Trece años después de publicar su último poemario, “Hojas debidas”, Emilio González Martínez da a la luz “Escoba de quince -abecedario de la poesía-” (Vitruvio, Madrid 2014).
Este bonaerense nacido en 1945, reside en España desde hace casi cuatro décadas, y compagina su labor literaria con su trabajo como psicoanalista.
Coetáneo de una generación de relevantes autores -Ricardo Piglia (1940), Alberto Laiseca (1941), Antonio Tello (1945), Guillermo Saccomano (1948), César Aira (1949)…-, el vate argentino ha dispuesto ahora, un volumen rígido en su forma, integrado por cuarenta y siete poemas, cada uno de los cuales consta de quince versos, divididos en cinco estrofas de tres -excepto el titulado, “Nueva”, que tan solo cuenta con doce versos-.
En una de sus variadas reflexiones en torno al proceso creativo, afirmaba José Angel Valente que el lector no debe buscar una explicación en la experiencia exterior que da lugar al poema, porque esa experiencia no existe más que en el poema y no fuera de él. Contraviniendo la recomendación del poeta orensano, resulta imprescindible al hilo de la lectura de los versos de Emilio González Martínez, el poder acercarse a la realidad que circunda su más íntimo derredor. Pues, en verdad, su decir nace rotundo y sonoro, mas con la intención de hallar cobijo en un sujeto ajeno que pueda hacerse cómplice de su mensaje: “No soy aquel que está escribiendo/ en este mayo de llovizna y luz,/ ausentes las horas del reloj (…) No soy tampoco el dueño de mi voz,/ esa que se apropia de mi nombre/ y lo nombra y lo escribe en las paredes./ No soy, por fin, aquél que dice estas palabras./ Aunque lo parezca,/ no soy aquél, ni éste, ni su sombra”.
Esta “Escoba de quince” -que debe su título del popular juego de naipes del mismo nombre-, se divide en cuatro apartados: “entre lo que fue y lo que no es, todavía”, “amar la poesía”, “está pasando -aún-” y “abecedario de la poesía”. En cada uno de ellos, se aúnan el fulgor de un verbo de grácil y bien armado con la mesura de un discurso que apuesta por el compromiso del hombre con su devenir. Sabedor de que la poesía es vértigo y mirada, misterio y sorpresa, llama y tormenta, González Martínez arriesga en su decir y extrema, en ocasiones, el tono de su verso para esenciar la inquietante realidad que lo rodea: “Como el despertar que echa a andar en los sueños/ trepana la vida pública,/ las calles céntricas,/ los mansos trigales, las inagotables,/ violentas cataratas,/ las esquinas del mar, los negros yacimientos./ Trepana todo desde abajo,/ desde las cumbres del fondo,/ donde yacen, vivaces, los sueños de un pueblo”.
Hace tiempo que el 15 está considerado como un número armónico, y que por su raíz de 6, tiene relación con el equilibrio y el amor. No es casualidad, por tanto, que en estas páginas que remiten a tal cifra desde su epígrafe, haya también un acentuado componente amatorio, desde el que el poeta logra instantes de alta temperatura lírica y donde su voz se manifiesta de manera más honda y reveladora: “Mira hacia el ocaso y cómete la luz/ cuando en los peldaños del tiempo/ asome nuestra creciente desnudez./ Dentro, muy dentro en este amor, acecha un vendaval de labios,/ y la húmeda vendimia de la carne”.
Un poemario, a la postre, donde nada queda al azar, pues cada apuesta, cada carta, se juega muy cerca del corazón que sostiene y alienta sus líricos latidos.
Jorge de Arco