Buscar en este blog

TALLER DE POESÍA: 100 años cumpliriía hoy 29 de Marzo de 2015 el poeta RAÚL GONZÁLEZ TUÑÓN

Raúl González Tuñón a los 100 años de su nacimiento que hoy día 29 de Marzo se cumplen, celebramos ese día por los siglos de los siglos de la poesía.


Un poeta universal como es Tuñón no muere nunca
Digo aquí, hoy en la alegría porque un día como hoy nació este hombre que se dejó determinar por la lengua.

Escribió en castellano.
Madrid
“lagrima abierta, corazón adentro.
estoy al fin bajo tus arcos mártires,
¡descúbreme otra vez!.  Yo soy América”

loba de las milicias iniciales,
inventora del 7 de Noviembre

sangre dadora universal tu sangre.
Vengo directamente de tu tierra,
Estrictamente de tu sangre.

Creadora de Lister, de Modesto
qué calientes arroyo te socavan
De ceniza y de sangre.
              …

Si hablaba de que estaba en la guerra, aquella que se hace para defender lo que siempre se defiende desde los caminos de lo humano, ”los caminos del hombre. Entidad única con la mujer”  como dice en el gran poema  OTROS SECRETOS DE LA REVOLUCIÓN DE OCTUBRE.

También en un leer con instrumentos tal vez propios de ver que el poeta también dice más de lo que cree decir, ya que hay lector. Un lector que quiere saber qué poder tiene una lengua como es el CASTELLANO. La sangre que da una lengua es la que hace el poema. La que vierten los poetas, dice Miguel Hernández en el poema LLAMO A LOS POETAS. Esa sangre-tinta.
Universal porque la poesía la agranda, la universaliza. Viene de esa tierra la de la lengua y de esa sangre)


Un peso pesado, también en mi vida es este poeta, no sólo por ser uno de los poetas estudiados en mi formación psicoanalítica, también porque en esa idea que el poeta que es de los grandes, quiero decir con los grandes que son los que marcan un hito, que su obra es universal y sus textos son de investigación, pasen así los siglos que pasen. Comprobación fácil, ya lo vemos con todo lo que en nuestras lecturas hemos transitado por autores de siglos atrás que son vigentes . En esa fuerza que ellos tienen se valdrá para tomar a alguien que esté dispuesto a hacer esa labor de reeditar una obra desaparecida hasta el año 2006, hasta que este taller de poesía que coordino se emprende en esa empresa..


2
LLUVIA

2 libros y un audiolibro 






taller de poesía ALTAZOR VICENTE HUIDOBRO EN AUDIO CON MÚSICA PILAR IGLESIAS

ALTAZOR
Vicente Huidobro
audios
PREFACIO

CANTO I

CANTO II


CANTO III

CANTO IV

CANTO V


CANTO VI

CANTO VII

LEÍDO POR PILAR IGLESIAS MÚSICA LAURA PEDREIRA PIANO auor A. Piazzolla

TALLER DE POESÌA POEMA COMPLETO " LA NUBE EN PANTALONES" VLADIMIR MAIAKOVSKI


A vuestros pensamientos que sueñan
sobre sus sesos reblandecidos
como un gordo lacayo sobre un sofá grasiento
quiero irritarlos
con un jirón sangriento de mi corazón,
me burlaré hasta hartarme, mordaz y atrevido.
¡No tengo en el alma ni una sola cana
ni tampoco hay en ella ternura senil!
Ensordeciendo al mundo
con el poder de mi voz avanzo hermoso,
con mis veintidós años de existencia.
¡Los delicados
tocan el amor con tiernos violines!
Pero el rudo se sirve de timbales.
Prueben, como yo,
a darse vuelta como un guante
y ser todo labios.
Salga a aprender
desde su sala de batista
la ceremoniosa funcionaria de liga angelical.
Y también la que hojea en silencio sus labios
como una cocinera un libro de recetas.
Si lo desean
comeré carne hasta ponerme rabioso
-y, como el cielo, mudaré de tonos-; si lo desean
seré impecablemente tierno.
No un hombre,
¡sino una nube en pantalones!
No creo que exista una Niza florida.
Por mi conducto otra vez serán loados
todos los hombres que yacen como un hospital
y todas las mujeres gastadas como un refrán.

I

¿Tal vez creen que la malaria me hace delirar?
Esto ocurrió,
ocurrió en Odessa.
<>, dijo María.
Dieron las ocho.
Las nueve.
Las diez.
Y la noche
escapó de la ventana
al horror nocturno,
sombrío,
decembrino.
A mi decrépita espalda carcajean y relinchan
los candelabros.
Nadie podría reconocerme ahora:
esta mole musculosa
gime,
se retuerce.
¿Qué querrá esta mole?
Pues esta mole es mucho lo que quiere.
Porque para uno mismo no importa
ser de bronce
o tener un corazón de hierro frío.
Pero por la noche uno quiere
esconder su tañido
en algo blando,
femenino.
Y aquí me tienen
enorme,
doblado en la ventana
fundiendo con mi frente el hielo del cristal.
¿Habrá amor o no habrá amor?
¿Cómo sera?
¿Grande o pequeño?
¿Pero cómo un cuerpo así tendría uno grande?
Deberá ser pequeño,
un amorcito dócil.
Que saltará, asustado, al claxon de los autos
y amará las campanillas de los tranvías tirados por caballos.
Metiendo todavía más
mi rostro
en el rostro picado de la lluvia
espero
salpicado por la estruendosa pleamar citadina.
La medianoche, apuntándome con un cuchillo,
me alcanzó,
me apuñaló.
(Te lo tienes merecido)
Y cayeron las doce
como la cabeza de un condenado cae del cadalso.
En los cristales gotitas grises
se fundían en una
mueca inmensa
como si aullaran las quimaeras
del Notre-Dame de París.
¡Maldita!
¿No te basta con esto?
Pronto los gritos lastimarán mi boca.
Y oigo esto:
silenciosamente,
como baja un enfermo de su cama,
salta un nervio.
Primero
camina un poco
y luego
comienza a correr
nervioso,
con paso firme.
Y ahora este y otros dos más
se lanzan a un zapateo desesperado.
Se desprende el enlucido en el piso de abajo.
Nervios
grandes y
pequeños,
muchos ahora,
galopan enloquecidos
hasta que
a ellos mismos les fallan las piernas.
La noche se extiende como limo en mi cuarto
y en ese limo se hunden mis ojos ya pesados.
De pronto la puerta comienza a rechinar
como si al hotel
le castañearan los dientes.
Entraste tú,
rotunda como un  «ahí tienen»,
torturando la gamuza de tus guantes
dijiste:
«¿Sabe usted?
Me caso.»
¿Qué tiene? Cásese.
No importa.
Resistiré.
¿No ve usted lo tranquilo que estoy?
Como el puso
de un difunto.
¿Recuerda?
Usted decía:
«Jack London,
dinero,
amor, pasión»,
pero yo sólo veía esto:
¡Usted es una Gioconda
que alguien debe robar!
Y así ocurrió.
Otra vez enamorado, entraré al juego,
iluminando con fuego la curva de mis cejas.
Pero ¿qué tiene de extraño?
¡Hasta en una casa consumida por el fuego
a veces viven los vagabundos!
¿Se burla de mí?
«Posee menos esmeraldas de locura
que kopeks un indigente.>>
¡Pero no olvide
que Pompeya pereció
cuando irritó al Vesubio!
¡Ey!
Señores
amantes
de los sacrílego,
del crimen,
¿han visto lo
más terrible!
¿Mi rostro
cuando
estoy
del todo calmo?
Y ya siento que
mi  «yo»
me queda estrecho.
Que alguien pugna por salir de mí.
¡Hola!
¿Quién habla?
¿Mamá?
Vuestro hijo está bellamente enfermo.
¡Mamá!
¡Sufre un incendio de su corazón!
Dígale a sus hermanas, a Liuda y a Olia,
que ya no tiene adónde ir.
Cada palabra suya
hasta la broma
que regurgita de su boca requemada,
se lanza afuera como una prostituta desnuda
de un prostíbulo en llamas.
¡La gente husmea
y les huele a quemado!
Trajeron a ciertos tipos.
¡Relucientes!
¡Con cascos!
¡¿Pero adónde van con esas botas?!
Háganle saber a los bomberos
que a un corazón ardiente se sube con caricias.
Déjenme, mejor yo mismo
achicaré mis ojos llorosos con barriles.
Permítanme apoyarme en la costilla.
¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar! ¡Voy a saltar!
Y sólo caen los bomberos.
¡No es posible dejar de un salto el corazón!
En el rostro quemado,
de entre las grietas de mis labios,
un beso abrazado quiere alzarse.
¡Mamá!
¡No puedo ya cantar!
En la pequeña iglesia de mi corazón se quema el coro.
Figurillas quemadas de palabras y números
abandonan mi cráneo
como niños un edificio en llamas.
Así el miedo,
queriendo agarrarse del cielo,
elevaba
sus ardientes manos en el Lusitania.
Ante las gentes temblorosas
en la paz de sus casas
un resplandor de mil ojos se desgajaba del muelle.
¡Un último grito:
tú al menos
clama a los siglos que me abraso!

 II

¡Glorifíquenme!
No puedo compararme a los grandes. Y en todo lo que han hecho pongo «nihil».
Jamás
quiero volver a leer nada. ¿Un libro?
¡Qué me importan los libros!
Antes creía
que los libros se hacían de este modo:
llegaba el poeta,
entreabría fácilmente los labios
y al momento comenzaba a cantar el simplón inspirado ¡ahí les va! Pero resulta
que antes de que se comience a cantar
caminan largo rato, les salen callos de tanto fermentarse,
y en silencio chapotea en el limo del alma
el tonto pez de la imaginación.
Y mientras hierven, revolviendo con rimas
cierto guiso de amor y ruiseñores,
la calle se retuerce atrofiada, sin lengua,
sin tener con qué gritar ni conversar.
Orgullosos, levantemos de nuevo
las torres de Babel de las ciudades
mientras Dios
destruyendo ciudades
crea pastos
y mezcla la palabra.
La calle cargaba en silencio su tormento. Un grito le asomaba del gaznate. Se erizan, atravesados de través en taxis regordetes y huesudas calesas. Le han apeatonado el pecho. ¡Peores que la tisis!
La ciudad cerró el paso con tinieblas.
¡Y cuando!…
¡De todos modos!…
La calle escupió la turba a la plaza
sacándose el atrio que aprisionaba su garganta,
he pensado:
entre un coro de arcángeles Dios, saqueado, va a castigar.
Y la calle se sentó y lanzó un grito: «Vamonos a llenar la panza».
Maquillan a la ciudad los Krupps y los kruppitos, amenazan enarcando las cejas. En la boca
se pudren los cadáveres de palabras muertas,
sólo dos viven y engordan:
«canalla»
y alguna otra más, «borsh», creo.
Los poetas
reblandecidos en llanto y en sollozos abandonan la calle, los cabellos hirsutos: ¿cómo tan sólo con esas dos cantarles a las señoritas, al amor,
y a las florecitas cubiertas de rocío?
Y tras los poetas
los millares que habitan la calle:
estudiantes
prostitutas
capataces.
¡Señores!
¡Deténganse!
Dejen de comportarse como indigentes,
no se atrevan a pedir limosnas.
Nosotros, los robustos,
que caminamos a trancos,
no debemos obedecerlos, sino arrancarlos
a todos ellos,
a los que se aferran como un apéndice
gratis a cada cama matrimonial.
¿Pedirles a ellos dócilmente «ayúdame»?
¿Rogarles con un himno, un oratorio?
Creémoslas nosotros mismos como un ferviente
himno entre el ruido de las fábricas
y los laboratorios.
¡¿Qué me importa si bajo el fuego artificial
de los cohetes Fausto se desliza con Mefistófeles
por el parquet del cielo?!
¡Sé
que tengo un clavo en la bota,
una pesadilla mayor que las fantasías de Goethe!
Yo
el pico de oro,
de quien cada palabra
renueva el alma
y celebra el cuerpo,
les digo:
¡la más diminuta mota de lo vivo
es más valioso que lo que he hecho y haré!
¡Escuchen!
Predica
convulso y quejoso
Zaratustra, el labio-gritón de hoy.
Nosotros
con cara como sábanas soñolientas,
con labios colgantes como lámparas,
nosotros,
presidiarios de ciudades-leprosarios,
donde el oro y el lodo han llagado a la lepra,
¡estamos más limpios que el azul celeste de Venecia
que bañan a diario los mares y el sol!
¡Me importa un bledo
que ni en Homero ni en Ovidio
aparezcan gentes como nosotros,
picados por la viruela del hollín.

que el sol palidecería
si pudiera ver las reservas de oro que guardan nuestras almas.
Más seguros que los rezos son los tendones y los músculos.
¿Por qué habríamos de rogar una limosna al tiempo? ¡Nosotros,
cada uno de nosotros,
sostenemos en nuestras cinco
las correas de transmisión del mundo!
Esto me aupó al Gólgota de los auditorios
en Petrogrado, en Moscú, en Odessa, en Kiev, y no hubo ni uno que
no gritara: «¡Crucifíquenlo, crucifíquenlo!».
Pero para mí todas las gentes
(y también aquellas que me ofendieron)
son lo más querido y cercano.
¿No han visto cómo un perro
lame la mano que lo ha golpeado?
Yo,
escarnecido por las tribus de hoy
como un chiste largo y escabroso,
veo cómo avanza a través de montañas de tiempo
alguien para todos invisible.
Donde el ojo de los hombres se desploma segado,
cual un jefe de hordas hambrientas
con la corona de espinas de las revoluciones
llegará el año dieciséis.
Yo soy su profeta entre las gentes,
estoy donde está el dolor: en todas partes;
me he crucificado
en cada lágrima.
Ya no puedo perdonar nada.
He quemado almas donde cultivaban la ternura.
¡Algo más difícil que tomar
miles y miles de Bastillas!
Y cuando,
proclamando con una revuelta su arribo,
salgan a recibir al salvador, yo
me sacaré el alma, la pisotearé
¡para hacerla más grande!,
y así ensangrentada se la daré como estandarte.


III
¿Qué sentido tiene todo esto?
¿De dónde aparece en la luminosa
alegría este blandir los puños sucios?
Llegaste,
y tu desespero corrió sobre mi cabeza
una cortina que me evitó pensar en el manicomio.
Y
como en la tragedia de un acorazado
entre espasmos asfixiantes
los marineros se lanzan por la escotilla abierta:
a través de
mi ojo desgarrado hasta el grito
salía, enloquecido, Burliuk.
Casi ensangrentados sus sufridos párpados
salió,
se incorporó, se acercó
y con ternura inesperada en
un hombre grueso de pronto dijo: «¡Qué bueno!».
¡Qué bueno cuando una blusa amarilla protege
tu alma de las miradas ajenas! ¡Qué bueno
si cuando te lanzan a los dientes del patíbulo
alcanzas a gritar:
«Tomen cacao de Van Gutten»!
Y este segundo fuego de bengala, sonoro,
no lo cambiaría por nada ni por mi propio pico
Y entre el humo de tabaco, como una copa de licor,
se alarga la cara abotagada-ebria de Severianin.
¿Cómo se atreve a llamarse poeta
y gorjear tan gris como una codorniz?
Hoy
hace falta
pegarle duro al cerebro del mundo con una manopla.
Usted
a quien inquieta este solo pensamiento
«¿bailo elegantemente?» mire cómo me divierto yo:
¡chulo de plaza y tahúr de naipes!
A ustedes
por el amor reblandecidos,
que durante siglos
sólo han vertido lágrimas,
los dejaré,
me pondré el sol de monóculo en el ojo bien abierto.
Y ataviado de este modo increíble iré por la tierra
para gustarles aunque los queme y atado a una cadenita,
abriéndome camino, pasearé a Napoleón como a un dogo enano.
La tierra entera se tenderá como una mujer,
agitará sus carnes, ansiosa por entregarse.
Sus ropas cobrarán vida
y los labios de sus ropas
sisearán zalameros:
«¡Precioso, precioso, precioso!».
De pronto
los nubarrones
y todo lo demás nuboso
levanta en el cielo una gran agitación
como si obreros vestidos de blanco se dispersaran
tras declararle una airada huelga al cielo.
De detrás de una nube, un trueno, furioso,
salió y se sonó las narices desafiante.
El rostro del cielo se crispó por un segundo
con la mueca severa del férreo Bismark.
Y alguien
enredado en los lazos del cielo alargó
sus brazos a un café: de una manera algo femenina,
como tiernamente,
y también como la cureña de un cañón.
¿Usted piensa que el sol, tierno,
palmea la mejilla del café?
Pues no, es el general Galiffet
que va a fusilar a los rebeldes.
Saqúense, transeúntes,
las manos de los bolsillos:
cojan una piedra, un cuchillo, una bomba,
y si alguien no tiene manos
que venga a golpear con su frente.
¡Vayan los hambrientos, los sudorosos, los sumisos,
los podridos en lo pulgoso y sucio!
¡Vengan
los lunes y los martes,
coloreémoslos con sangre como días feriados!
¡Que la tierra se acuerde al sentir
los cuchillos de aquellos que quiso ultrajar!
¡La tierra,
cebada como una amante
de las ya usadas por Rothschild!
Para que los estandartes restallen en el ardor de
la metralla como en cada fiesta
que se digne de serlo: levanten
a la altura de los faroles
los cuerpos ensangrentados de los tenderos.
Blasfemando,
implorando,
acuchillando,
pasando por sobre alguien,
para hundir sus dientes en el costado,
en el cielo, rojo como la marsellesa,
temblaba, palmándola, el crepúsculo.
La locura absoluta.
Pero no pasará nada.
Caerá la noche, morderá algo, y se lo tragará.
¿No ve
que el cielo vuelve a ofrecer como un Judas
un puñado de estrellas salpicadas de traición?
Y por fin cae la noche.
Festeja como Mamai,
posando su trasero sobre la ciudad.
Esta noche, tan negra como Azef,
no habrá ojos que la atraviesen.
Encogido en el fondo de tabernas,
me erizo. Riego con vino mi alma y el mantel
y veo:
en un rincón -mis ojos redondos como platos-
los ojos de la Virgen se me meten en el corazón.
¡Qué sentido tiene ofrecer
su resplandor pintado a esta turba tabernaria!
¿No ves que otra vez en lugar de al ultrajado
en el Gólgota prefieren a Barrabás?
Quizá yo, a propósito,
entre el amasijo humano,
no muestro un rostro más nuevo.
Aunque yo,
quizá,
sea el más hermoso de todos tus hijos.
Dales a ellos
enmohecidos en su alegría
la muerte rápida del tiempo.
Para que haya niños los jóvenes deben
crecer, hacerse padres,
las jóvenes, embarazarse.
Y a los recién nacidos déjenles
crecer las escrutadoras canas de los magos,
y vendrán
y bautizarán a los niños
con nombres tomados de mis versos.
Yo, que he cantado la máquina y a Inglaterra,
acaso, simplemente,
en el más común de los Evangelios,
soy el decimotercer apóstol.
Y mientras mi voz obscenamente ulula
hora tras hora, días enteros,
Jesús Cristo, quizá,
aspira el olor del nomeolvides de mi alma.

IV
¡María! ¡María! ¡María!
Déjame entrar, María,
¡no puedo vivir en las calles!
¿No quieres?
¿Esperas
que mis mejillas se hundan, que degustado por todos, soso, venga
y masculle sin dientes que hoy
«seré asombrosamente honesto»?
María, ¿ves?,
ya comienzo a encorvarme.
Por la calle
las gentes agujerean la grasa en sus buches de cuatro pisos,
asoman por allí unos ojos
raídos por el trajín de cuarenta años
y chismorrean socarrones
porque entre mis dientes sostengo
-¡otra vez!-
el panecillo seco de una caricia de ayer.
La lluvia cubrió de llanto las aceras.
Como un pillo atrapado entre los charcos,
mojado, el cadáver olvidado de un adoquín lame la calle
y en las cejas grises,
¡sí!,
en las cejas de los carámbanos
hay lágrimas,
¡sí!,
y en los ojos entornados de las cañerías de desagüe.
La jeta de la lluvia ha chupado a todos los transeúntes. En los carruajes un atleta sigue a otro atleta gordo. Revientan las gentes de tanto comer
y a través de sus grietas gotea el sebo un río turbio que fluye de los carruajes junto con un panecillo cubierto de saliva y la masa masticada de viejas croquetas.
¡María!
¿Cómo hacer entrar en sus oídos grasientos una sencilla
palabra? El pájaro
pide limosnas con sus trinos; canta,
hambriento y sonoro,
pero yo soy un hombre, María,
un hombre simple,
que la tísica noche escupió en la sucia mano de la calle.
María, ¿quieres a alguien así? ¡Déjame entrar, María!
¡Mis dedos crispados aprietan la garganta de hierro del timbre en tu puerta!
¡María!
Se enfurece el pastizal de las calles.
En el cuello tengo rasguños de una turba de dedos.
¡Abre!
¡Me duele!
¿No ves que tengo clavados en los ojos alfileres de sombreros de mujer?
¡Has abierto!
No temas, criatura,
si ves en mi cuello,
como una bestia sudorosa, la montaña húmeda de
mujeres: es que yo arrastro por la vida millones de amores puros, enormes, y un millón de millones de sucios amorcitos. No temas si otra vez desgraciado e infiel vuelvo a sobar las caritas preciosas «de las miles que aman a Maiakovski», esas que ya son una dinastía de reinas entronizadas en mi alma de loco.
¡Ven, María, acércate!
Desnuda y sin pudor,
o quizá mínimamente temblorosa,
y dame el jamás marchito encanto de tus labios.
Mi corazón y yo nunca hemos llegado a mayo,
y en toda mi vida
hay sólo un centésimo abril.
¡María!
El poeta de sonetos canta a Tiana
pero yo,
hecho sólo de carne, hombre todo, sólo pido tu cuerpo, como un cristiano pide: «Danos el pan nuestro de cada día».
¡Dámelo, entonces, María!
¡María!
Temo olvidar tu nombre
como el poeta teme olvidar
la palabra nacida
en el tormento de la noche
y que le recuerda a Dios por su grandeza.
Amaré, cuidaré de tu cuerpo como el soldado recortado por la guerra, inútil,
solitario,
cuida su única pierna.
María, ¿no quieres?
¿No?
¡Ja!
Bien: otra vez, entonces, sombrío y cabizbajo tomo mi corazón bañado en lágrimas para llevármelo, como el perro que arrastra hasta su cubil
la pata aplastada por un tren.
Riego el camino con sangre de mi corazón
que se pega como flores de polvo en la guerrera.
Como la hija de Herodías,
el sol danzará mil veces rodeando la tierra,
como al cráneo del Bautista.
Y cuando haya danzado hasta el final los años que me tocan,
millares de gotas de sangre cubrirán el camino que lleva a la casa del Padre.
Saldré entonces
sucio (de todas las noches pasadas en las cloacas)
y me pondré muy junto a Él,
me inclinaré
y le diré al oído:
«¡Escuche, señor Dios!
¿Cómo no le aburre
en esa jalea nebulosa
mojar cada día sus bondadosos ojos?
¿Por qué no, sabe usted,
arma un carrusel
con el árbol del estudio del bien y del mal?».
Ubicuo, estará en cada armario y pondremos vino por toda la mesa, para que hasta al taciturno apóstol Pedro le entren ganas de bailar el ki-ka-pu.
Y otra vez llenaremos el paraíso de Evitas:
una palabra tuya y
esta misma noche
te traeré las más bellas muchachas
de los bulevares.
¿Quieres?
¿No?
¿Sacudes la cabeza, desgreñado?
¿Enarcas tu ceja canosa?
¿De verdad crees que ese
detras de ti, ese alado, sabe qué es el amor?
Yo también soy un ángel, lo fui:
como un corderito azucarado miraba a los ojos
pero me cansé de regalar a las yeguas
floreros hechos con sufrimiento de Sévres.
Todopoderoso, tú inventaste las manos,
hiciste
que cada uno tuviese una cabeza
¿por qué, entonces, no eliminaste el tormento
de besar, de besar, de besar?
Yo pensaba que eras un diosazo omnipotente
y no eres más que un alumno retrasado, un diosecillo minúsculo.
Mira cómo me agacho,
me saco de la bota
una navaja.
¡Bellacos alados!
¡Acurruqúense en el paraíso!
¡Larguen sus plumas temblando de miedo!
A ti, oloroso a incienso, te daré un navajazo
desde aquí hasta Alaska!
¡Déjenme ir!
No me detendrán.
Les miento,
no sé si con razón,
pero no puedo estar tranquilo.
Miren:
¡han decapitado de nuevo a las estrellas
y la matanza ha ensangrentado todo el cielo!
¡Eh, ustedes! ¡Cielo!
¡Quítense el sombrero! ¡Voy a entrar!
Silencio.
El universo duerme apoyando en la pata,
garrapateada de estrellas, la oreja enorme.


TALLER DE POESÍA CONVOCATORIA: SEMINARIO "LA TEMPORALIDAD EN LA OBRA DE BORGES Y EL PSICOANÁLISIS" COORDINADOR DANIEL KORDON PSICOANALISTA Y ESCRITOR

Les comunico por aquí una actividad que comienza en Abril Martes 21 de gran interés para todos ustedes, Seminario "LA TEMPORALIDAD EN LA OBRA DE BORGES Y EL PSICOANÁLISIS", que coordinará Daniel Kordon psicoanalista y autor de varios libros y colaborador en publicaciones de edición continuada. Se presentó también en Bariloche uno de sus ultimas publicaciones, junto con Gerardo Pasqualini, otro otro de los conocidos psicoanalista de Buenos Aires, el libro titulado PSICOANÁLISIS

Ya hice la inscripción para participar en este Seminario y les invito y recomiendo que lo hagan, si pueden. (Tal vez algunos de los encuentros os sea más atractivo, por lo que sea, que otros, o no poder asistir a todos y creo que no habrá inconveniente en anotarse asì, en tal caso podemos preguntar al coordinador en la dirección del correo electrónico más abajo escrito).
Interesante para cualquier disciplina profesional, como para lectores, escritores, coordinadores de talleres, para actores, directores, escritores de teatro...

Una buena oportunidad de aprovechar que Daniel Kordon, viajará durante todo el otoño e invierno a la maravillosa ciudad que es Bariloche, a pesar de sus bajas temperaturas que siempre se esperan en el invierno para ella y que cada vez más va ofreciendo esta ciudad, además de sus importantes ofertas turísticas, un abanico de oferta cultural en todas las vertientes artísticas y formativas.
En este caso que aquí les informo tenemos la oportunidad de acercarnos  a textos y contextos desde un impresionante lector, con modos de abordaje que serán de aprovechamiento en varios niveles formativos y creativos. Daniel Kordon es un impresionante conocedor y por tanto lector de innumerables textos y autores donde su quehacer entre otras ocupaciones laborales, está el trabajar con los instrumentos que se precisan para poder decir y proponernos un otro abordaje a estos textos que en principio nos propone.
Daniel K. hace que la conversación sea fácil, asequible y de valor formativo. 


Comienzo del Seminario
 MARTES 21 DE ABRIL , continuando el tercer Martes de cada mes.
Martes 19 de Mayo, 16 de Junio, 21 de Julio, 18 de Agosto , 15 de Septiembre,  20 de Octubre  y 17 de Noviembre de 2015
horario: 19:00 horas
Lugar: San Carlos de Bariloche: Calle Videla 627
El precio del Seminario es de  200 ARG. cada uno de los encuentros.

Para realizar la inscripción enviar un correo a psicoanalisisalsur@gmail.com . 

DICE ASÍ EL PROGRAMA DEL SEMINARIO:


Seminario 
“La temporalidad en la obra de Borges 
y el psicoanálisis”


“La pregunta por el tiempo nos lleva ineludiblemente a interrogarnos por la fundación del aparato psíquico.”
                       Jean Claude Guerin. Tiempo y lenguaje

           
La idea de este Seminario es fundar un espacio de intercambios entre analistas y no analistas acerca del tema del tiempo.
Desde la filosofía, la ciencia, la literatura, el arte, el psicoanálisis, diferentes enfoques aportan lecturas, perspectivas, confluencias y divergencias.
Comenzar a abordarlas puede permitir cuestionar y enriquecer las diversas praxis. 


           
Bibliografía aproximada:

  • Borges, J.L.- Nueva refutación del tiempo. En Historia de la eternidad.
 Pierre Menard, autor del Quijote.
  Funes el memorioso.

  • Freud, S. – Carta 52 a Fliess.
          El block maravilloso.
                                Interpretación de los sueños. Cap. VII
                                Proyecto de una psicología para neurólogos.

  • Derrida,J.- Freud y la escena de la escritura. 
  • Heidegger, M.- Ser y tiempo. 
  • Nietzsche, F.- El mito del eterno retorno. 
  • Lacan, J.- El aserto de certidumbre anticipada. Un nuevo sofisma.
  •                  La instancia de la letra en el inconsciente.
  •                     Función de lo escrito.
  •                     Lituraterre. 
  • Kordon, D.- Cronos: El “caso” Funes. En Comienzos de análisis / Comienzos del analista II. Letra Viva, 2012.
  • Los filósofos presocráticos. Biblioteca Clásica Gredos.

LAS ÁREAS DE TRABAJO DE LA ASOCIACIÓN