíd reíd de mí
Hombres de todas partes sobre todo los de aquí
Porque hay tantas cosas que no me atrevo a deciros
Tantas cosas que no me dejaríais decir
Tened piedad de mí

Lejos del palomar

S P


Mira

Algodón en los oídos


¡Ola! Trucha

Carta-Océano



















Buenos días, hermano Albert en México














Hay

El creciente y justificado ascenso de la populari­dad y la dimensión de Apollinaire hizo que, después de la muerte del poeta, se tratara de recopilar en volúmenes lo mucho de su obra que había quedado desperdigado aquí y allá, tanto en sus proyectos truncados como en sus numerosas y constantes colaboraciones periodísticas. Entre esos libros pós­tumos se destaca Hay, prologado nada menos que por Ramón Gómez de la Serna, y que fue editado en París por Albert Messein en 1925. El libro incluye verso y prosa, y aunque los poemas –sin desmerecerlo– no superen lo ya alcanzado en Al­coholes y Caligramas, sí resultan altamente significa­tivos para completar la percepción de este poeta extraordinario. Percepción que se ensancha enor­memente, en sus irradiaciones culturales y estéti­cas, a través de los numerosos textos en prosa que completan el volumen. Junto a dos "prosas de gue­rra" escritas justamente en 1917, se reúne un nota­ble conjunto de trabajos dedicados a pintores (es­pecialmente) y escritores contemporáneos. En am­bos casos, el juicio de Apollinaire resulta profético y no pierde nunca su certera certeza. Basta, para comprobarlo, leer los textos reunidos en esta misma antología, que permiten comprobar cómo su ati­nada aprehensión de la pintura nueva no ha perdido nada de su eficacia, así como trasmite a la vez una visión artística y humana del gran Alfred Jarry, en forma hasta desopilante (muy a la altura de las cir­cunstancias), y sin dejar de retratarse –al hacerlo– el mismo.

Esponsales
1902

A una que está al borde de! Océano

Desposó amor a la ausencia un día de verano;
Tanto como mi amor por esa adolescencia
Lentamente acompaña a su mujer, tu ausencia,
Que, muy dulce, lo lleva y, tranquila, se calla.
Y el amor que se vino a los bordes oceánicos,
Donde, de estar desnudas, el cielo sería griego,
Allí llora ser dios aún y desconocido,
Ese dios tan celoso como los dioses únicos.

El Infierno

Un hombre atravesó sin beber el desierto
Y una noche alcanzó las orillas del mar
Tiene más sed aún de ver la amarga ola
Ese hombre es mi deseo, el mar es tu victoria.

Disfrazado de azul teniendo el alma negra
A los pies de una horca pasea un enmascarado
Como si del amor –ese ahorcado verde–
Yo quisiese que ardiera la atroz mano de gloria.

El ahorcado, la máscara y ese hombre alterado
Descienden al Infierno que yo mismo cavo
Y el Infierno siempre es: “Querría que ella me ame.”

Y no tendré yo nunca una cosa a mi gusto
Si no el amor, al menos una muerte tan bella.
Dime, ¿tú no sabías que mi alma es mortal?

En el jardín de Ana
1912

Cierto de haber vivido en mil setecientos sesenta
Esa es justo la fecha que has descifrado, Ana, en ese banco de piedra

Y que por desgracia hubiese sido alemán
Pero por suerte hubiese estado cerca de ti
Hubiéramos hablado de amor de manera imprecisa
Casi siempre en francés
Y colgada apasionadamente de mi brazo
Me hubieras escuchado hablarte de Pitágoras
Pensando también en el café que tomaríamos
Dentro de media hora

Y el otoño se hubiera parecido a este otoño
Que el espino y los pámpanos coronan

Y bruscamente a veces hubiese saludado muy bajo
A nobles damas lánguidas y gordas

Hubiera paladeado lentamente y a solas
Durante largas veladas
El tokay espeso o la malvasía
Me hubiera puesto mi traje español
Para ir por el camino en el cual
Llega en su vieja carroza
Mi abuela que se rehusa a entender el alemán
Hubiera escrito versos plenos de mitología
Sobre tus senos la vida campestre y sobre las damas
De los alrededores

Hubiera roto a menudo mi bastón
Sobre el lomo de un campesino

Me hubiera gustado escuchar música comiendo
Jamón

Hubiera jurado en alemán yo te lo juro
Cuando me hubieras sorprendido besando en la boca
A esa sirvienta pelirroja

Me hubieras perdonado en el bosque de los mirtos

Yo hubiera tarareado un momento
Después habríamos escuchado largo tiempo los ruidos del crepúsculo

Ispahan

Por tus rosas
Hubiera hecho
Un viaje más largo todavía

Tu Sol no es este
Que luce
Doquiera lejos
Y tus músicas que concuerdan con el alba
Son desde ahora para mí
La medida del arte
Según su recuerdo
Juzgaré
Mis versos las artes
Plásticas y a ti misma
Rostro adorado

Ispahan las músicas de la mañana
Despiertan el olor de las rosas de sus jardines

He perfumado mi alma
De rosa
Para mi vida entera

Ispahan gris y de lozas azules
Como si te hubieran
Hecho con
Pedazos de cielo y de Tierra
Dejando en el medio
Un gran hoyo de luz
Esa
Plaza cuadrada Meidan
Sha demasiado
Grande para el muy pequeño número
De pequeños asnos correteando
Y que tan lindamente saben
Rebuznar contemplando
La barba enrojecida a la alheña
Del Sol que se parece
A esos jóvenes comerciantes barbudos
Cobijados bajo su sombrilla blanca
Yo soy aquí el hermano de los álamos

Reconoced bellos álamos a los hijos de Europa
Oh mis hermanos temblorosos que oráis en Asia

Un transeúnte arqueado como un cuerno de antílope
Fonógrafo
Garrapatas
La pequeña tenducha

Montparnasse
1912

Oh puerta del hotel con dos plantas verdes
Verdes que nunca
Tendrán flores
Dónde están mis frutos Dónde estoy plantado
Oh puerta del hotel un ángel frente a ti
Distribuyendo prospectos
Nunca se defendió tan bien a la virtud
Déme para siempre un cuarto a la semana

Ángel barbudo eres en realidad
Un poeta lírico de Alemania
Que querías conocer París
Conocías su empedrado
Esas rayas sobre las cuales no es necesario que se ande
Y sueñas
Con ir a pasar tu domingo a Garches

Está un poco pesado y tus cabellos son largos
Oh buen pequeño poeta un poco tonto y demasiado rubio
Tus ojos se parecen tanto a esos dos grandes globos
Que se van por el aire puro
A la aventura

Un poema
1916

Entró
Se sentó
No mira al pirógeno de cabellos rojos
El fósforo llamea
Partió

Antes del cine
1917

Además esta tarde nos iremos
Al cine

Qué son pues los Artistas
Ya no son quienes cultivan las Bellas Artes
No son los que se ocupan del Arte
Arte poética o música
Los Artistas son los actores y las actrices

Si fuéramos Artistas
No diríamos cine
Diríamos cinematógrafo

Pero si fuéramos viejos profesores de provincia
No diríamos cine ni cinematógrafo
Sino cinema

También hay qué tener gusto Dios mío

Vamos más rápido
1917

Y cae la tarde y los lirios mueren
Mira mi dolor bello cielo que me lo envías
Una noche de melancolía

Sonríe niño oh hermana escucha
Pobres marchad por el camino real
Oh selva mentirosa que surges por mi voz
Las llamas que queman las almas

Sobre el bulevar de Grenelle
Los obreros y los patrones
Árboles de mayo ese encaje
No te hagas el fanfarrón
Vamos más rápido santo Dios
Vamos más rápido

Todos los postes telegráficos
Van allá abajo junto al muelle
Sobre su seno nuestra República
Puso ese ramo de muguetes
Que bien se daban junto al muelle
Vamos más rápido santo Dios
Vamos más rápido

Boca de corazón Paulina tímida
Los obreros y los patrones
Ui-dá ui-dá bella adormecedora
Tu hermano
Vamos más rápido santo Dios
Vamos más rápido

Sollozos
1917

Nuestro amor es regido por las calmas estrellas
Muchos hombres sabemos respiran en nosotros
Que de lejos vinieron y son uno en los dos
Una canción de soñadores
Que arrancaron su corazón
Y lo llevan en la derecha
Recuerda querido orgullo todos esos recuerdos

Marinos que cantaban como conquistadores
Abismos de Tule tiernos cielos de Ofir
Enfermos maldecidos huyendo de su sombra
Y del regreso alegre de emigrantes felices
Ese corazón manaba sangre
Y el soñador iba pensando
En su herida delicada
Y dolorosa y nos decía
No romperás la cadena de esas causas
Que son los efectos de otras causas
Mi pobre corazón mi roto corazón
Parecido al corazón de todo hombre
He aquí nuestras manos que la vida hizo esclavas
Murió de amor o es todo como
Murió de amor y helo aquí Así anda todo
Arránquense también el suyo
Y nada será libre hasta el fin de los tiempos
Todo quede a los muertos
Y escondan los sollozos

La pintura nueva

Se ha reprochado vivamente a los nuevos pintores sus preocupaciones geométricas. Sin embargo las figu­ras geométricas son lo esencial del dibujo. La geometría, ciencia que tiene por objeto la extensión, su medida y sus relaciones, ha sido en todos los tiempos la regla misma de la pintura.
Hasta el presente, las tres dimensiones de la geome­tría euclidiana bastaban para las inquietudes que el sentimiento de infinito pone en el alma de los grandes artistas, inquietudes que no son deliberadamente cien­tíficas, puesto que el arte y la ciencia son dominios distintos.
Los nuevos pintores, no menos que sus antepasa­dos, no se han propuesto ser geómetras. Pero se puede decir que la geometría es a las artes plásticas lo que la gramática es al arte del escritor. Ahora bien, hoy, los sabios no se limitan ya a las tres dimensiones de la geometría euclidiana. Los pintores han sido llevados con toda naturalidad a preocuparse por esas nuevas medidas de la extensión que en el lenguaje de los talleres modernos se designa al mismo tiempo y breve­mente con el término de cuarta dimensión.
Sin entrar en explicaciones matemáticas de otro do­minio y limitándome a la representación plástica, tal como ella se ofrece a mi espíritu, diré que en esas artes plásticas la cuarta dimensión es engendrada por las tres medidas comunes: ella figura la inmensidad del espacio eternizándose en todas las direcciones en un momento determinado. Ella es el espacio mismo, la dimensión del infinito; es ella quien dota de plasticidad a los objetos. Ella les da las proporciones que merecen en la obra de arte, mientras que, en el arte griego por ejemplo, un ritmo en alguna medida mecánico destruye sin cesar las proporciones.
El arte griego tenía de la belleza una concepción puramente humana. Tomaba al hombre como medida de la perfección. El arte de los pintores nuevos toma al Universo infinito como ideal; y es a la cuarta dimensión sola que se debe esta nueva medida de la perfección que permite al artista dar a los objetos proporciones conforme al grado de plasticidad al que aspira llevar a esos objetos.
Nietzsche había adivinado la posibilidad de un arte semejante: "Oh Dionysos divino, ¿por qué me tiras las orejas?" pregunta Ariadna a su filosófico amante en uno de esos célebres diálogos sobre La Isla de Naxos. "Encuentro algo agradable, placentero en tus orejas, Ariadna: ¿por qué no son todavía más largas?".
Nietzsche, cuando aporta esta anécdota, hace por boca de Dionysos el proceso del arte griego.

Queriendo alcanzar las dimensiones del ideal, sin limitarse a la humanidad, los jóvenes pintores nos ofre­cen obras más cerebrales que sensuales. Se alejan de más en más del antiguo arte de las ilusiones ópticas y de las proporciones locales para expresar la grandeza de las fórmas metafísicas. Es por lo qué el arte actual, si no es la emanación directa de creencias religiosas de­terminadas, presenta sin embargo muchos caracteres del gran arte, es decir del arte religioso.

Se podría dar del arte la siguiente definición: creación de nuevas ilusiones. En efecto, todo lo que experimen­tamos no es sino ilusión y lo propio de los artistas es modificar las ilusiones del público en el sentido de su creación. Así, la estructura general de una momia egip­cia está de acuerdo con las figuras trazadas por los artistas egipcios, y sin embargo los antiguos egipcios eran sumamente diferentes unos de otros. Se confor­maban al arte de su época. Es lo propio del arte, su rol social, crear esa ilusión: el tipo. ¡Dios sabe si se han burlado de los cuadros de Manet, de Renoir! ¡Y bien! basta poner los ojos sobre las fotografías de la época para percibir la conformidad de las personas y las cosas en los cuadros que ellos pintaron.
Esa ilusión me parece totalmente natural, siendo las obras de arte lo que una época produce de más enér­gico desde el punto de vista de la plástica. Esa energía se impone a los hombres y es para ellos la medida plástica de una época. Así, aquellas y aquellos que, en el público, se burlan de los nuevos pintores, se burlan de su propia figura, porque la humanidad del porvenir se representará a la humanidad de hoy según las repre­sentaciones que los artistas del arte más viviente, es decir el más nuevo, habrán dejado. No me digan que existen hoy otros pintores que pintan de tal forma que la humanidad pueda reconocerse pintada allí a su ima­gen. Todas las obras de arte de una época terminan por parecerse a las obras del arte más enérgico, el más expresivo, el más típico. Las muñecas que son un arte popular parecen siempre inspiradas por las obras del gran arte de la misma época. Es una verdad que es fácil de controlar. ¿Y sin embargo quién osaría decir que las muñecas que vendían en las tiendas hacia 1880 fueron esculpidas con un sentimiento análogo al de Renoir cuando pintaba sus retratos? Nadie entonces se daba cuenta. Eso significa sin embargo que el arte de Renoir era demasiado enérgico, demasiado vivo para impo­nerse a nuestros sentidos, mientras que para el gran público de la época en que debutaba sus concepciones aparecían tan absurdas como locas.

El gran público de hoy resiste las obras de los jóvenes pintores, de igual modo que el público de 1880 las obras de Renoir. Llega hasta a tratarlos de bromistas y cuando mucho condesciende a veces a decir que se equivocan.
Ahora bien, no se conoce en toda la historia de las artes una sola mistificación colectiva, no ya un error artístico colectivo. Hay casos aislados de mistificación y de error, pero no podrían existir colectivos. Si la nueva escuela de pintura nos presentara uno de esos casos, sería un acontecimiento tan extraordinario que se lo podría llamar un milagro. Concebir un caso de esa clase, sería concebir que bruscamente, en una nación dada, todos los niños nacieron privados de cabeza o de una pierna o de un brazo, concepción evidentemente absurda. No hay errores ni mistificaciones colectivas en arte, no hay más que distintas épocas y distintas escuelas del arte. Todas son igualmente respetables y según las ideas que uno se ha hecho de la belleza, cada escuela artística es sucesivamente admirada, despreciada y de nuevo admirada.

Por mi parte, admiro extremadamente la escuela mo­derna de pintura porque ella me parece la más audaz que haya existido nunca. Ella ha planteado la cuestión de lo bello en sí.
Ella quiere figurarse lo bello separado de la delecta­ción que el hombre causa al hombre; y desde el co­mienzo de los tiempos históricos hasta nuestros días, ningún artista europeo había osado eso. Los nuevos artistas necesitan una belleza ideal que no sea sola­mente la expresión orgullosa de la especie.

El arte de hoy reviste sus creaciones de una aparien­cia grandiosa, monumental, que supera a ese respecto todo lo que había sido concebido por los artistas de épocas precedentes; y sin embargo no hay en ese arte ninguna huella de exotismo. Ciertamente, nuestros jó­venes artistas conocen las obras de arte chinas, los simulacros de los negros y los australianos, las minu­cias del arte musulmán, pero no se encuentran huellas de ninguna de esas influencias en sus obras, no más que de las pinturas primitivas italianas o germánicas. El arte francés de hoy nació espontáneamente sobre el suelo francés. Y eso prueba la vitalidad de la nación francesa y que ella está lejos de la decadencia. Se podría establecer fácilmente un paralelo entre ese arte francés contemporáneo y el arte gótico que ha sem­brado de admirables monumentos el suelo de Francia y de toda Europa. Terminadas las influencias griega e italiana. He aquí el renacimiento del arte francés, es decir del arte gótico, y espontáneamente, sin apariencia de imitación. El arte de hoy se relaciona con el arte gótico a través de todo lo que las escuelas intermedias han tenido de verdaderamente francés, de Poussin a Ingres, de Delacroix a Manet, de Cézanne a Seurat, de Renoir al Aduanero Rousseau, esa humilde pero tan expresiva y poética expresión del arte francés.
La vitalidad de éste arte enérgico e infinito que ha surgido del suelo de Francia nos ofrece un maravilloso espectáculo. Pero nadie es profeta en su tierra y es por ello que encuentra aquí más resistencia que en cual­quier otra parte lejana.

Alfred Jarry

La primera vez que vi a Alfred Jarry, fue en las vela­das de La Plume, las segundas, aquellas de las que se decía que no eran cómo las primeras. El Café del Sol de Oro había cambiado de nombre: se llamaba Café de la Partida. Ese nombre melancólico aceleró sin duda el fin de las reuniones y quizá el de La Plume. ¡Esa invitación al viaje nos hizo partir bien lejos unos de otros! Sin embargo, hubo en el subsuelo, en la plaza Saint-Michel, algunas bellas veladas, y amistades en pequeño nú­mero se anudaron allí.
Alfred Jarry, la noche de que se trata, se me apareció como la personificación de un río, un joven río sin barba, en ropas mojadas de ahogado. Los pequeños bigotes caídos, la levita cuyos faldones se balanceaban, la ca­misa floja y los zapatos de ciclista, todo eso tenía algo de blando, de esponjoso; el semidiós estaba todavía húmedo, parecía que, pocas horas antes, había salido mojado del lecho donde se deslizaba su onda.
Bebiendo stout, simpatizamos. Recitó versos con metálicas rimas en ordre y en arde. Y luego, después de haber escuchado una nueva canción de Cazals, nos fuimos durante un cake-walk desenfrenado en el que se mezclaban René Puaux, Charles Doury, Robert Scheffer y dos mujeres cuyos cabellos se despeinaban.
Pasé casi toda la noche midiendo el boulevard Saint-Germain con Afred Jarry, y conversando de blasones, de herejías, de versificación. Me habló de los marineros entre los cuales vivía una gran parte del año, de las marionetas con las cuales había hecho representar Ubú por primera vez. La voz de Alfred Jarry era clara, grave, rápida y a veces enfática. Cesaba de golpe de hablar para sonreír y bruscamente volvía a ponerse se­rio. Su frente se agitaba sin cesar, pero a lo largo y no a lo alto como se ve generalmente. Hacia las cuatro de la mañana, un hombre se acercó a nosotros para pregun­tarnos por el camino de Plaisance. Jarry sacó rápida­mente un revólver, intimó al transeúnte ordenándole retroceder seis pasos y le dio la información. Nos sepa­ramos enseguida y él volvió a su grande mansión de la calle Cassette donde me invitó a ir a verlo.

–¿El señor Alfred Jarry?
–En el tercero y medio.
Esa respuesta de la portera me asombró. Subí a lo de Alfred Jarry que efectivamente vivía en el tercero y medio. Habiéndole parecido al propietario muy altos de techo los pisos de la casa, los había desdoblado. Ese edificio, que existe aún, tiene de esa manera quince pisos, pero como, en definitiva, no es más elevado que las otras casas del barrio, no es sino una reducción de rascacielo.
Por lo demás, las reducciones abundaban en la vi­vienda de Alfred Jarry. Ese tercero y medio no era sino una reducción de piso donde, en pie, el locatario cabía cómodamente, mientras que, siendo más grande que él, yo estaba obligado a inclinarme. La cama no era sino una reducción de cama, es decir un camastro: las ca­mas bajas están de moda, me dijo Jarry. El escritorio no era sino una reducción de mesa, ya que Jarry escribía acostado boca abajo sobre el piso. El mobiliario no era sino una reducción de mobiliario que no se componía más que de la cama. En la pared, estaba colgada una reducción de cuadro. Era un retrato de Jarry del que había quemado la mayor parte, no dejando más que la cabeza que lo mostraba parecido al Balzac de una cierta litografía que conozco. La Biblioteca no era sino una reducción de biblioteca, y es mucho decir. Se com­ponía de una edición popular de Rabelais y de dos o tres volúmenes de la Biblioteca rosa. Sobre la chimenea se erguía un gran falo de piedra, trabajo japonés, regalo de Felicien Rops a Jarry, que siendo mucho mayor que el natural estaba siempre cubierto con un gorro de terciopelo violeta desde el día en que el monolito exótico había espantado a una mujer de letras sin aliento por haber subido al tercero y medio y desorientada en esa grande mansión desamoblada.
–¿Es un vaciado? –había preguntado la dama.
–No –respondió Jarry– es una reducción.

A su regreso de Grands Lemps adonde había ido a trabajar con Claude Terrasse, vino a buscarme a un bar inglés de la calle de Amsterdam donde yo iba asiduamente. Cenamos allí y como Jarry tenía oros, quiso pagarme Bostock. En las últimas galerías, espantó a sus vecinos hablándoles sobre los leones, revelándoles ciertos secretos horripilantes de su doma. El olor de las fieras lo embriagaba. Pretendía haber cazado a la pan­tera en un jardín de la calle de la Tour des Dames. En verdad, eran jóvenes panteras que se habían escapado de su jaula abierta por descuido. He ahí a los huéspe­des de Jarry bien complicados y bien listos para matar a las pobres y pequeñas panteras, a tiro de rifle desde las ventanas.
–No hagan nada –dijo Jarry– yo me encargo de todo.
Había en el comedor donde él se hallaba una arma­dura a su medida. Se armó de caballero, y, completa­mente acorazado de hierro, bajó al jardín sosteniendo un vaso en su manopla. Las bestias feroces saltan y Jarry les presenta el vaso vacío. Domadas de inme­diato, lo siguen y vuelven a entrar en su jaula que él cierra.
–Porque –decía Jarry– ese método es el mejor para reducir a las fieras: Al igual que la mayor parte de los hombres, las bestias más crueles tienen horror a los vasos vacíos y, en cuanto los ven, el espanto las vuelve cobardes; se hace entonces de ellas lo que se quiere.
Y como mientras contaba esas historias, agitaba su revólver, los espectadores retrocedían, las mujeres ma­nifestaban su terror y algunas quisieron irse. Ense­guida, Jarry no me ocultó la satisfacción que había experimentado al espantar a los filisteos, y fue con el revólver en la mano que subió a la imperial del ómnibus que debía llevarlo de vuelta a Saint-Germain-des-Prés Desde allá arriba, para decirme adiós, agitaba todavía su bull-dog.

Ese bull-dog pasó alrededor de seis meses en el taller de uno de nuestros amigos. He aquí en qué circunstancias.
Habíamos sido invitados a cenar en la calle de Rennes. A la mesa, habiendo querido alguien leerle las manos, Jarry probó que poseía todas las líneas dobles. Para mostrar su fuerza, rompió a puñetazos los platos dados vuelta, y terminó por herirse. El aperitivo, los vinos lo habían agitado. Los licores terminaron de excitarlo. Un escultor español quiso conocerlo y le dijo algunos cumplidos. Pero Jarry intimó a ese bribón ordenándole salir del salón, no volver a aparecer por allí, y me aseguró que ese muchacho acababa de ha­cerle las proposiciones más deshonestas. Al cabo de unos minutos, el español, que había huido, volvió, y de inmediato Jarry disparó sobre él un tiro de revólver. La bala fue a perderse en una cortina. Dos mujeres encin­tas, que se encontraban cerca, se desvanecieron. Los hombres no estaban tampoco demasiado tranquilos, y entre dos nos llevamos a Jarry. En la calle, me dijo con la voz del padre Ubú: “¿No es verdad que era lindo como literatura?... Pero olvidé pagar los gastos..."
Al llevárnoslo lo habíamos desarmado, y, seis meses después, vino a Montmartre a reclamarnos el revólver que nuestro amigo había olvidado devolverle.

Las travesuras de Jarry hicieron el mayor daño a su gloria, y su talento, uno de los más singulares y de los más sólidos de su época, que no le daba lo suficiente para vivir. Vivía mal, alimentándose en París de costillas de cordero crudas y de pepinillos. Me aseguró que, para mejorar su estómago, bebía a menudo antes de acos­tarse un gran vaso en el cual había echado por mitades vinagre y ajenjo, extraña mezcla que él unía agregándole una gota de tinta. Las atenciones femeninas le faltaron al pobre padre Ubu.
En Coudray, vivía de su pesca; y por cierto, tuvo suerte de haber vivido a menudo lejos de París, al borde del río. La ciudad lo hubiera matado muchos años antes de lo que lo ha hecho.
Alfred Jarry ha sido hombre de letras como se lo es raramente. Sus menores acciones, sus chiquilladas, todo eso, era literatura. Es que estaba fundado en letras y en eso solamente. ¡Pero de qué admirable manera! Alguien dijo un día frente a mí que Jarry había sido el último autor burlesco. ¡Es un error! Si así fuera, la mayor parte de los autores del siglo XV, y una gran parte de los del XVI, no serían más que burlescos. Esa palabra no puede designar los productos más raros de la cultura humanista. No se posee término que pueda aplicarse a esa alegría particular donde el lirismo se vuelve satírico, donde la sátira, ejerciéndose sobre la realidad, sobrepasa de tal manera a su objeto que lo destruye y asciende tan alto que la poesía no lo alcanza más que trabajosa­mente, mientras que la trivialidad pertenece aquí al gusto mismo, y, por un fenómeno inconcebible, se vuelve necesaria. Esos libertinajes de la inteligencia en que los sentimientos no toman parte, sólo los permitió el Renacimiento, y Jarry, por un milagro, ha sido el último de esos libertinos sublimes.

Tenía admiradores y, entre sus lectores, se contaban filólogos y sobre todo matemáticos. Asimismo, era po­pular en la escuela politécnica. Pero muchos lo desco­nocían en el público y entre la gente de letras. Sufría extremadamente por esos desprecios. Una vez, me habló largamente de una carta en la cual el señor Francis Jammes lo sermoneaba a propósito del Supermacho que acababa de aparecer. El poeta de Orthez decía que los libros de Jarry olían al ciudadano al cual la vida fuera de París devolvería la salud moral, etcétera. Era así o algo por el estilo. "¿Qué diría, observaba Jarry, si supiera que paso la mayor parte del año en el campo, al borde de un río donde pesco cotidianamente?"

Después de pasar un largo tiempo sin encontrarlo, volví a ver a Jarry en el momento en que su existencia parecía volverse menos precaria. Hacía aparecer li­bros, anunciaba La Dragona, hablaba de una pequeña herencia de la que formaba parte una torre, en Laval. Esa torre, que iba a hacer restaurar para vivir en ella, tenía la singular virtud de girar sin cesar sobre su base. El movimiento era muy lento, sin embargo, ya que la torre ponía cien años en cumplir la vuelta completa. Creo que esa historia fabulosa provenía de una logoma­quia donde se mezclaban los dos sentidos de la palabra tour y sus dos géneros * .
* _ En francés, la misma palabra tour significa torre en femenino y vuelta en masculino. (N. del T.)

Sea lo que sea, Jarry cayó enfermo, y de miseria. Algunos amigos lo salvaron. Volvió a París con dinero y sus facturas de farmacia. ¡Eran cuentas del vinero!
No estuve después al corriente de su existencia. Pero sé que en muy pocos días Jarry bebió por mucho dinero y que casi no comió. No supe que lo habían llevado al hospital de la Charité. Parece que permaneció lúcido y travieso hasta el final. Georges Polti, habiendo ido a visitarlo, se aproximó a su lecho y, como estaba muy emocionado y tenía poca vista, no se dio cuenta que Jarry, moribundo como estaba, gritó con voz fuerte para darse el gusto de sorprender a su amigo y hacerlo estremecerse: "¡Y bien! Polti, ¿cómo anda eso?"
Jarry murió el 1° de noviembre de 1906, y el 3 éramos unos cincuenta quienes seguíamos su cortejo. Los ros­tros no estaban tristes, y solamente Fagus, Thadée Natanson y Octave Mirbeau tenían un poquito de aire fúne­bre. Sin embargo, todo el mundo sentía vivamente la desaparición del gran escritor y del encantador muchacho que fue Jarry. Pero hay muertos que se deploran de otra manera que por las lágrimas. No quedan bien lloronas en el entierro de Folengo, ni en el de Rabelais, ni en el de Swift. Tampoco eran necesarias en el de Jarry. Muertos como esos no han tenido nunca nada en común con el dolor. Sus sufrimientos no han estado nunca mezclados con tristeza. Es necesario, para se­mejantes funerales, que cada uno muestre un feliz or­gullo de haber conocido un hombre que no experimentó nunca la necesidad de preocuparse por las miserias que lo abrumaban a él y a los otros.
No, nadie lloraba detrás del coche fúnebre del Padre Ubú. Y como era un domingo, el día siguiente del de los Muertos, la muchedumbre de los que habían estado en el cementerio de Bagneux se había esparcido al caer la tarde en los negocitos de los alrededores. Rebosaban de gente. Se cantaba, se bebía, se comían salchichas: cuadro truculento como una descripción imaginada por aquel que enterrábamos.
Noviembre de 1909

Los diablos del amor

Continuando con la tarea de recuperación de los muchos trabajos literarios de Apollinaire no reuni­dos en volumen, Michel Décaudin reunió en 1964 para la editorial Gallimard, bajo el título de Los dia­blos del amor, lo que pudo volver a encontrarse de un viejo proyecto al que el poeta había hecho referen­cia ya en 1917. Se trataba de reunir los prólogos que Apollinaire había redactado para la colección “Maestros del Amor'', así como las notas mucho más cortas (y a menudo de un interés algo menor) para los volúmenes del "Cofre de los Bibliófilos", las dos colecciones que dirigía para la "Biblioteca de los Curiosos". Por la seriedad y hondura con que en­caró esa tarea, entre cuyos muchos hallazgos se destaca el hecho de haber puesto en evidencia – casi por primera vez– a talentos como los del Padre Francisco Delicado y el Marqués de Sade, se podrá comprobar que no fue en ningún momento por un mezquino interés apenas mercenario que Apolli­naire se interesó, e interesó a estos editores, en publicar lo mejor de la literatura erótica. Basta, para comprobarlo, leer el extraordinario texto sobre Baudelaire que publicamos a continuación, tan atinado como justo, y que –como siempre– tanto nos ha­bla del genial autor de Las flores del mal como del mismo Apollinaire.

Las flores del mal

Expresar con libertad lo que es del dominio de las costumbres, no se conoce coraje más grande en un escritor. Choderlos de Laclos se aplicó a ello con una precisión por la primera vez verdaderamente mate­mática.
1782, es la fecha memorable de la publicación de Las relaciones peligrosas donde, oficial de artillería, in­tentó aplicar a las costumbres las leyes de la triangula­ción, que sirven tan bien, como se sabe, a los artilleros como a los astrónomos.
¡Asombroso contraste! La vida infinita que gravita en el firmamento obedece a las mismas leyes que la artille­ría destinada por los hombres a sembrar la muerte.

De las medidas angulares calculadas por Laclos na­ció el espíritu literario moderno; es allí que descubrió los primeros elementos Baudelaire, un explorador razona­ble y refinado de la vida antigua, pero cuyas visiones sobre la vida moderna implican todas una cierta locura. Es con delicia que había aspirado las burbujas corrom­pidas que ascienden del extraño y rico barro literario de la Revolución donde, cerca de Diderot, Laclos, hijo intelectual de Richardson y de Rousseau, tuvo como continuadores más notables: Sade, Restif, Nerciat y todos los cuentistas filosóficos de fines del siglo XVIII.
La mayor parte de ellos, en efecto, contienen en germen el espíritu moderno que se apresta a triunfar, creando para las artes y las letras una nueva era.
A este maná nauseabundo y a menudo genial de la Revolución, Baudelaire le mezcló lo más espiritualista de un extraño norteamericano, Edgar Poe, que había compuesto, en el dominio poético, una obra que es la gemela inquietante y maravillosa de la de Laclos.
Baudelaire es pues el hijo de Laclos y de Edgar Poe. Se discierne fácilmente la influencia que uno y otro han ejercido sobre el espíritu profético y pleno de originalidad de aquel que, desde este año 1917, en que su obra cae en dominio público, se puede poner no solamente entre los grandes poetas franceses, sino también al lado de los más grandes poetas universales.
La prueba de la influencia de los literatos cínicos de la Revolución sobre Las flores del mal se encuentra so­bre todo en su correspondencia y en sus notas. La de Edgar Poe decidió al poeta a adaptar al lirismo extraña­mente cultivado que le había revelado el maravilloso ebrio de Baltimore los sentimientos morales que había extraído de sus lecturas prohibidas.
En los novelistas de la Revolución, había descubierto la importancia de la cuestión sexual.
Entre los anglosajones de la misma época, como Quincey y Poe, había aprendido que existen paraísos artificiales. Su exploración metódica le permitió alcan­zar, apoyado en la Razón, diosa revolucionaria, las cumbres líricas hacia las cuales los predicadores locos de Norteamérica habían dirigido a Edgar Poe, su contemporáneo. Pero la Razón lo cegó y lo abandonó en cuanto hubo alcanzado las alturas.

Baudelaire es pues el hijo de Lacios y de Edgar Poe, pero su hijo ciego y loco que, sin embargo, antes de escalar las cimas, había mirado con una admirable precisión las artes y la vida.
Es verdad también que en él se ha encarnado por primera vez el espíritu moderno. Es a partir de Baude­laire que algo ha nacido que no ha hecho más que vegetar, mientras que naturalistas, parnasianos, sim­bolistas pasaban cerca sin ver nada; mientras que los naturalistas, habiendo dado vuelta la cabeza, no tenían la audacia de examinar la novedad sublime y monstruosa.
A los que asombraría su nacimiento ínfimo del barro revolucionario y de la viruela norteamericana, habría que responderles por lo que enseña la Biblia con respecto al origen del hombre surgido del limo de la Tierra.
Es cierto que la Novedad tomó ante todo el rostro de Baudelaire, que ha sido el primero en insuflar el espíritu moderno en Europa, pero su cerebro profético no supo profetizar, y Baudelaire no ha penetrado ese espíritu moderno del que estaba él mismo penetrado, y del que descubrió los gérmenes en otros venidos antes que él.
Y valdría bien la pena que se lo abandonara, como han sido abandonados líricos de gran talento tales como un Jean-Baptiste Rousseau desde que, repetido por unos y otros y puesto al alcance del vulgo, su lirismo hubo envejecido.

Sin embargo, aun caído en el dominio público, Bau­delaire no está todavía allí y puede siempre enseñarnos que una actitud elegante no es del todo incompatible con una gran franqueza de expresión.
Las flores del mal son a ese respecto un documento de primer orden.
La libertad que reina en ese conjunto no le ha impe­dido dominar sin discusión la poesía universal a fines del siglo XIX.
Su influencia cesa actualmente, lo que no es un mal.
De esa obra hemos rechazado el lado moral que nos perjudicaba al forzarnos a encarar la vida y las cosas con un cierto diletantismo pesimista del cual ya no somos víctimas.
Baudelaire miraba la vida con una pasión hastiada que tendía a transformar árboles, flores, mujeres, el Universo entero y el arte mismo, en algo pernicioso.
Era su sinrazón y no la sana realidad.
Sin embargo, no hay que dejar para nada de admirar el coraje que tuvo Baudelaire de no velar en absoluto los contornos de la vida.
Hoy, ese coraje sería el mismo.
Los prejuicios con respecto al arte no han cesado de crecer, y aquellos que osaran expresarse con tanta libertad como lo hizo Baudelaire en Las flores del mal encontrarían contra ellos, si no la autoridad judicial, al menos la desaprobación de sus pares y la hipocresía del público.
El regreso a la esclavitud, que se adorna en nuestros días con el nombre de la libertad, ha tenido ya por primer resultado, en lo que toca a las letras (muy particularmente en honor al estado de cosas que se decide), suprimir la élite independiente, así como casi toda crítica digna de ese nombre, y lo poco que resta de ella no osaría hablar hoy de Las flores del mal.
Si ya casi no participa en ese espíritu moderno que procede de él, Baudelaire nos sirve de ejemplo para reivindicar una libertad que se acuerda de más en más a los filósofos, a los sabios, a los artistas de todas las artes, para restringirla de más en más en lo que con­cierne a las letras y a la vida social.
El uso social de la libertad literaria se volverá de más en más raro y precioso. Las grandes democracias del porvenir serán poco liberales para con los escritores; es bueno plantar muy alto poetas banderas como Baudelaire.
Podrá agitárselos de tiempo en tiempo, a fin de suble­var al pequeño número de esclavos todavía trémulos.

Pero repitamos el "Homenaje" de Stéphane Mallarmé:

El templo sepultado divulga por la boca
Sepulcral de cloaca babeando rubí y barro
Abominablemente algún ídolo Anubis
Todo el hocico en llamas como un feroz ladrido

O bien que el gas reciente tuerza la mecha bizca
La que enjuga sabemos los oprobios sufridos
Iluminando huraño un pubis inmortal
Cuyo vuelo según reverbera pernocta.

Qué follaje secado en ciudades sin noche
Bendecirá votivo como ella al sentarse
Vanamente en el mármol de Baudelaire.

Al velo que la ciñe ausente, escalofríos,
Esa su Sombra aún un tutelar veneno
A respirarlo siempre aunque de ello muramos.

POESÍA EN LA VOZ DE PILAR IGLESIAS PROGRAMA 2011 LA MEMORIA





Raúl González Tuñón

DIFUSIÓN DE LA POESÍA, DE LA MEMORIA, DE LA HISTORIA RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN













POEMAS DE HOY DE LA ROSA BLINDADA RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN QUIÉN ESCRIBE LA HISTORIA? ROBERTO ARLT

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Colección AUDIOLIBROS LA MUERTE EN MADRID 1939
Autor: RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN
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