Buscar en este blog

TALLER DE POESÌA "GENERACIÒN DEL 27" FEDERICO GARCÍA LORCA., EMILIO PRADOS, PEDRO SALINAS, LEOPOLDO PANERO, MIGUEL HERNÁNDEZ,


LUIS CERNUDA

A UN POETA MUERTO
(F.G.L.)

Así como en la roca nunca vemos 

La clara flor abrirse, 
Entre un pueblo hosco y duro 
No brilla hermosamente 
El fresco y alto ornato de la vida. 
Por esto te mataron, porque eras 
Verdor en nuestra tierra árida 
Y azul en nuestro oscuro aire. 

Leve es la parte de la vida 

Que como dioses rescatan los poetas. 
El odio y destrucción perduran siempre 
Sordamente en la entraña 
Toda hiel sempiterna del español terrible, 
Que acecha lo cimero 
Con su piedra en la mano. 

Triste sino nacer 

Con algún don ilustre 
Aquí, donde los hombres 
En su miseria sólo saben 
El insulto, la mofa, el recelo profundo 
Ante aquel que ilumina las palabras opacas 
Por el oculto fuego originario. 

La sal de nuestro mundo eras, 

Vivo estabas como un rayo de sol, 
Y ya es tan sólo tu recuerdo 
Quien yerra y pasa, acariciando 
El muro de los cuerpos 
Con el dejo de las adormideras 
Que nuestros predecesores ingirieron 
A orillas del olvido. 

Si tu ángel acude a la memoria, 

Sombras son estos hombres 
Que aún palpitan tras las malezas de la tierra; 
La muerte se diría 
Más viva que la vida 
Porque tú estás con ella, 
Pasado el arco de tu vasto imperio, 
Poblándola de pájaros y hojas 
Con tu gracia y tu juventud incomparables. 

Aquí la primavera luce ahora. 

Mira los radiantes mancebos 
Que vivo tanto amaste 
Efímeros pasar junto al fulgor del mar. 
Desnudos cuerpos bellos que se llevan 
Tras de sí los deseos 
Con su exquisita forma, y sólo encierran 
Amargo zumo, que no alberga su espíritu 
Un destello de amor ni de alto pensamiento. 

Igual todo prosigue, 

Como entonces, tan mágico, 
Que parece imposible 
La sombra en que has caído. 
Mas un inmenso afán oculto advierte 
Que su ignoto aguijón tan sólo puede 
Aplacarse en nosotros con la muerte, 
Como el afán del agua, 
A quien no basta esculpirse en las olas, 
Sino perderse anónima 
En los limbos del mar. 

Pero antes no sabías 

La realidad más honda de este mundo: 
El odio, el triste odio de los hombres, 
Que en ti señalar quiso 
Por el acero horrible su victoria, 
Con tu angustia postrera 
Bajo la luz tranquila de Granada, 
Distante entre cipreses y laureles, 
Y entre tus propias gentes 
Y por las mismas manos 
Que un día servilmente te halagaran. 

Para el poeta la muerte es la victoria; 

Un viento demoníaco le impulsa por la vida, 
Y si una fuerza ciega 
Sin comprensión de amor 
Transforma por un crimen 
A ti, cantor, en héroe, 
Contempla en cambio, hermano, 
Cómo entre la tristeza y el desdén 
Un poder más magnánimo permite a tus amigos 
En un rincón pudrirse libremente. 

Tenga tu sombra paz, 

Busque otros valles, 
Un río donde del viento 
Se lleve los sonidos entre juncos 
Y lirios y el encanto 
Tan viejo de las aguas elocuentes, 
En donde el eco como la gloria humana ruede, 
Como ella de remoto, 
Ajeno como ella y tan estéril. 

Halle tu gran afán enajenado 

El puro amor de un dios adolescente 
Entre el verdor de las rosas eternas; 
Porque este ansia divina, perdida aquí en la tierra, 
Tras de tanto dolor y dejamiento, 
Con su propia grandeza nos advierte 
De alguna mente creadora inmensa, 
Que concibe al poeta cual lengua de su gloria 
Y luego le consuela a través de la muerte.

Como leve sonido: 

hoja que roza un vidrio, 
agua que acaricia unas guijas, 
lluvia que besa una frente juvenil; 

Como rápida caricia: 

pie desnudo sobre el camino, 
dedos que ensayan el primer amor, 
sábanas tibias sobre el cuerpo solitario; 

Como fugaz deseo: 

seda brillante en la luz, 
esbelto adolescente entrevisto, 
lágrimas por ser más que un hombre; 

Como esta vida que no es mía 

y sin embargo es la mía, 
como este afán sin nombre 
que no me pertenece y sin embargo soy yo; 

Como todo aquello que de cerca o de lejos 

me roza, me besa, me hiere, 
tu presencia está conmigo fuera y dentro, 
es mi vida misma y no es mi vida, 
así como una hoja y otra hoja 
son la apariencia del viento que las lleva.

Como una vela sobre el mar 

resume ese azulado afán que se levanta 
hasta las estrellas futuras, 
hecho escala de olas 
por donde pies divinos descienden al abismo, 
también tu forma misma, 
ángel, demonio, sueño de un amor soñado, 
resume en mí un afán que en otro tiempo levantaba 
hasta las nubes sus olas melancólicas. 

Sintiendo todavía los pulsos de ese afán, 

yo, el más enamorado, 
en las orillas del amor, 
sin que una luz me vea 
definitivamente muerto o vivo, 
contemplo sus olas y quisiera anegarme, 
deseando perdidamente 
descender, como los ángeles aquellos por la escala de espuma, 
hasta el fondo del mismo amor que ningún hombre ha visto.

DONDE HABITE EL OLVIDO 

Donde habite el olvido, 

En los vastos jardines sin aurora; 
Donde yo sólo sea 
Memoria de una piedra sepultada entre ortigas 
Sobre la cual el viento escapa a sus insomnios. 

Donde mi nombre deje 

Al cuerpo que designa en brazos de los siglos, 
Donde el deseo no exista. 

En esa gran región donde el amor, ángel terrible, 

No esconda como acero 
En mi pecho su ala, 
Sonriendo lleno de gracia aérea mientras crece el tormento. 

Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya, 

Sometiendo a otra vida su vida, 
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente. 

Donde penas y dichas no sean más que nombres, 

Cielo y tierra nativos en torno de un recuerdo; 
Donde al fin quede libre sin saberlo yo mismo, 
Disuelto en niebla, ausencia, 
Ausencia leve como carne de niño. 

Allá, allá lejos; 

Donde habite el olvido.


A Gloria Giner y Fernando de los Ríos

Verde que te quiero verde.

Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar
y el caballo en la montaña.
Con la sombra en la cintura
ella sueña en su baranda
verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Verde que te quiero verde.
Bajo la luna gitana,
las cosas la están mirando
y ella no puede mirarlas.


Verde que te quiero verde.
Grandes estrellas de escarcha,
vienen con el pez de sombra
que abre el camino del alba.
La higuera frota su viento
con la lija de sus ramas,
y el monte, gato garduño,
eriza sus pitas agrias.
¿Pero quién vendrá? ¿Y por dónde...?
Ella sigue en su baranda,
verde carne, pelo verde,
soñando en la mar amarga.
Compadre, quiero cambiar
mi caballo por su casa,
mi montura por su espejo,
mi cuchillo por su manta.
Compadre, vengo sangrando
desde los puertos de Cabra.
Si yo pudiera, mocito,
este trato se cerraba.
Pero yo ya no soy yo,
ni mi casa es ya mi casa.
Compadre, quiero morir
decentemente en mi cama.
De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.
¿ No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas
lleva tu pechera blanca.
Tu sangre rezuma y huele
alrededor de tu faja.
Pero yo ya no soy yo.
Ni mi casa es ya mi casa.
Dejadme subir al menos
hasta las altas barandas,
¡Dejadme subir!, dejadme
hasta las altas barandas.
Barandales de la luna
por donde retumba el agua.

Ya suben los dos compadres
hacia las altas barandas.
Dejando un rastro de sangre.
Dejando un rastro de lágrimas.
Temblaban en los tejados
farolillos de hojalata.
Mil panderos de cristal,
herían la madrugada.

Verde que te quiero verde,
verde viento, verdes ramas.
Los dos compadres subieron.
El largo viento dejaba
en la boca un raro gusto
de hiel, de menta y de albahaca.
¡Compadre! ¿Dónde está, dime?
¿Dónde está tu niña amarga?
¡Cuántas veces te esperó!
¡Cuántas veces te esperara,
cara fresca, negro pelo,
en esta verde baranda!

Sobre el rostro del aljibe,
se mecía la gitana.
Verde carne, pelo verde,
con ojos de fría plata.
Un carámbano de luna
la sostiene sobre el agua.
La noche se puso íntima
como una pequeña plaza.
Guardias civiles borrachos
en la puerta golpeaban.
Verde que te quiero verde.
Verde viento. Verdes ramas.
El barco sobre la mar.
Y el caballo en la montaña.



                           PRENDIMIENTO DE ANTOÑITO 
                                                        EL CAMBORIO CAMINO DE SEVILLA                                                         
       A Margarita Xirgu

Antonio Torres Heredia,

hijo y nieto de Camborios,
con una vara de mimbre
va a Sevilla a ver los toros.
Moreno de verde luna
anda despacio y garboso.
Sus empavonados bucles
le brillan entre los ojos.
A la mitad del camino
cortó limones redondos,
y los fue tirando al agua
hasta que la puso de oro.
Y a la mitad del camino,
bajo las ramas de un olmo,
guardia civil caminera
lo llevó codo con codo.

El día se va despacio,

la tarde colgada a un hombro,
dando una larga torera
sobre el mar y los arroyos.
Las aceitunas aguardan
la noche de Capricornio,
y una corta brisa, ecuestre,
salta los montes de plomo.
Antonio Torres Heredia,
hijo y nieto de Camborios,
viene sin vara de mimbre
entre los cinco tricornios.

Antonio, ¿quién eres tú?

Si te llamaras Camborio,
hubieras hecho una fuente
de sangre con cinco chorros.
Ni tú eres hijo de nadie,
ni legítimo Camborio.
¡Se acabaron los gitanos
que iban por el monte solos!
Están los viejos cuchillos
tiritando bajo el polvo.

A las nueve de la noche

lo llevan al calabozo,
mientras los guardias civiles
beben limonada todos.
Y a las nueve de la noche
le cierran el calabozo,
mientras el cielo reluce
como la grupa de un potro.

                                                                 A José Antonio Rubio Sacristán


Voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.
Voces antiguas que cercan
voz de clavel varonil.
Les clavó sobre las bota
mordiscos de jabalí.
En la lucha daba saltos
jabonados de delfín.
Bañó con sangre enemiga
su corbata carmesí,
pero eran cuatro puñales
y tuvo que sucumbir.
Cuando las estrella clavan
rejones al agua gris,
cuando los erales sueñan
verónicas de alhelí,
voces de muerte sonaron
cerca del Guadalquivir.

Antonio Torres Heredia.
Camborio de dura crin,
moreno de verde luna,
voz de clavel varonil:
¿Quién te ha quitado la vida
cerca del Guadalquivir?
Mis cuatro primos Heredias
Hijos de Benamejí.
Lo que en otros no envidiaban,
ya lo envidiaban en mí.
Zapatos color corinto,
medallones de marfil,
y este cutis amasado
con aceituna y jazmín.
¡Ay, Antoñito el Camborio,
digno de una Emperatriz!
Acuérdate de la Virgen
porque te vas a morir.
¡Ay Federico García,
llama a la guardia civil!
Ya mi talle se ha quebrado
como caña de maíz.

Tres golpes de sangre tuvo
y se murió de perfil.
Viva moneda que nunca
se volverá a repetir.
Un ángel marchoso pone
su cabeza en un cojín.
Otros de rubor cansado
encendieron un candil.
Y cuando los cuatro primos
llegan a Benamejí,
voces de muerte cesaron
cerca del Guadalquivir.


LEOPOLDO PANERO
ESPAÑA HASTA LOS HUESOS
Tu dulce maestría sin origen 
enseñas, Federico García Lorca; 
la luz, la fresca luz de tus palabras, 
tan heridas de sombra.
Tu empezado granar, tu voz intacta, 
tu sed desparramada hacia las cosas, 
tu oración hacia España, transparente 
de verdad, como loca.
Tu intimidad de sangre como un toro; 
tu desvelada esencia misteriosa 
como un dios; tu abundancia de rocío; 
la ebriedad de tu copa.
Por la anchura de España, piedra y sueño, 
secano de olivar, rumor de fronda, 
cruzó la muerte y te arrimó a su entraña 
de fuente generosa.
... De valle en valle su cansancio tienden 
viejas puentes que el tiempo desmorona, 
sosiego denso del azul manado, 
resol de loma en loma.
Las bravas sierras; los sedientos cauces; 
el alear de España a la redonda: 
granito gris entre encinares, pardos, 
bajo la luna absorta.
Ligeros jaramagos amarillos, 
movidos por el aire, la coronan 
de paz, mientras sacude sus entrañas 
seco aullido de loba.
... Noticias han venido de las torres 
del Genil y del Darro, y una ignota 
dulzura se apodera de mi pecho 
como en viviente forma. 
Así, desde la Alhambra caen las aguas, 
el sonido de un árbol que se corta, 
el rumor de los pájaros ocultos, 
al empezar la aurora.
Hacia dentro la música deslumbra, 
como un abrazo, mi tristeza, en ondas 
de amor, que por el alma se dilatan, 
y mis palabras rozan.
Temblor de ti mi pensamiento tiene, 
mientras fluye en mi verso gota a gota, 
la sorpresa, el dolor de recordarte 
trágicamente ahora.
Noticias han venido de los árboles 
cortados por el hacha sigilosa, 
y han venido rumores de la hierba, 
y del bordón, la nota.
Cantaste lo dormido de tu raza; 
la nieve insomne de tu infancia toda; 
la historia que es amor, y hasta los huesos 
España, España sola.
El dolor español de haber nacido, 
la pena convencida y española 
de abrir los ojos a la seca brisa 
que cruje en la memoria.
Cantaste la ribera apasionada, 
la santa piel de fiera que se agosta, 
el yermo de ansiedad, la tribu ibera 
que hace del pan limosna.
Tú eras como una mano con rocío, 
llena de amor, de plenitud, de sombra; 
de simiente de España; de hermosura 
que en el surco se arroja.



MIGUEL HERNÁNDEZ
ELEGÍA PRIMERA
a Federico García Lorca, poeta
Atraviesa la muerte con herrumbrosas lanzas, 
y en traje de cañón, las parameras 
donde cultiva el hombre raíces y esperanzas, 
y llueve sal, y esparce calaveras. 
  
Verdura de las eras, 
¿qué tiempo prevalece la alegría? 
El sol pudre la sangre, la cumbre de asechanzas 
y hace brotar la sombra más sombría. 
  
El dolor y su manto 
vienen una vez más a nuestro encuentro. 
Y una vez más al callejón del llanto 
lluviosamente entro. 
  
Siempre me veo dentro 
de esta sombra de acíbar rebocada, 
amasada con ojos y bordones, 
que un candil de agonía tiene puesto a la entrada 
y un rabioso collar de corazones. 
  
Llorar dentro de un pozo, 
en la misma raíz desconsolada 
del agua, del sollozo, 
del corazón quisiera: 
donde nadie me viera la voz ni la mirada, 
ni restos de mis lágrimas me viera. 
  
Entro despacio, se me cae la frente 
despacio, el corazón se me desgarra 
despacio y despaciosa y negramente 
vuelvo a llorar al pie de una guitarra. 
  
Entre todos los muertos de elegía, 
sin olvidar el eco de ninguno, 
por haber resonado más en el alma mía, 
la mano de mi llanto escoge uno. 
  
Federico García 
hasta ayer se llamó: polvo se llama. 
Ayer tuvo un espacio bajo el día 
que hoy el hoyo le da bajo la grama. 
  
¡Tanto fue! ¡Tanto fuiste y ya no eres! 
Tu agitada alegría, 
que agitaban columnas y alfileres, 
de tus dientes arrancas y sacudes, 
y ya te pones triste, y sólo quieres 
ya el paraíso de los ataúdes. 
  
Vestido de esqueleto, 
durmiéndote de plomo, 
de indiferencia armado y de respeto, 
te veo entre tus cejas si me asomo. 
  
Se ha llevado tu vida de palomo, 
que ceñía de espuma 
y de arrullos el cielo y las ventanas, 
como un raudal de pluma 
el viento que se lleva las semanas. 
  
Primo de las manzanas, 
no podrá con tu savia la carcoma, 
no podrá con tu muerte la lengua del gusano, 
y para dar salud fiera a su poma 
elegirá tus huesos el manzano.
Cegado el manantial de tu saliva, 
hijo de la paloma, 
nieto del ruiseñor y de la oliva: 
serás, mientras la tierra vaya y vuelva,
esposo siempre de la siempreviva, 
estiércol padre de la madreselva. 
 
¡Qué sencilla es la muerte: qué sencilla, 
pero qué injustamente arrebatada! 
No sabe andar despacio, y acuchilla 
cuando menos se espera su turbia cuchillada. 
  
Tú, el más firme edificio, destruido, 
tú, el gavilán más alto, desplomado, 
tú, el más grande rugido, 
callado, y más callado, y más callado. 
  
Caiga tu alegre sangre de granado, 
como un derrumbamiento de martillos feroces, 
sobre quien te detuvo mortalmente. 
Salivazos y hoces 
caigan sobre la mancha de su frente. 
  
Muere un poeta y la creación se siente 
herida y moribunda en las entrañas. 
Un cósmico temblor de escalofríos 
mueve temiblemente las montañas, 
un resplandor de muerte la matriz de los ríos. 
  
Oigo pueblos de ayes y valles de lamentos, 
veo un bosque de ojos nunca enjutos, 
avenidas de lágrimas y mantos: 
y en torbellino de hojas y de vientos, 
lutos tras otros lutos y otros lutos, 
llantos tras otros llantos y otros llantos. 
  
No aventarán, no arrastrarán tus huesos, 
volcán de arrope, trueno de panales, 
poeta entretejido, dulce, amargo, 
que al calor de los besos sentiste, 
entre dos largas hileras de puñales, 
largo amor, muerte larga, fuego largo. 
  
Por hacer a tu muerte compañía, 
vienen poblando todos los rincones 
del cielo y de la tierra bandadas de armonías 
relámpagos de azules vibraciones. 
Crótalos granizados a montones, 
batallones de flautas, panderos y gitanos, 
ráfagas de abejorros y violines, 
tormentas de guitarras y pianos, 
irrupciones de trompas y clarines. 
  
Pero el silencio puede más que tanto instrumento, 
  
Silencioso, desierto, polvoriento, 
en la muerte desierta, 
parece que tu lengua, que tu aliento, 
los ha cerrado el golpe de una puerta. 
  
Como si paseara con tu sombra, 
paseo con la mía, 
por una tierra que el silencio alfombra, 
que el ciprés apetece más sombría. 
  
Rodea mi garganta tu agonía 
como un hierro de horca 
y pruebo una bebida funeraria. 
Tú sabes, Federico García Lorca, 
que soy de los que gozan una muerte diaria.




PEDRO SALINAS

¿SERÁS, AMOR?



poema de Pedro Salinas



¿Serás, amor
un largo adiós que no se acaba?
Vivir, desde el principio, es separarse.
En el mismo encuentro
con la luz, con los labios,
el corazón percibe la congoja
de tener que estar ciego y sólo un día.
Amor es el retraso milagroso
de su término mismo:
es prolongar el hecho mágico
de que uno y uno sean dos, en contra
de la primer condena de la vida.
Con los besos,
con la pena y el pecho se conquistan,
en afanosas lides, entre gozos
parecidos a juegos,
días, tierras, espacios fabulosos,
a la gran disyunción que está esperando,
hermana de la muerte o muerte misma.
Cada beso perfecto aparta el tiempo,
le echa hacia atrás, ensancha el mundo breve
donde puede besarse todavía.
Ni en el lugar, ni en el hallazgo
tiene el amor su cima:
es en la resistencia a separarse
en donde se le siente,
desnudo altísimo, temblando.
Y la separación no es el momento
cuando brazos, o voces,
se despiden con señas materiales.
Es de antes, de después.
Si se estrechan las manos, si se abraza,
nunca es para apartarse,
es porque el alma ciegamente siente
que la forma posible de estar juntos
es una despedida larga, clara
y que lo más seguro es el adiós.




EMILIO PRADOS



¡Pronto, de prisa, mi reino,
que se me escapa, que huye,
que se me va por las fuentes!
¡Qué luces, qué cuchilladas
sobre sus torres enciende!
Los brazos de mi corona,
¡qué ramas al cielo tienden!
¡Qué silencios tumba el alma!
¡Qué puertas cruza la Muerte!
¡Pronto, que el reino se escapa!
¡Que se derrumban mis sienes!
¡Qué remolino en mis ojos!
¡Qué galopar en mi frente!
¡Qué caballos de blancura
mi sangre en el cielo vierte!
Ya van por el viento, suben,
saltan por la luz, se pierden
sobre las aguas...
                          Ya vuelven
redondos, limpios, desnudos...
¡Qué primavera de nieve!

Sujetadme el cuerpo, ¡pronto!
¡que se me va, ¡que se pierde
su reino entre mis caballos!
¡que lo arrastran!, ¡que lo hieren!
¡que lo hacen pedazos, vivo,
bajo sus cascos celestes!
¡Pronto, que el reino acaba!
¡Ya se le tronchan las fuentes!
¡Ay, limpias yeguas del aire!
¡Ay, banderas de mi frente!
¡Qué galopar en mis ojos!
Ligero, el mundo amanece...



                                            MANUEL ALTOLAGUIRRE
              
                                                                  Playa
A FEDERICO GARCÍA LORCA.

Las barcas de dos en dos,
como sandalias del viento
puestas a secar al sol.
Yo y mi sombra, ángulo recto.
Yo y mi sombra, libro abierto.
Sobre la arena tendido
como despojo del mar
se encuentra un niño dormido.
Y la estela de su marcha
abierta al igual que un libro.
Y yo leyendo en los muros
del ángulo de su huida
los imposibles estímulos.





GERARDO DIEGO
INSOMNIO

Tú y tu desnudo sueño. No lo sabes.
Duermes. No. No lo sabes. Yo en desvelo,
y tú, inocente, duermes bajo el cielo.
Tú por tu sueño, y por el mar las naves.

En cárceles de espacio, aéreas llaves
te me encierran, recluyen, roban. Hielo,
cristal de aire en mil hojas. No. No hay vuelo
que alce hasta ti las alas de mis aves.

Saber que duermes tú, cierta, segura
—cauce fiel de abandono, línea pura—,
tan cerca de mis brazos maniatados.

Qué pavorosa esclavitud de isleño,
yo, insomne, loco, en los acantilados,
las naves por el mar, tú por tu sueño.


JORGE GUILLÉN


Desnudo

Blancos, rosas... Azules casi en veta,
dos, mentales.
Puntos de luz latente dan señales
de una sombra secreta.
Pero el color, infiel a la penumbra,
se consolida en masa.
Yacente en el verano de la casa,
una forma se alumbra.
Claridad aguzada entre perfiles,
de tan puros tranquilos
que cortan y aniquilan con sus filos
las confusiones viles.
Desnuda está la carne. Su evidencia
se resuelve en reposo.
Monotonía justa: prodigioso
colmo de la presencia.
¡Plenitud inmediata, sin ambiente,
del cuerpo femenino!
Ningún primor: ni voz ni flor. ¿Destino?
Oh absoluto presente!

LAS ÁREAS DE TRABAJO DE LA ASOCIACIÓN