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ISIDORE DUCASSE CONDE DE LAUTRÉMONT TALLER DE POESÍA AUPA


CRONOLOGIA




1846 Nace en Montevideo, el 4 de abril, Isidore Ducas­se, hijo del diplomático francés Francois Ducasse, destinado en el Consulado de Francia en la capital de Uruguay.
1859/62 Isidore Ducasse cursa estudios en el Liceo Impe­rial de Tarbes (Francia).
1863/65 Continúa sus estudios en el Liceo Imperial de Pau.
1867 Fija su residencia en Paris.
1868 Aparece en agosto, publicado a cuenta del autor-pero anónimamente- el Canto primero de su gran poema en prosa Cantos de Maldoror.
1869 Ducasse edita la versión completa de sus Cantos de Maldoror, firmada bajo el pseudónimo de Con­de de Lautréamont, que se convertirá en su verda­dero nombre literario. una novela de Eugenio Sué llevaba por título Lautréamont, y había sido pu­blicada en 1838.) Sin embargo el volumen no se dis­tribuye en librerías.
1870 Edita bajo su verdadero nombre los dos fascículos titulados Poesías, con los que se propone iniciar un camino plenamente diferenciado y aparentemen­te contradictorio con su obra anterior. El primero de ellos fue presentado a censura en el Ministerio del Interior en el mes de abril y el segundo en ju­nio de este año, pero no fueron distribuidos. Tras la contienda Franco-Alemana los prusianos entran en París -tras su rendición- el 19 de septiembre. El 24 de noviembre muere Ducasse/Lautréamont en Montmartre, París.
1874 Reaparece en Bruselas la edición -no distribuida hasta entonces, posiblemente por razones de cen­sura- de 1869.
1919 Aparece la primera edición íntegra de Poesías en la revista francesa Littérature, a cargo de André Breton; su publicación en libro se producirá con un prefacio de otro fundador del surrealismo -Philippe Soupault- el siguiente año.



NOTAS PARA UNA VIDA DE ISIDORO DUCHASE Y DE SUS ESCRITOS

Al señor Pascal Pia

El objeto de estas notas es separar la vida de Isidore Ducasse de las fábulas que la deforman e inclinan en diversos sentidos la lectura de sus obras. En cabeza de estas notas -porque resumen sus descubrimientos o se confunden con ellas- es preciso rendir homenaje a un pequeño número de estudiosos que, desde hace casi cien años, han contribuido a la identificación de Isidore Ducasse y a la salvaguarda de sus escritos.
El primero de ellos es Auguste Poulet-Malassis. Re­fugiado en Bruselas desde 1864 y dedicado al comer­cio de libros clandestinos, el compañero de Baudelaire ha mantenido para su clientela, principalmente pari­siense, un «Boletín trimestral de las publicaciones pro­hibidas en Francia, impresas en el extranjero». En su boletín n0 7, del 23 de octubre de 1869, anuncia la pu­blicación de los Cantos de Maldoror, por el conde de Lautréamont (Cantos 1, II, III, IV, Y; VI), impresos en Bruselas por Lacroix y Verboeckhoven. Nuestra edi­ción reproduce, a manera de prefacio, esa noticia que revela el nombre del autor de los Cantos y coloca su obra al lado de las de Madame Bovary y Las flores del Mal, a quienes no le ha faltado «el sacramento de la sexta cámara».
Al final del mismo boletín, Poulet-Malassis señala que «el impresor se ha negado, en el momento de po­nerlos en venta, a entregarle los Cantos de Maldoror». Puede creerse que no descuida las gestiones para que Lacroix y Verboeokhoven reconsideren su negativa, pues obtiene del último citado las tres cartas por las cuales Isidore Ducasse se informa de la aparición del libro. Esas cartas a Verboeckhoven, del 23 y del 27 de octubre de 1869 y del 21 de febrero de 1870, fueron insertadas en el ejemplar de los Cantos que estaba en la biblioteca de Poulet-Malassis (el ex-libris: «¡lo ten­go! A. P. M.» no deja ninguna duda a este respecto) y que se halla conservado en la biblioteca literaria Jac­ques Doucet.
Unos veinte años más tarde, en 1890, un joven edi­tor originario de Bélgica, Léon Oenonceaux, reimpri­me en París los Cantos de Maldoror. La introducción, firmada con sus iniciales y dedicada «a mi amigo Al­bert Lacroix» (el primer impresor del libro), rechaza la leyenda de la locura del poeta puesta en circulación por el artículo de Léon Bloy El Calabozo de Prome­teo, donde hace un esbozo de la vida de Isidore Du­casse. Desde entonces se conoce el lugar y la fecha de su muerte, descubierto por Léon Oenonceaux en la par­tida de defunción, y su obra se ve acrecentada por las dos cartas dirigidas al banquero Darasse: una, del 22 de mayo de 1869, citada en la introducción, y otra, del 12 de marzo de 1870, reproducida fuera de texto.
Después de esta publicación, Remy de Gourmont, entonces bibliotecario de la Biblioteca Nacional, hace aparecer en el número del Mercure de France de febrero de 1891, bajo el título de «La literatura Maldoror» el resultado de sus investigaciones sobre la obra de Isi­dore Ducasse. A él se le deben estas apreciadas indica­ciones bibliográficas:

1. LOS CANTOS DE MALDOROR. Canto pri­mero. Por... -París, imp. de Balitout, Questroy et Cje, 7, rue Bailhf Agosto de 1868. - En 8. a algo grande de 32 páginas con cubierta verde claro (precio: 30 céntimos).
2. POESÍAS (par) Isidore Ducasse. 1-II -París, diarios políticos y literarios. Librería Gabrie, 25 pasa­je Verdeau. 1870. Imp. de Balitout, Questroy et Cie, 7, rue Baill¡f - Dos fascículos de 16 páginas, en 8.0 algo grande con cubierta salmón muy claro.
Remy de Gourmont descubre por otra parte las prin­cipales variantes que existen entre el texto del Canto Primero de Maldoror, publicado en París, sin nom­bre de autor, en agosto de 1868, y el texto de la obra completa, impreso el año siguiente en Bruselas. Por úl­timo, en el mismo número de la revista, da una doce­na de fragmentos de las Poesías 1 y IL
Tras citar Remy de Gourmont en su artículo la fe­cha de nacimiento de Isidore Ducasse (1850) indicada por Léon Genonceaux, el Mercure de France recibe, de un tío del poeta, un extracto de la partida de naci­miento, que aparece en el número de noviembre de 1891: se sabe desde entonces que el autor de los Can-tos nació en Montevideo el 4 de abril de 1846.
Durante los treinta años que siguieron, y a pesar de estar de moda Maldoror entre los jóvenes inmediatos de la generación simbolista (Alfred Jarry, Léon-Paul Fargue, Valery Larbaud, etc.), el estado de las investi­gaciones sobre la vida de Isidore Ducasse permanece estacionaria, y sus Poesías -cuyo único ejemplar co­nocido se halla en la Biblioteca Nacional- no son de nuevo impresas. Sin embargo, Bertrand Guégan deci­de citar numerosos párrafos de ellas en el Armoire de citronier, almanaque para el año 1919, acabado de im­primir «el primer día del año 1 de la Sociedad de Na­ciones». Algunos meses más tarde el texto íntegro de los dos fascículos se reproduce en los números 2 y 3 (abril y mayo de 1919) de la revista Littérature, prece­dido por una nota de André Breton.
Encomiada por los dadaístas y por los surrealistas, la obra de Isidore Ducasse se pone al alcance de los lectores gracias a las numerosas ediciones de los Cantos y de las Poesías que, a manera de prefacio, repro­ducen o comentan los artículos de Léon Genonceaux y de Remy de Gourmont.
A continuación de una edición nueva de las Poesías, presentado por Philippe Soupault, aparece, en las edi­ciones de Hautes Pyrénées de la Dépéche de Toulosse del 5 de marzo de 1923, un «Carnet del Curioso», fir­mado por el «Aficionado de las Medallas» (se trataba de Fracois Alicot, corresponsal en Tarbes de ese dia­rio), el cual publica por primera vez el certificado de defunción de Isidore Ducasse, y descubre la presencia de éste en el liceo de Tarbes entre 1859 y 1862. Este descubrimiento rectifica la biografía del poeta que, se­gún Léon Genonceaux, no había llegado a Francia has­ta 1867.
Bajo el título de «Cartas del conde de Lautréamont», las tres cartas de Isidore Ducasse a Verboeckhoven, in­sertan por Poulet-Malassis en su ejemplar de los Can-tos (entonces recientemente entregado al modista bi­bliófilo Jacques Doucet por el librero Camille Bloch), aparecen en el número 10 de Littérature, nueva serie, el 1.0 de mayo de 1923. Una breve nota de Paul Eluard les acompaña, aunque el nombre del destinatario es omitido y nada denuncia de donde provienen.
En 1925, los uruguayos Gervasio y Alvaro Guillot Muñoz publican un pequeño libro que reúne dos estu­dios, Lautréamont y Laforgue, en la «Colección France-Amérique» de Montevideo. La parte positiva del artículo sobre Lautréamont es el texto, traducido del español, de la partida de bautismo de Isidore Du­casse, y un cuadro de la vida montevideana hacia la mitad del siglo pasado. Del poeta hay muy pocas co­sas más, aunque sí diversas anécdotas de su padre, Francois Ducasse, canciller en el Consulado General de Francia en Montevideo, recogidas por los herma­nos Guillot Muñoz de boca de algunos amigos super­vivientes. Según ellos, Francois Ducasse era un hom­bre conocido en la sociedad montevideana y ameniza­ba la crónica social representando el papel de dandy, y gastaba mucho dinero en sus placeres y en el tren de vida de la casa. «Coleccionista de muchachas de tea­tro», había tenido, entre otras queridas, a la actriz bra­sileña Rosario de Toledo, a la que abandonó al cabo de menos de un año, tras habérsela quitado a un ena­morado inglés, que murió poco después en estado de alienación mental.
Al margen de estas extravagancias, Francois Ducas­se tenía una reputación de hombre de talento, muy ins­truido. Al término de un largo viaje de estudios por «las regiones vecinas del trópico de Capricornio», es­cribió un libro sobre «las civilizaciones precolombinas de las tribus guaraníes», pero el amigo a quien había confiado el manuscrito fue asesinado por los contra­bandistas brasileños, que lo quemaron. Hacia el final de su vida, Francois Ducasse se arruinó al fundar una escuela de lengua francesa en donde él explicaba un cur­so de filosofía basado en el positivismo de Augusto Comte y en las ideas morales de Edgar Quinet. Según los mismos testimonios, Francois Ducasse murió en 1887, en «la más completa indigencia».
El hecho de que estos episodios de la vida de Fran­cois Ducasse hayan sido a menudo reproducidos y co­mentados por los biógrafos del poeta, se debe a que ilustran la «extravagancia» que Isidore Ducasse le re­procha a su padre en una de las cartas al banquero Da rasse. Sin embargo, poco después de aparecer la obra de los hermanos Guillot Muñoz, el escritor argentino Eduardo Montagne dio a conocer inverosímilmente al­gunos de esos episodios al publicar en la revista Él Ho­garde Buenos Aires una interesante carta de su tío Pru­dencio Montagne, que salió de Francia y fue a parar a Montevideo, en donde mantuvo amistad con Fran­cois Ducasse, al que conoció y frecuentó desde su ju­ventud. Destaca en esta carta que los escritos del can­ciller sobre las civilizaciones precolombinas son por lo menos hipotéticos (precursor del incaismo, Prudencio Montagne se extraña con toda razón de no haber sabi­do nunca nada) y gratuita la hipótesis de su final mise­rable: Francois Ducasse murió no en la indigencia, si­no en un hotel de primera clase, con una sólida cuenta en el banco y rodeado de todos los cuidados. En cam­bio, este testigo confirma la existencia de la biblioteca del canciller, en donde figuraban los principales clási­cos de la literatura francesa.
Con la ayuda de los recuerdos de Prudencio Mon­tagne, y continuando las pacientes investigaciones, cu­yos primeros resultados habían aparecido en la Dépé­che de Toulouse, Francois Alicot publica en el Mercu­re de France del 1.0 de enero de 1928 un nuevo artícu­lo, «A propósito de los Cantos de Maldoror. El ver­dadero rostro de Lautréamont», que da la cifra de la fortuna de Francois Ducasse, según su testamento oló­grafo, y no deja ya dudas sobre el buen estado de los asuntos del canciller. Pero esto no es más que un as­pecto de este notable artículo, que aporta estos dos pun­tos capitales:

1. La familia de Isidore Ducasse.-Francois Ah­cot ha encontrado las fechas y lugares de nacimiento de Francois Ducasse y de su esposa Jacquette Célesti­ne Davezac, uno y otra de la región de Tarbes, y con una parentela numerosa en ella, lo que explica la estan­cia del poeta en el liceo de esta ciudad de 1895 a 1862.
2. La presencia de Isidore Ducasse, entre 1862 y 1864 en el liceo de Pau -Francois Alicot ha consulta­do la lista de alumnos premiados del liceo de Pau, de la misma manera que consultó, años más tarde, la del liceo de Tarbes. Por otra parte, ha encontrado e inte­rrogado a Paul Lespes, condiscípulo de Isidore Ducasse en Pau, y objeto de una de las dedicatorias de las Poe­sías. Testimonio capital, pues es el único que emana de una persona que ha visto a diario, durante dos años de su breve existencia, al autor de los Cantos de Maldoror.
Después de las de Francois Alicot, la más importan­te contribución al conocimiento de Isidore Ducasse es la publicación por Kurt Muller, en el número 12-13 de la revista Minotaure (mayo de 1939), de «Documen­tos inéditos sobre el conde de Lautréamont y su obra». Emprendidas a partir de las dedicatorias citadas al co­mienzo de Poesías 1 y de las obras y periódicos anun­ciados en segundo plano de la cubierta de Poesías 1, las investigaciones de Kurt Muller ponen al día nume­rosos datos bibliográficos y críticos, que sitúan a Isi­dore Ducasse en la vida literaria de su época. Resalta de esos documentos que el poeta había tenido relacio­nes y tal vez amistades no solamente en París, sino en Burdeos: en 1869, un cierto Evaristo Carrance publi­caba en esta ciudad, bajo el título de Perfumes del al­ma, un cuaderno de textos poéticos que comprendían el Canto Primero de Maldoror. Este hallazgo y algu­nos otros, menos probables pero muy excitantes, así como la reproducción de la noticia de Poulet-Malassis sobre la edición completa de los Cantos, hacen lamen­tar vivamente que Kurt Muller no haya hecho apare­cer la continuación o el total de sus notables investigaciones.
En Montevideo, las búsquedas de los hermanos Gui­llot Muñoz y de Eduardo Montagne, han sido prose­guidas por Pichon-Riviére, médico psiquiatra de Bue­nos Aires. Pichon-Riviére ha publicado en la Revista de Psicoanálisis, número 4, 1947, un estudio en el cual -según Marcel Jean y Arpad Mezei, que citan extrac­tos de él en Genése de la Pensée Moderne (París, Co­rrea, 1950)- «insiste sobre la atmósfera siniestra que rodea, no solamente la obra, sino la vida misma de Du­casse y hasta el destino de aquellos que se le acercaron más o menos directamente». Parece ser que Pichon­Riviére ha encontrado en Montevideo la fecha del ma­trimonio de los padres de Isidore Ducasse y de la muerte de su madre. Pero lo que se deduce, con toda evidencia, concierne menos a la vida del poeta que a su leyenda: cuatro casos de alienación mental, dos sui­cidios y un asesinato, tal es, después de este artículo, el balance de la especie de maldición que pesa sobre las gentes que se han aproximado al cantor de Maído­ror o han querido penetrar el misterio de su existencia. La inconsecuencia y la dureza del padre, que han si­do generalmente incriminadas por los biógrafos, se co­nocen gracias a Claude Pichois por haber tomado de la correspondencia política, en el ministerio de Asun­tos Extranjeros, todo lo que se relaciona con Francois Ducasse, empleado y luego canciller en el Consulado General de Francia en Montevideo. Ingeniosamente amalgamada a la de la República Oriental de Uruguay entre 1845 y 1870, la historia de esta carrera modelo apareció en el número de abril-junio de 1957 de la Re­vista di letterature moderne e comparate, publicada en Florencia, bajo el título «Garibaldi et Lautréamont». A través de los documentos expuestos en este estudio, Francois Ducasse aparece como un honesto funciona­rio, no desprovisto de inteligencia y de audacia, y muy absorbido por su empleo: un hombre valeroso, sin nin­guna duda, tan alejado de Maldoror como de la enga­ñosa literatura que, a veces, se superpone a la de su retoño.
Discúlpeseme la sequedad de estas referencias a los trabajos de los que provienen la mayor parte de los da-tos utilizados en las notas siguientes, que no son más que un primer esbozo de biografía crítica. Ante la mo­destia del resultado, se ruega no perder de vista que únicamente han sido registrados los hechos verificados -en el caso de testigos desaparecidos y de documen­tos fuera de alcance- o señalados por los investiga­dores más dignos de crédito. Igualmente se ha regis­trado un pequeño número de hipótesis plausibles o lle­nas de sentido. Ellas serán invalidadas, confirmadas o rectificadas por los descubrimientos futuros que, es de desear, no faltarán para llenar las numerosas lagu­nas, y hacer que caduque esta breve recapitulación de lo que se sabe de la vida de Isidore Ducasse y de sus escritos.

I

Los padres de Isidore Ducasse son ambos origina­rios del cantón de Tarbes-Nord. Su padre, Francois Ducasse, nació en Bazet el 12 de marzo de 1809, hijo de Louis Ducasse, llamado Met­tre, agricultor propietario, y de Marthe Damaré, su es­posa. Era el cuarto hijo de la familia, que se compo­nía de ocho, dos de los cuales por lo menos tuvieron relación con Isidore Ducasse: Marc, el primogénito, que acogería a su sobrino durante las vacaciones escolares, después de su estancia en los liceos de Tarbes y Pau, y Bernard Lucien, el séptimo, cuyo nombre figura en calidad de padrino en el acta de bautismo de Isidore Lucien Ducasse, en Montevideo.
La comuna de Bazet se halla a unos 5 km. de Tar­ bes. La casa natal de Francois Ducasse estaba situada en la cabeza del partido, en la calle Marquedessus o Meridional. Sobre el emplazamiento de esta casa se construyó la que habita hoy el señor Marcel Guinle, secretario del ayuntamiento de Bazet y primo nieto de Isidore Ducasse (su tía abuela materná, Jeanne Ducas­se, era la propia hermana del canciller).
Francois Ducasse hizo estudios primarios superiores e. ingresó en la enseñanza pública. En 1837, 1838 y 1839 fue profesor en Sarniguet, comuna situada en el extre­mo del cantón Tarbes-Nord, donde es al mismo tiem­po secretario del ayuntamiento. Este dato proviene de Francois Alicot, que ha visto las actas del estado civil «debajo de las cuales ha puesto lentamente su com­plicada firma».
Es allí donde Francois Ducasse conoce a su futura esposa, Jacquette Célestine Davezac, nacida en Sarni­guet el 19 de mayo de 1821 (sólo figura el nombre de Jacquette en el registro del estado civil), hija de Domi­nique Davezac, agricultor propietario, y de Marie Bé­douret, llamada Sanset, su esposa.
Se ha buscado en vano en los registros del estado ci­vil de Bazet y de Sarniguet el acta de matrimonio de Francois Ducasse y Jacquette Davezac. Según Pichon­Riviere, «sólo llevaban casados dos meses cuando na­ció Isidore», lo que sitúa su unión en enero o febrero de 1846. En el intervalo, como muchos otros de sus compatriotas, el matrimonio Ducasse llega a Monte­video. (En el siglo pasado, muchos habitantes de Bi­gorre y de Béarn llevaron a cabo una fuerte emigra­ción hacia la América latina, principalmente hacia Uruguay.)
No se sabe en qué fecha Francois Ducasse deja la enseñanza para ingresar como empleado en el Consu­lado General de Francia en Montevideo. Sin embar­go, cuando las tropas del dictador argentino Manuel Rosas sitian la ciudad y el barón Théodore Pichon, cón­sul de Francia, juzga prudente replegarse, la gerencia del Consulado queda asegurada por el canciller Mar­celin Demoix, que delega en Francois Ducasse para que le reemplace en su puesto. En su carta del 16 de junio de 1846 dirigida al ministro de Asuntos Exteriores, Marcelin Demoix justifica su iniciativa en estos térmi­nos: «El señor Ducasse, que trabaja desde hace algu­nos años en la cancillería como empleado, es un hom­bre de carácter dócil, uno de los que mejor conocen nuestra población, y tengo gran confianza en él; es fran­cés y reúne las condiciones necesarias». Se puede, por lo tanto, situar hacia 1840 la llegada de Francois Du­casse a Montevideo.
En cuanto a Jacquette Davezac, doce años menor que él, parece ser que se expatria para unirse o acom­pañar a algún pariente próximo establecido en esa ciu­dad. A este propósito, los hermanos Ouillot Muñoz, que han consultado en los archivos del Estado Mayor del ejército uruguayo la lista de los voluntarios fran­ceses que combatieron en 1847 al lado de los naciona­les, escriben esto: «La legión francesa (...) reunió en sus filas: Jean Davezac, tío de Lautréamont, Louis Laco­lley, abuelo de Jules Laforgue, y el suboficial Munyo, abuelo de Jules Supervielle». Aunque se ignora en qué se funda el aserto «tío de Lautréamont», no hay duda de que un Jean Davezac reside en Montevideo en la época en que Francois Ducasse se casa con Jacquette Davezac.
En lo que concierne a este matrimonio, y hasta un más amplio informe, hay que conformarse con la va­ga indicación, dada por Pichon-Riviére, de que los pa­dres de Isidore Ducasse. sólo llevaban casados dos me­ses cuando él nació. He aquí la copia del acta de naci­miento del poeta, realizada en el registro del estado ci­vil del Consulado General de Francia en Montevideo:

En el año mil ochocientos cuarenta y seis, y el cua­tro de abril a las doce horas, ante nosotros, Gerente del Consulado General de Francia en Montevideo, ha comparecido el señor Francois Ducasse, Canciller de­legado de este Consulado, de treinta y seis años de edad, el cual nos ha declarado el nacimiento de i'n hlio que nos ha presentado y que nosotros hemos reconocido ser de sexo masculino, nacido en Montevideo, hoy, a las nueve horas de la mañana, de él, declarante, y de la señora Célestine Jacquette Davezac, su esposa de veinticuatro años de edad, hijo del que ha declarado querer darles los nombres de Isidore Lucien. Las de­claraciones y presentaciones nos han sido hechas por él en presencia de los señores Eug~e Baudry, de treinta y dos años de edad, y Pierre Lafarge, de cuarenta y un años de edad, comercian tes franceses ambos, resi­dentes en Montevideo, que han firmado con el com­pareciente y nosotros, después de hecha la lectura.
Eugéne Baudry Pierre Lafarge Francois Ducasse
El Gerente del Consulado General de Francia
Marcelin Denoix


Es curioso que el bautismo de Isidore Ducasse se ce­lebrara diecinueve meses después de su nacimiento. Este retraso no habitual se explica de diversas formas: pre­caria salud del niño, indiferencia de los padres, o -esta hipótesis es la más verosímil- impedimentos a causa de la guerra y el estado de sitio. En funciones de canciller, Francois Ducasse estuvo llamado a resol­ver toda clase de problemas que el bloqueo argentino causó a las jurisdicciones francesas. Por otra parte, conservó el título y el empleo de canciller delegado has­ta la incorporación enjulio de 1847 del nuevo Cónsul General, Davaize, que lo restituye a su antiguo puesto.
El bautismo de Isidore Ducasse tiene lugar en la iglesia metropolitana de Montevideo, basilica menor de la Inmaculada Concepción y de los Santos Apóstoles San Felipe y Santiago -así lo atestigua, en el folio treinta y ocho del libro veintiséis de Bautismos de esa parro­quia, el acta siguiente:

En dieciséis de noviembre de mil ochocientos cua­renta y siete, yo, el infrascrito, Cura Vicario del Cor­dón y Coadjutor del Vicario Cura de esta Catedral, doctor José B. Lamas, bautizo solemnemente a Isido­ro Luciano, que nació el cuatro de abril del año pasa­do, hijo legítimo de Francisco Ducasse y de Celestina Jacquette Davezac, nacidos en Francia. Abuelos pa­ternos, Luis Bernardo y Marta Damaré, abuelos ma­ternos, Domingo y María Bédouret. Han sido padri­nos, Bernardo Luciano Ducasse, representado por Eugenio Baudry, y Eulalia Agregné de Baudry, a quie­nes instruyo. En fe de ello firmo *:
Santiago Estrezuelas y Falson

No se sabe nada de la infancia de Isidore Ducasse en Montevideo, es decir, de los trece primeros años de su vida. La leyenda del canciller Francois Ducasse, al­ternativamente fastuosa y siniestra, no deja a este res­pecto ninguna indicación que merezca la pena reseñar. Parece ser que Isidore se queda huérfano muy pronto. Su madre «murió -escribe Pichon-Riviére- un año y ocho meses después del nacimiento de su hijo. Fue enterrada sólo con el nombre de pila en una fosa co­mún. Gracias a diversas pesquisas he llegado a tener la certeza de que ella se suicidó». (La certeza del autor carece de pruebas y sólo se cita a título ilustrativo de un estado de espíritu).
Por el contrario, no faltan datos sobre los servicios de Francois Ducasse en el Consulado de Montevideo, que son de lo más honorables: cada vez que un primer canciller se retira por razones de salud, se confía a él la gerencia de la cancillería. Francois Ducasse sustitu­ye a Marcelin Denoix en dos ocasiones (junio de 1845 y septiembre de 1848) y a su sucesor Ladislas Cochet (julio de 1856), al cual reemplaza oficialmente el 28 de junio de 1856, fecha en que es nombrado canciller de primera clase.
A propósito de esta denominación, Claude Pichon cita un documento que da la más alta idea de Francois Ducasse, empleado entonces de la cancillería. Se trata de la carta que dirige el Cónsul General Martin Mai­llefer al conde Waleski, ministro de Asuntos Exterio­res, para presentar «los solícitos sentimientos que el nombramiento ha dictado al nuevo titular», y decirle de qué manera le parece meritoria su promoción: «Esos sentimientos de satisfacción y de gratitud, puedo afir­marlo, señor conde, han sido compartidos, no solamen­te por la población francesa, sino por todos los hábi­tantes de Montevideo que han tenido alguna relación con esta Cancillería. No comenzaré un elogio corona­do por un éxito tan halagador para mí mismo. No es ya a mi recomendado, es al emperador y a su digno ministro a quien seria preciso ahora elogiar, aunque el respeto imponga un freno a la expresión misma de reconocimientos. Añadiré solamente que la mía igua­la a la del señor Ducasse».
Ocho años después, cuando una delegación de la co­lonia francesa de Montevideo llega a expresarle el agra­decimiento de sus compatriotas por los servicios que les ha prestado, el mismo Martin Maillefer, en su res­puesta, no dejará de decir que ha sido ayudado «por el infatigable celo del señor Ducasse, canciller de este Consulado General».
Ese elogio constante de la docilidad, del ánimo, del celo infatigable de Francois Ducasse informa al mis­mo tiempo sobre la cualidad del hombre y sobre la im­portancia de su papel en Montevideo. Es poco proba­ble que se haya ocupado personalmente de la educa­ción de su hijo -existen grandes posibilidades de que fuera internado en un colegio o confiado a una fami­lia amiga-, pues Francois Ducasse, empleado o can­ciller, parece ser que estuvo siempre absorbido por su trabajo.
Trabajo de lo más pesado, si se juzga por el número de jurisdicciones del Consulado: en 1846, año del na­cimiento del poeta, el canciller Marcelin Denoix eva­lúa en 6.000 ó 7.000 la cifra de franceses, la mayor parte artesanos y comerciantes, establecidos en Montevideo. Trabajo peligroso y accidentado, por el hecho de que Uruguay es víctima de la guerra o de sus secuelas (sa­queos, hambres, epidemias) durante la mayor parte de la carrera de Francois Ducasse y -no se sabría insistir demasiado en este punto- durante toda la infancia de Isidore Ducasse en Montevideo.
Conviene recordar aquí las vicisitudes de su ciudad natal. Entre 1843 y 1851, Montevideo, «nueva Troya», tiene que sufrir el asedio de las tropas del dictador Ro­sas. La guerra con la Argentina cesa en 1852, pero la paz que sigue es muy relativa, pues en lo que se refiere a los años de la infancia del poeta, ha aquí los princi­pales acontecimientos que marcan la historia del Uru­guay y, ante todo, de su desdichada capital: pronun­ciamiento del general Pacheco en 1853, que obliga al presidente de la república a refugiarse en el Consula­do de Francia; insurrección en noviembre de 1855; su­blevación en febrero de 1856; y, en la primavera de 1857, epidemia de peste, de la cual escapa Francois Du­casse, al parecer, por muy poco (en una carta, del 5 de mayo, al ministro de Asuntos Extranjeros, Martin Maillefer tiene «el consuelo de poder anunciar que el se­ñor Ducasse, después de dos meses de ausencia está de regreso en el Consulado»). Por último, durante mu­chos años el país fue saqueado por las bandas armadas de los famosos «gauchos matreros».
Todo eso, e incluso la figura del canciller -ese «an­ciano» cuyo recuerdo se recomienda por sus obras-, se transparenta en la especie de curriculum vitae con que termina el Canto primero de Maldoror, y que cons­tituye, en verdad, el mejor testimonio sobre la infan­cia de Isidore Ducasse en Montevideo:

El final del siglo diecinueve verá a su poeta (...); na­ció en las costas americanas, en la desembocadura del Plata, allí donde dos pueblos, antaño rivales, se esfuer­zan actualmente en superarse por medio del progreso material y moral. Buenos Aires, la reina del sur, y Mon­tevideo, la coqueta, se tienden una mano amiga a tra­vés de las aguas plateadas del gran estuario. Pero la guerra eterna ha situado su imperio destructor sobre los campos y cosecha numerosas victimas. Adiós, an­ciano, y piensa en m4 si me has leído. Tu, muchacho, no te desesperes, pues tienes un amigo en el vampiro, aunque pienses lo contrario. Y contando con el acaro sarcoptes que produce la sarna, tendrás dos amigos.

II

Se sabe hoy que Isidore Ducasse viene por primera vez a Francia en 1859. Este descubrimiento ha sido he­cho por Francois Alicot, y el comentario que lo acom­paña merece ser citado: «Francois Ducasse, el «canci­ller», había vivido la vida de los emigrantes franceses, pero con esa obsesión sobre el país natal que hace que todos aquellos a quienes le ha sonreido la fortuna envíen a sus hijos, después de la primera comunión, a que hagan sus estudios en Francia».
A su llegada, Isidore Ducasse se traslada sin duda a Bazet, a la casa natal de su padre, donde sus tíos y sus tías lo acogen desde entonces, así como durante las vacaciones escolares, después de su permanencia en los liceos de Tarbes y Pau.
Según las listas del Liceo Imperial de Tarbes (hoy Liceo Theóphile Gautier), Isidore Ducasse es alumno interno desde octubre de 1859 a agosto de 1862. Sigue los cursos de Gramática y obtiene, en las distribucio­nes de premios, las siguientes distinciones:
Año escolar 1859-1860, clase de Sexto curso (profe­sor: señor Menginou Bouette): segundo accésit de tra­ducción latina y de gramática, segundo premio de cál­culo, primer premio de dibujo artístico y tres incrip­ciones en el cuadro de honor (una en el estudio y dos en clase).
Año escolar 1860-1861, clase de Quinto curso (pro­fesor: señor Senmartin): segundo accésit de excelencia, primer premio de traducción latina, de gramática, de dibujo artístico y una inscripción en el cuadro de honor.
Año escolar 1861-1862, clase de Cuarto curso (pro­fesor: señor Douyau): primer accésit de excelencia, pri­mer premio de aritmética y geometría, segundo accé­sit de tema latino, tercer accésit de traducción latina, segundo accésit de gramática y primer premio de di­bujo artístico.
Como hace notar Francois Alicot, todo da a enten­der que Isidore Ducasse es «un alumno mediano y su­miso». Sin embargo, aunque ingresa en Sexto curso a los trece años y medio, es decir, con un retraso de dos años sobre la mayoría de sus condiscípulos, se ve que progresa de una clase a otra (su primer accésit de exce­lencia en 1862 lo sitúa entre los mejores alumnos), y acaso sea eso 10 que explique esta laguna: Isidore Du­casse abandona el liceo de Tarbes en agosto de 1862, al terminar el Cuarto curso, y no se le vuelve a encon­trar hasta un año más tarde, en octubre de 1863, en el liceo de Pau, donde es alumno de Retórica.
Con toda probabilidad -por instigación de su pa­dre, animado por los éxitos en el liceo de Tarbes y, na­turalmente, deseoso de acelerar sus estudios-, Isido­re Ducasse sigue al mismo tiempo los cursos de Terce­ro y Segundo durante el año escolar de 1862-1863. Se ignora en qué institución, sin duda privada, pasa ese año.
Aparte de las listas de premios, no queda ninguna huella de su paso por el liceo de Tarbes. Se sabe que tiene como condiscípulos a Georges Dazet y Henri Mue, las dos primeras dedicatorias de sus poesías. Todo lle­va a creer que mantiene su relación con Georges Da­zet, numerosas veces nombrado en la primera versión del Canto 1 de Maldoror. (Según una comunicación de Jean Castex, Ferdinand Foch está en Sexto curso du­rante el año 1861-1862).
Isidore Ducasse es alumno interno en el Liceo Im­perial de Pau (hoy Liceo Louis-Barthou) de octubre de 1863 a agosto de 1865. Sigue los cursos superiores y obtiene, en la distribución de premios, los resultados siguientes:
Año escolar 1863-1864, clase de Retórica (profeso­res: señores Hinstin, Zeller y Durieux): primer accésit de recitación clásica y segundo premio de inglés.
Año escolar 1864-1865, clase de Filosofía (profeso­res: señores Muller, Zeller, Monteil y Durieux): segun­do accésit de física.
El nombre de Isidore Ducasse no figura en la lista de alumnos que terminan el bachillerato en 1864 y 1865. De una manera general, las investigaciones realizadas en los archivos de las Universidades de Burdeos, Tou­lousse y París no han dado hasta ahora ningún resul­tado: salvo error u omisión, el poeta de los Cantos no pasó ningún examen -al menos con éxito- y jamás estuvo inscrito para su licenciatura.
La estancia de Isidore Ducasse en el liceo de Pau, donde es uno de los alumnos más apagados, nos la sir­ve un testimonio de primer orden. Según las conversa­ciones que su compañero de clase Paul Lespés, enton­ces de 81 años de edad, mantuvo en 1927 con Francois Alicot, que fue a interrogarle a su retiro de Anglet, cer­ca de Bayona. Esos recuerdos tienen el mérito de hacer que se conozca mejor las tres dedicatorias de las Poe­sías: Georges Minvielle y Paul Lespés, sus «condiscí­pulos», y Gustave Hinstin, su «antiguo profesor de Re­tórica» en el liceo de Pau. Re aquí la mayor parte del testimonio de Paul Lespés:

Conocía Ducasse en el liceo de Pau el año 1864. Es­taba conmigo y con Minvielle en la clase de Retórica y en el mismo estudio. Lo veo todavía como un mu­chacho delgado, alto, con la espalda un poco curva­da, la tez pálida, los cabellos largos que le caían sobre la frente, la voz algo fría. Su fisonomía no tenía nada de atractiva.
Era de ordinario triste y silencioso y como replega­do sobre sí mismo. Dos o tres veces me habló con cier­ta animación de los países de ultramar, donde se lleva­ba una vida libre y feliz.
A menudo, en la sala de estudio, se pasaba horas en­teras con los codos apoyados en su pupitre, las manos en la frente y los ojos sobre un libro clásico que no leía; se veía que se hallaba sumergido en un sueño. Yo pen­saba, con mi amigo Minvielle, que tenía nostalgia y que sus padres lo mejor que podían hacer era llevárselo a Montevideo.
En clase, parecía algunas veces interesarse vivamen­te por las lecciones de Gustave Hinstin, brillante profesor de retórica, antiguo alumno de la Escuela de Ate­nas. Le gustaba mucho Racine y Corneille, y sobre to­do el Edipo Rey de Sófocles. La escena en que Edipo, una vez conocida la terrible verdad, lanza gritos de dolor y, con los ojos fuera de si, maldice su destino, le parecía muy bella. Lamentaba, sin embargo, que Yo-casta no hubiese llegado al limite del horror trágico dán­dose muerte ante los ojos de los espectadores.
Admiraba a Edgar Poe, del cual había leído los cuen­tos antes incluso de su ingreso en el liceo. También vi en sus manos un volumen de poesías, Albertus, de Théophile Gautier, que, creo, le había prestado Geor­ges Minvielle.
En el liceo lo teníamos por un espíritu fantástico y soñador, pero, en el fondo, también por un buen mu­chacho que no superaba el nivel medio de instrucción, probablemente a causa de su retraso en los estudios. Un día me enseñó algunos versos que había escrito. El ritmo, por lo que pude juzgar, dada mi inexperiencia, me pareció un poco extraño y el pensamiento muy os­curo.
Ducasse tenía una aversión particular por los versos latinos. Un día, Hinstin nos dio a traducir en hexámetros el pasaje relativo al pelicano en Rolla, de Musset. Ducas­se, que estaba sentado detrás de mi en el banco más elevado de la clase, se puso a echar pestes junto a mi oido por la elección de semejante asunto.
Al día siguiente, Hinstin comparó dos de las com­posiciones clasificadas como mejores con las realiza-das por los alumnos del liceo de Lille, donde había es­tado como profesor hacía poco tiempo.
Ducasse manifestó vivamente su irntación:
-¿Para qué todo esto? -me dijo- ¿Para que sin­tamos asco por el latín?
Había cosas que no quería comprender, creo yo, para no tener que ceder ante sus antipatías y sus desdenes.
Se quejaba a menudo de jaquecas que, lo reconocía él mismo, influían mucho sobre su espfritu y sobre su carácter.
Durante la canícula, los alumnos iban a bañarse al arroyo del Bois-Louis. Para Ducasse, excelente nada­dor, era una fiesta.-Sería necesario -me dijo un día- refrescar más a menudo con este agua mi mente enferma.
Ninguno de estos detalles tienen gran interés, pero son recuerdos que debo referir. En 1864, hacia el final del curso, Hinstin, que con frecuencia reprochaba a Ducasse lo que él llamaba sus exageraciones de pensa­miento y de estilo, leyó una composición de mi condiscipulo.
Las primeras frases, muy solemnes, excitaron ense­guida su hilaridad, pero pronto se sintió molesto. Du­casse no sólo había cambiado de maneras, sino que sin­gularmente, las había exagerado. Jamás hasta enton­ces había dado tanta rienda suelta a su imaginación de­senfrenada. No había una frase en la que elpensamien­to, formado en cualquier caso de imágenes acumula­das, de metáforas incomprensibles, no estuviera oscu­recido por invenciones verbales y formas de estilo que no respetaban siquiera la sintaxis.
Hinstin, clásico puro, cuya fina crítica no dejaba es­capar ninguna falta de gusto, creyó que se trataba aque­llo de una especie de desafío a la enseñanza clásica, una broma pesada gastada al profesor. Contrariamente a sus hábitos de indulgencia, infligió a Ducasse un casti­go. Este castigo hirió profundamente a nuestro con­discípulo que se nos quejaba con amargura a míy a mi amigo Georges Minvielle. Nosotros intentamos ha­cerle comprender que había colmado con mucho la medida.
En el liceo, tanto en retórica como en filosofia, Du­casse no reveló, que yo sepa, ninguna aptitud particu­lar para las matemáticas y la geometría, cuya belleza encantadora celebra con tanto entusiasmo en los Cantos de Maldoror. Sí le gustaba mucho la historia natu­ral. El mundo animal excitaba considerablemente su curiosidad. Lo vi admirar durante largo tiempo una ce­tonia de un rojo vivo que había encontrado en el par-que del liceo durante el recreo de mediodía.
Cuando supo que Minvielle y yo éramos cazadores desde nuestra infancia, nos preguntaba algunas veces sobre las costumbres y la estancia de diversos pájaros en la región pirenaica, y sobre las particularidades de su vuelo.
Tenía un gran espiritu de observación. De aquí que no me haya sorprendido leer al comienzo del primero y del quinto de los cantos de Maldoror las notables des­cripciones que hace del vuelo de las grullas y sobre to­do de los estorninos, a los que había estudiado muy bien.
No volví a ver a Ducasse desde mi salida del liceo, en 1865.
Pero algunos años después, en Bayona, recibí los Cantos de Maldoror. Sin duda aquél era un ejemplar de la primera edición, la de 1868. No llevaba ninguna dedicatoria. Pero el estilo, las extrañas ideas chocan­do entre sí a veces como en una maraña, me hicieron suponer que el autor no podía ser otro que mi antiguo condiscípulo.
Minvielle me dijo por entonces que él también ha­bía recibido un ejemplar, énviado sin dudá por Ducasse. (...)En el liceo, Ducasse tenía más relación conmi­go y con Georges Minvielle que con ninguno de los de­mas alumnos. Pero su actitud distante, si puedo em­plear esta expresión, una especie de gravedad desde­ñosa y una tendencia a considerarse como un ser apar­te, las oscuras preguntas que nos hacia a quema ropa y a las cuales teníamos dificultad en responder, sus ideas, las formas de su estilo cuya exageración hacía notar nuestro excelente profesor Hinstin, en fin, la irri­tación que a veces manifestaba sin ningún motivo se­rio, todas esas extravagancias hacia que nos inclinára­mos a creer que su cerebro carecía de equilibrio.
Su imaginación se reveló por entero en un discurso en el que había tenido ocasión de apilar, con un lujo espantoso de epítetos, las más horribles imágenes de la muerte. No se hablaba más que de huesos tritura­dos, entrañas colgantes, carnes sanguinolentas o en ebullición. El recuerdo de aquel discurso fue quien, años después, me hizo reconocer la mano del autor de los Cantos de Maldoror, aunque Ducasse jamás me ha­bía hecho alusión a sus proyectos poéticos.
Minvielle y yo estuvimos convencidos, lo mismo que otros condiscípulos, de que Hinstin se había despre­ciado al infligir a Ducasse un castigo por su discurso.
Aquello no se trataba de ninguna pesada broma gas­tada al profesor. Ducasse de sintió profundamente he­rido por los reproches y por el castigo de Hinstin. Es­taba convencido, creo yo, de haber hecho un excelen­te discurso, lleno de nuevas ideas y de bellas fórmulas de estilo. Sin duda, si se comparan los Cantos de Mal­doror con las Poesías, puede pensarse que Ducasse no ha sido sincero. Pero silo fue en el liceo, como creo, ¿por qué no habría de serlo más tarde, cuando se ha esforzado por ser poeta en prosa y, en una especie de delirio de imaginación, se 'ha persuadido de que acaso podría conducir al bien, por la imagen de la delecta­ción en lo horrible, a las almas desencantadas de la vir­tud y de la esperanza?
Teniendo en cuenta la gran edad del narrador, que evoca recuerdos que se remontan a más de sesenta años (visiblemente reavivados, y en cierta medida deformados, por la relectura de los Cantos de Maldoror), este testimonio es un buen retrato de Isidore Ducasse ha­cia el fin de su adolescencia. Hay que conservar tam­bién con claridad la impresión física que Paul Lespés guarda del personaje, completada por este rasgo: «el Ducasse que conocí se expresaba casi siempre con di­ficultad y algunas veces con una especie de rapidez nerviosa».
Los altercados entre el alumno Isidore Ducasse y su profesor Gustave Hinstin aclaran muchos párrafos de las Poesías -y en primer lugar el elogio intempestivo de los «discursos de distribución de premios en los li­ceos»: el sábado 20 de agosto de 1864, el del liceo de Pau había sido pronunciado, como indica el folleto del palmarés, por el «Señor Hinstin, profesor de retórica»-.
No debe olvidarse tampoco lo que se relaciona con las jaquecas dolorosas y, en general, con el mal estado de salud de Isidore Ducasse. El liceo de Pau, «notable por la extensión, la belleza y la afortunada situación de sus edificios y dependencias», y cuya pensión era de un precio sensiblemente más elevado que el de los demás internados, había «sido designado por el señor Ministro -dice el prospecto adjunto a los palmarés de la época- para recibir eventualmente a los alumnos de los demás liceos del Imperio cuya salud exigiéra un clima de excepcional suavidad». Aquí hay una indica­ción que puede dar con la verdadera causa de su es­tancia en el liceo de Pau, considerada como una cura, y también de la interrupción, si no del abandono defi­nitivo, de sus estudios: el alumno Isidore Ducasse aban­dona el liceo de Pau en agosto de 1865, para reponer­se -y se pierde su rastro hasta agosto de 1868 en que se le encuentra en París, no como estudiante sino co­mo hombre de letras-.

III

Esta laguna de tres años -la más importante de to­das, pues precede de inmediato a la publicación de los Cantos de Maldoror- ha dado lugar a muchas hipó­tesis. La más aceptable, en el estado actual de las in­vestigaciones, es la de que regresa a su país natal. Pru­dencio Montagne está seguro de haber visto a Isidore Ducasse, mayor que él diez años, en Montevideo: «Isi­dore era un muchacho (en esa época éramos mucha­chos hasta los veinte años> guapo, pero extremadamen­te desvergonzado, ruidoso, insoportable». Entre 1864 y 1867, dice todavía Prudencio Montagne, el canciller Ducasse «vivía en la calle Camacera, frente a la calle de la Brecha, en una casa muy antigua que aún existe. Me acuerdo de los paseos que daba con él y mi padre hasta la plaza de Artola. Luego entrabámos en la cer­vecería Thiébaut. Este paseo los hacíamos todos los do­mingos después del almuerzo en casa de mis padres, en el cual el señor Ducasse tomaba parte. Isidoro no nos acompañaba (...) Esos paseos duraron hasta 1867, época en la cual Isidoro estaba en París».
Entre su partida de Pau y su instalación en París, Isidore Ducasse habría podido residir casi dos años en Montevideo o en sus alrededores. Diga lo que diga Pru­dencio Montagne, es muy posible que el canciller, que parece mostrar un cierto liberalismo -lo muestra pron­to al permitirle venir a París y dejarlo vivir a su aire-, deja a su hijo una cierta libertad de movimiento de la que éste se aprovecha acaso viajando por los países del Río de la Plata.
No se sabe nada de la vida de Isidore Ducasse du­rante esas dos estaciones, pero es probable que algu­nas de las personas de las dedicatonas~de las Poesías, aún no identificadas (Pedro Zurmarán, Louis Durcour, Joseph Bleumstein, Joseph Durand), sean los amigos o compañeros de ese tiempo.
Existe la misma incertidumbre en lo que concierne a la fecha de regreso a Francia y en qué emplea el año que precede a la publicación en París,. en agosto de 1868, del Canto Primero del Maldoror. Si, como pa­rece probable, Isidore Ducasse desembarca en Burdeos en el verano de 1867 (Burdeos es ya, más que Bayona, el puerto de enlace con América del Sur), lo más segu­ro es que se dirija primero a la casa de sus padres en Bazet -y está fuera de dudas de que reanuda su amis­tad con su antiguo condiscípulo del liceo de Tarbes, Georges Dazet, que tiene una plaza eminente en la pri­mera versión de Maldoror: sus conversaciones, cuyo eco se encuentra en las doce o trece estrofas del Pri­mer Canto, no han podido tener lugar más que en Tar­bes, ciudad natal de Georges Dazet, y en la que ejercerá más tarde su profesión de abogado-.
Otro misterio difícil de elucidar es el de las relacio­nes de Isidore Ducasse con los editores de las dos pu­blicaciones bordolesas que anunciara en la cubierta del primer fascículo de los Poemas:

Concursos Poéticos de Burdeos: Evariste Carrance. El Concurso de las Musas, diario de los Poetas, 3, calle Brun, en Burdeos.

Si el segundo fascículo no ha publicado nada de Isi­dore Ducasse (a menos que lo hiciera bajo un pseudó­nimo ignorado hasta ahora), no sucede lo mismo con el de Evariste Carrance. Como ha revelado Kurt Mu­ller, Isidore Ducasse es candidato al «Segundo Con­curso Poético abierto en Burdeos bajo los auspicios del señor Evariste Carrance», a partir del 15 de agosto de 1868 y antes del 1~ de diciembre del mismo año, dán­dole a imprimir, en las condiciones fijadas por el pros­pecto del concurso (diez céntimos la línea, suscripción a un volumen al mes, etc.), el Canto Primero de Maldoror. Este aparecerá en la segunda serie de «Littéra­ture Contemporaine», titulada Perfumes del alma, al comienzo de 1869, unos seis meses después de la im­presión en París del mismo texto. El envío del manus­crito a Evariste Carrance es sin duda posterior a la ins­talación de Isidore Ducasse en París, aunque no pue­da excluirse que el poeta hubiera entrado en contacto con él -y con el Concurso de las Musas- en Burdeos mismo, poco después de su llegada de América.
La fecha aproximada de la llegada de Isidore Du­casse a París, y la dirección del hotel en que se hospe­da entonces, han sido suministradas por Léon Genon­ceaux, que escribe en su introducción a los Cantos: «En 1867 ocupaba una habitación en un hotel situado en el número 23 de la calle Notre-Dame-des-Victoires». Después de haber tenido en su mano las cartas de Isi­dore Ducasse al banquero Darasse, es probable que Léon Genonceaux haya descubierto sobre la más anti­gua, esa fecha y esa dirección de hotel, que parece ha­ber sido el primer domicilio del poeta en París. He aquí los otros:
Calle del Faubourg-Montmartre, número 32 (direc­ción indicada en dos cartas dirigidas a Verboeckhoven), desde octubre de 1869, lo más tarde, a febrero de 1870.
Calle Vivienne, número 15 (dirección indicada en una carta dirigida al banquero Darasse), en marzo de 1870.
Calle del Faubourg-Montmartre, número 7 (dirección ­indicada en el reverso de la cubierta de Poesías II y en el certificado de defunción), de junio a noviem­bre de 1870.
Situados a una y a otra acera del bulevar Montmar­tre, entre unas calles dedicadas al comercio de lujo (los parajes de los grandes bulevares eran hacia 1870 lo que son hoy los Campos Elíseos), esos hoteles eran segu­ramente de primera clase -lo que inclina a pensar que Isidore Ducasse tenía gusto por el confort y medios para satisfacerlo-. No se conoce la pensión mensual que su padre le tiene asignada para su subsistencia por in­termedio del banquero Darasse, calle de Lille, 5, que era asimismo el banquero titulado del Consulado de Francia en Montevideo. Pero se sabe, por sus cartas a éste, que Isidore Ducasse dispone en su banco de una provisión suplementaria y que no vacila en agotarla-lo que le vale por parte de su padre «ciertas obser­vaciones melancólicas que se le perdonan. fácilmente a un anciano», y pone a Darasse en «la necesidad de salir de (su) papel estricto de banquero, frente a un se­ñor que viene a vivir a la capital»-.
De hecho, ¿por qué ese hijo de canciller, cuyo tren de vida no es seguramente el de.un estudiante, vive en la capital? Léon Genonceaux omite decir cómo ha «ad­quirido la certeza de que Ducasse había venido a París con el fin de seguir estudiando en la Escuela Politécni­ca o de Minas», y es muy lamentable. Pues a pesar de la famosa estrofa de los Cantos sobre las matemáticas, uno no se imagina al antiguo alumno de retórica y de filosofía del liceo de Pau preparando seriamente el in­greso en las grandes escuelas, y, con toda evidencia, hay una gran distancia desde el bulevar Montmartre o la calle Vivienne hasta el Barrio Latino.
La verdad -o lo que se aproxima más a la verdad, en ausencia de la correspondencia de Francois Ducas­se y su hijo- debe deducirse de dos cartas del poeta al banquero Darasse, que mantiene relaciones conti­nuas con el Consulado de Francia en Montevideo y que, de hecho, representa un poco la autoridad paterna cerca de su joven cliente.
En su primera carta, del 22 de mayo de 1869, tan desdeñosa con respecto al banquero que ha «puesto en vigor el deplorable sistema de desconfianza prescrito vagamente por la estravagancia» de su padre, Isidore Ducasse desdeña justificar el empleo del dinero que se le niega y -aunque haya llegado a París, un año y me­dio antes, para pretenderlos- no se toma ni siquiera la molestia de mentirle en lo que concierne a los estu­dios. Por el contrario, hace alusión a su «dolor de ca­beza», lo que da a pensar que sufre continuamente de jaquecas dolorosas, de las que ya se quejaba en el li­ceo de Pau, y que su salud está lejos de ser buena. De aquí, quizás, la actitud notablemente liberal de Fran­cois Ducasse en relación con su hijo: sabiéndolo en ma­las condiciones físicas, provee largamente a sus nece­sidades, aunque le pida, como contrapartida, una vi-da regular y honorable.
La última carta al banquero Darasse, del 12 de mar­zo de 1870, no permite ignorar ninguna de las prome­sas que Isidore Ducasse hizo a su padre, y a las que éste parece acomodarse. Se trata de obtener del ban­quero, por parte del poeta, la suma de 200 francos, «al margen de la pensión», a fin de pagar los gastos de im­presión de un folleto que se propone enviar el día 22 del mismo mes a Montevideo. Este folleto no es, por otra parte, más que una muestra de la nueva obra que Isidore Ducasse tiene entre manos -con la doble es­peranza, como se deduce de las líneas siguientes, de in­teresar al autor de sus días en esa empresa y de pro­porcionarle una satisfacción: «Mi volumen no estará terminado hasta dentro de 4 ó 5 meses. Pero, entre­tanto, quisiera enviar a mi padre el prefacio, que cons­tará de unas 60 páginas, editado por Al. Lemerre. Así verá que trabajo y me enviará la suma total del volu­men que se imprimirá más tarde»-.
Parece ser que el canciller Ducasse -cuya bibliote­ca, en Montevideo, testimonia un cierto respeto por las buenas letras- no ignora la actividad de su hijo y le anima en la medida en que, desde hace algunos años, con más o menos simpatía, le proporciona el medio pa­ra hacer que aparezcan sus escritos.
Esta constatación es el mejor homenaje que se pue­de rendir al padre de Isidore Ducasse, que pasa a ser generalmente una especie de réplica varonil de la «daromphe» de su contemporáneo Arthur Rimbaud, pero que, de hecho, es el verdadero editor de los Can-tos y de las Poesías. Porque es, indiscutiblemente, a expensas del canciller como se han impreso esas obras que son los únicos acontecimientos conocidos de los últimos años del poeta, y cuya cronología es ésta:

En agosto de 1868, Isidore Ducasse envía a la im­prenta Balitout, Questry et Cie, calle Baillif, 7 (calle hoy desaparecida, en los parajes de la corte de Valois) el Canto Primero de Maldoror, que aparece sin nom­bre de autor en noviembre. El folleto es puesto a la ven­ta en la librería del Petit Journal y en la librería Weil et Bloch, en el pasaje Europeo.
Probablemente en la misma época, Isidore Ducas­se, hace publicar a Evariste Carrance, director de los Concursos Poéticos de Burdeos, calle Leberthon, 56 bis, el mismo Canto Primero, que aparece igualmente sin nombre de autor en enero de 1869, en el cuaderno Perfumes del alma, impreso por A. R. Chaynes, en Burdeos, calle Leberthon, 7.
A comienzos de noviembre de 1868, Isidore Ducasse tiene a la vista publicar el segundo canto de Maldoror en las ediciones de Albert Lacroix, director dé la im­portante «Librairie Internacionale, A. Lacroix, Ver­boeckhoven et Cie., editeurs á Paris, Bruxelles, Leip­zig et Livourne», que cuenta en sus catálogos con obras de Victor Hugo, Eugéne Sue, Proudhon y Zola. No se sabe nada de las relaciones entre el editor y el poeta, pero es preciso creer que Albert Lacroix guarda de él un vivo recuerdo cuando, hacia 1890, da a su compa­triota León Genonceaux los elementos para este retrato de Isidore Ducasse: «Era un muchacho alto, moreno, im­berbe, nervioso, ordenado y trabajador. Sólo escribía de noche, sentado ante su piano. Declamaba, forjaba sus frases, cubriendo sus prosopopeyas con acordes». El lado personal de este testimonio se explica por la relación de vecindad que pudieron establecerse entre los dos hombres: Isidore Ducasse vivía entonces en el 32 de la calle del Faubourg-Montmartre, y la Librairie Internacionale se hallaba en el número 15 del bulevar Montmartre. Probablemente es en esta dirección en donde el poeta deposita, en los primeros meses de 1869, el manuscrito de los seis Cantos de Maldoror por el con­de de Lautréamont -pseudónimo sacado, como se sa­be, de Lautréamont, novela histórica de Eugéne Sue-. El autor y el editor convienen las condiciones de pu­blicación: el libro será impreso con gastos a cargo de Isidore Ducasse, que entrega 400 francos de anticipo-y el manuscrito se envía a la imprenta de Lacroix y Verboeckhoven, en el bulevar Waterloo, 42, en Bruse­las, que compone la obra a lo largo del verano de1869-.
Una vez terminada la impresión, le entregan al poe­ta una veintena de ejemplares encuadernados y reves­tidos de una cubierta amarilla que lleva, debajo del tí­tulo: «Paris, / En venta en todas las librerías / 1869». Los nombres de los editores figuran, en calidad de im­presores, al dorso de la primera portada y en la segun­da plana de la cubierta.
Si se quiere creer lo que escribe el poeta, algunos me­ses más tarde, al banquero Darasse, es entonces cuan­do Mbert Lacroix tiene conocimiento del libro, renun­cia a publicarlo como editor, y suspende la puesta en venta. («...Pero, una vez que fue impreso, se negó a hacerlo aparecer, porque la vida estaba pintada con co­lores demasiado amargos, y temía al procurador general»).
Se conoce la reacción de Poulet-Malassis, que le gus­ta el libro y no puede dejar de juzgar severamente –él que ha sacrificado su tranquilidad y su fortuna a la Ii bre expresión de su amigo Baudelaire- la huida de Al bert Lacroix y su asociado Verboeckhoven.
Apremiado por el poeta, éste último ve la posibili dad de vender los Cantos, a título de depositario, er Bélgica y en Suiza. Ese compromiso recibe el consen timiento del poeta, como testimonia su carta del 27 de octubre de 1869 a Verboeckhoven: «Sus proposiciones han sido aceptadas: el que yo le haga vendedor para mí, el cuarenta por ciento y el ejemplar 13º». A pesa. de este acuerdo de principio, la obra permanece en e sótano y el poeta morirá sin haberla visto en las librerías.
El 21 de febrero de 1870, Isidore Ducasse pregunto todavía a Verboeckhoven qué se ha hecho de los Cantos: «Lacroix, ¿ha cedido la edición o qué ha hecho' ¿O la ha rechazado usted? El no me ha dicho nada No le he vuelto a ver desde entonces». Sin embargo anuncia que ha renegado de su pasado y que llevar,' a Albert Lacroix, en los primeros días de marzo, una nueva obra en donde «corrige en el sentido de la esperanza» los «más bellos poemas» de Lamartine, Hugo Musset, Byron y Baudelaire, así como los «seis fragmentos más perversos de (su) dichoso librejo».
El 12 de marzo, Isidore Ducasse confirma ese proyecto, escribiéndole al banquero Darasse que ha «cambiado completamente de método, para cantar exclusi vamente la espera, la esperanza, la SERENIDAD, 1' dicha, el DEBER», y que va a publicar dentro de uno diez días con el editor Lemerre un folleto de 60 páginas que será el prefacio de su próximo libro.
Pero igual que abandonó en seguida la idea de hacer aparecer una obra en las ediciones de Lacroix, Isidore Ducasse abandona su proyecto de prefacio cor el editor Lemerre, y confía a la imprenta Balitout Questroy et Cie la impresión de las Poesías. Esta obra no tiene nada que ver, parece, con los proyectos pre­cedentes, pues «no corrige» las poesías de Lamartine, Hugo, Musset, etc., sino los pensamientos de Pascal, las máximas de Rochefoucauld y de Vauvenargues. En fin, no podría considerarse esas Poesías por un «pre­facio a un libro futuro», pues -para tomar los térmi­nos, perfectamente claros, de la dedicatoria y del avi­so a los lectores- es una «publicación permanente» de los «prosáicos fragmentos que Isidore Ducasse pien­sa escribir «en la continuación de las edades» y de la cual asume él mismo la responsabilidad ante la ley, co­mo indica la nota impresa en el reverso de la cubierta:

«Le Gérant, / I.D. / Calle del Faubourg-Montmartre, 7». El primer fascículo de las Poesías aparece en abril de 1870, el segundo en junio, y no hay duda de que el tercero, el cuarto, etc., hubieran aparecido igualmen­te, si la muerte del poeta no hubiera venido de pronto a interrumpir su obra.
He aquí el acta de defunción de Isidore Ducasse, que lleva el n.0 2.028 en el registro de fallecidos del año 1870 del IX Distrito:

El jueves veinticuatro de noviembre de mil ochocien­tos setenta, a las dos horas es levantada acta de defun­ción de Isidore Lucien Ducasse, hombre de letras, de veinticuatro años, nacido en Montevideo (América Me­ridional), fallecido esta mañana a las ocho horas en su domicilio de la calle del Faubourg-Montmartre, siete, soltero, sin otros datos. Dicha acta se levanta en pre­sencia de los señores Jules Francois Dupuis, hotelero, de cincuenta años de edad, residente en París, calle del Faubourg-Montmartre, siete, y de Antoine Milleret, mozo de hotel, de treinta años de edad, residente en la misma casa, testigos que han firmado con nosotros, Louis Gustave Nast, adjunto del alcalde, tras la lectu­ra hecha, el fallecimiento constatado ante la ley.
Jules Fran~ois Dupuis
Antoine Milleret
Louis Gustave Nast

Isidore Ducasse fue inhumado al día siguiente, 25 de noviembre de 1870, en el cementerio del Norte (hoy Montmartre-Norte) en una concesión temporal de la 35 a División, como atestigua el registro de entradas en 1870, en donde está inscrito con el número 9.257.
El 20 de enero de 1871, según el número 1.166 del registro del año, Isidore Ducasse fue transferido a la 4ª División, que sería desafectada y recobrada por la Villa de París, a fines inmobiliarios, entre 1880 y 1890. Los despojos que provenían de las concesiones tempo­rales -y todo lleva a creer que los del poeta formaban parte- fueron entonces vertidos en el Osario de Pantin.

Maurice Saillet
DE LA REVISTA «LA JENEUSSE»

Bibliografía
Los Cantos de Maldoror
(un volumen, cd. Defaux, calle de Croisant, 8)

El primer efecto producido por la lectura de este li­bro es de asombro: el énfasis hiperbólico del estilo, la salvaje rareza, el vigor desesperado de la idea, el con­traste de ese lenguaje apasionado con las más insípi­das lucubraciones de nuestro tiempo, arrojan de ante­mano al espíritu en un profundo estupor.
Alfredo de Musset habla en alguna parte de lo que él llama «la enfermedad del siglo»: es la incertidum­bre del futuro, el desprecio del pasado, o la increduli­dad y la desesperación. Maldoror está contagiado por ese mal, se hace perverso, y dirige hacia la crueldad to­das las fuerzas de su genio. Primo de Chudre-Haroid y de Fausto, conoce a los hombres y los desprecia. El ansia le devora, y su corazón, siempre vacío, se agita sin cesar en sombríos pensamientos, sin poder alcan­zar nunca ese fin vago e ideal que busca y adivina.
No seguimos con el examen de este libro. Ray que leerlo para sentir la poderosa inspiración que lo ani­ma, la desesperación sombría que se derrama por sus lúgubres páginas. A pesar de sus defectos, que son nu­merosos, la incorrección del estilo, la confusión de los cuadros, esta obra, creemos nosotros, no pasará con­fundida entre las demás publicaciones del momento:
su originalidad poco común nos lo garantiza.

EL DESTINO DE ISIDORE DUCASSE

Isidore Ducasse nació en 1846 en Montevideo, de pa­dres franceses. Hizo estudios secundarios en Francia, en el colegio de Tarbes y en el liceo de Pau, donde per­manece interno; luego marcha a París para preparar el ingreso en la Escuela Politécnica. Bajo el pseudóni­mo de «Conde de Lautréamont» publica, en 1869, una obra en prosa poética, los Cantos de Maldoror, que pasa totalmente inadvertida; después publica bajo el título paradójico de Poesías dos fragmentos de prefa­cio para «un libro futuro» que jamás fue escrito. Muere tuberculoso en 1870. Su obra fue exaltada después de 1920 por los surrealistas; ella figura hoy como una ex­presión particularmente intensa de la desesperación y del frenesí romántico.

LA DESESPERACIÓN DEL MALDOROR

Al comienzo de los Cantos, Maldoror, el héroe, es-tú representado en general bajo una forma humana; encarna la miseria y las angustias de su creador. Es pá­lido y camina encorvado; tiene la sangre empobreci­da, la boca consumida; su rostro está «maquillado por arrugas precoces»; y la naturaleza «hace brillar sus ojos con la llama agria de la fiebre». Dotado de una facul­tad de discernimiento poco común, sufre a causa de su misma lucidez, que ha destruido sus ilusiones. Al mis­mo tiempo se han revelado en él las múltiples formas del sufrimiento impuesto a l~ humanidad y las calami­dades que la persiguen, guerras, incendios, naufragios o enfermedades. Torturado por su trágica ignorancia, desanimado por su experiencia amarga del dolor y del vicio, se abandona a la desesperación, que le «embria­ga con el vino»; y como un héroe byroniano, pero con más violencia aún, se rebela contra Dios.



EL FRENESÍ DE MALDOROR

Desde entonces se convierte en un símbolo infernal. Deja de encarnar el drama del hombre y se asemeja al Minotauro o a la Bestia del Apocalipsis. Caballero fan­tasma, visita, como el Mal, toda la superficie de la tie­rra. Como el Mal también, reviste las formas más im­previstas: un decreto de su voluntad le permite inme­diatas metamorfosis; se convierte en pulpo o en águi­la, grillo de cloaca o cisne negro. Su cólera vengativa se manifiesta por acciones de arrebato o por impreca­ciones de una inimaginable violencia. La obra es, por otra parte, extranamente diversa: las estrofas líricas al­ternan con los episodios fantásticos, los periodos ora­torios con las imágenes fulgurantes; pero el héroe mal­dito está presente en todas las páginas para ilustrar la terrible declaración del primer canto: «Yo me sirvo de mi genio para pintar las delicias de la crueldad».


BOLETIN TRIMESTRAL DE LAS PUBLICA­ClONES PROHIBIDAS EN FRANCIA IMPRESAS EN EL EXTRANJERO N07
PRECIO DEL ABONO: 4 FRANCOS AL AÑO
23 de octubre de 1869
10. LOS CANTOS DE MALDOROR, por el conde de Lautréamont. (Cantos 1, II, III, IV, V, VI) París, en todas las librerías; Bruselas, imp. Lacroix, Ver­boeckhoven; 1869, in-8 de 332 p.
«No existen ya maniqueos», decía Panglos.- «Exis­to yo», respondía Martín. El autor de este libro no es de una especie menos rara. Como Baudelaire, como Flaubert, cree que la expresión estética del mal impli­ca el más vivo apetito del bien, la más alta moralidad. Isidore Ducasse (hemos tenido la curiosidad de cono­cer su nombre) no ha cometido el error de hacer im­primir en Francia los Cantos de Maldoror. El sacra­mento de la sexta cámara no le hubiera faltado.
A mis condiscípulos, LESPES, Georges MIN­VIELLE, Auguste DELMAS;
A los directores de revistas, Alfred SIRCOS, Frédé­ric DAMÉ;


A los amigos pasados, presentes y futuros;


Al señor HINSTIN, mi antiguo profesor de retórica;
están dedicados, de una vez para siempre, los pro­saicos fragmentos que escribiré en la sucesión de las edades, el primero de los cuales comienza a ver la luz hoy, tipográficamente hablando.

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