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Cuando alguien se nos muere Poema a Eduardo BoscoFue necesario el grave, solitario lamento del viento entre los árboles,para que tú supieras más que nadie ese desesperado resonar,ese rumor sombrío con que pueden decirse las palabras cuando de nada vale su fugaz melodía,cuando en la soledad -la única apariencia verdadera -,contemplamos, callando, los seres y los tiempos que fueron en nosotrosirrevocables muertes cuyos nombres no sabremos jamás.Fue necesario el ocio de aquellas largas nochesque minuciosamente ordenaste en recuerdos, memorioso,para que tú pasaras sosteniendo la sombra con tu sombra, apenas presentida por los días,con tu misma pausada palidez demorándose aún después de haberte ido,porque era tu adiós la despedida última,la última señal que acercaba los sueños desde el incontenible amanecer.Fue necesario el lento trabajo de los años,su rápido fulgor, su mustio decaer entre pesados murosque sólo levantaron respuestas de ceniza a tu llamadopara que tú miraras largamente tus despojadas manoscomo una llanura donde los vientos dejan polvaredas mortales,mientras disponen, lejos,la tempestad que arrase desmedida su sediento destino.Fue necesario todo lo que fuimos contigo,lo que somos contigo del lado de los llantos,para saber, viviendo, cuánta sorda tiniebla te asediabay encontrarnos, después,Con el transido resplandor del aire que dejaste muriendo.Porque todo este tiempoes el innumerable testigo que nos trae las mismas evidencias,aquello en lo que fuiste cuanto eras, de una vez para siempre:acostumbrados gestos,ciertos ritos que cumpliera tu sangre sumisa a la memoria,esos nocturnos pasos acercando los camposdonde la luz es sólo un repetido comienzo de penumbras,las remotas paredes, las efímeras cosas a las que retornabascon la triste paciencia de quien guarda afanoso, en la mirada,

paisajes habituales que más tardealiviarán el peso de las horas en sabido destierro.Tú pedías tan poco.Apenas si anhelas un tranquilo vivir que prolongara la duración de tu almaen idéntico amor,en radiante amistad, en devoción sagradapor gentes que existieron con la simple nobleza de la tierra,sin glorias ni ambiciones.Tú amabas lo inmortal, lo grandioso terrestre.Mas no pudo el débil llamado de tu vida contra pesadas puertasaposentos malditos, épocas miserables donde la dicha duerme sordamente su legendario olvido-,nada tu lejanía contra las invencibles mareas de lo inútil,nada tu juventud contra ese rostroque entre desalentadas rebeldías, nostalgias y furiosas pesadumbres,infatigablemente se asomó a tus desvelos;y unas noche sentimos dentro del corazón un ronco oleaje,amargamente vivo,en el preciso sitio donde ardía en nosotros,como nosotros mismos duradera,tu callada grandeza.Ahora estamos más solos por imperio de muerte,por un cuerpo ganado como un palmo de tierra por la tierra baldía,recobrando al conjuro del más lejano soplo realidades perdidas en lo más olvidado de los antiguos días,imágenes que juntos traspasamos, que juntos nos esperan;porque no es el recuerdo del pasado dispersos ademanes-hojarascas y ramas que encendemospara llorar al humo de una lánguida hoguera-,sino fieles señales de una región dormida que aguarda nuestro pasocon las huellas de antaño suspendidas como eternos ropajes.No es por decir, Eduardo, cuando alguien se nos muere,no hay un lugar vacío, no hay un tiempo vacío,hay ráfagas inmensas que se buscan a solas, sin consuelo,pues aquí, y más allá,tanto de lo que él fue respira con nosotros la fatiga del polvo pasajero,tanto de lo que somos reposa irrecobrable entre su muerteque así sobrevivimosllevando cada uno una sombra del otro por los distantes cielos.Alguna vez se acercarán,Entonces, cuando estemos contigo para siempre,Últimos como tú, como tú verdaderos. Densos velos te cubren, poesíaNo es en este volcán que hay debajo de mi lengua falaz donde te busco, ni es esta espuma azul que hierve y cristaliza en mi cabeza, sino en esas regiones que cambian de lugar cuando se nombran, como el secreto yo y las indescifrables colonias de otro mundo. Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable parpadeo del sol, atisbando en el cielo una señal, la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del tiempo, una fisura blanca como un tajo de Dios en la muralla del planeta. Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código perdido Para poder leer en estas piedras mi costado invisible. Pero ningún pentecostés de alas ardientes desciende sobre mí. ¡Variaciones del humo, retazos de tinieblas con máscaras de plomo, meteoros innominados que me sustraen la visión entre un batir de puertas! Noches y días fortificada en la clausura de esta piel, escarbando en la sangre como un topo, removiendo en los huesos las fundaciones y las lápidas, en busca de un indicio como de un talismán que me revierta la división y la caída. ¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo aún sin formular? ¿En que Delfos perdido en la corriente suben como el vapor las voces desasidas que reclaman mi voz para manifestarse? ¿Y cómo asir el signo a la deriva -ese y no cualquier otro- en que debe encarnar cada fragmento de este inmenso silencio? No hay respuesta que estalle como una constelación entre harapos nocturnos, ¡Apenas si fantasmas insondables de las profundidades, territorios que comunican con pantanos, astillas de palabras y guijarros que se disuelven en la insoluble nada! Sin embargo ahora mismo o alguna vez no sé quién sabe puede ser a través de las dobles espesuras que cierran la salida o acaso suspendida por un error de siglos en la red del instante creí verte surgir como una isla quizás como una barca entre las nubes o un castillo en el que alguien canta o una gruta que avanza tormentosa con todos los sobrenaturales fuegos encendidos. ¡Ah las manos cortadas, los ojos que encandilan y el oído que atruena! ¡Un puñado de polvo, mis vocablos!

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